sábado, 14 de mayo de 2011

AMANTE MIO/PROLOGO

Prólogo

CAMPAMENTO DE GUERRA DEL BLOODLETTER, ANTIGUO PAIS, 1644.
Deseó tener más tiempo.
Aunque a decir verdad, ¿qué cambiaría eso? El tiempo sólo importaba si uno hacía algo con él y aquí dentro él ya había hecho todo lo que podía.
Darius, hijo engendrado por Tehrror, hijo despreciado por Marklon estaba sentado en el suelo de tierra con su diario abierto sobre la rodilla y una vela de cera de abeja delante de él. La iluminación no era más que una pequeña llama que oscilaba con las ráfagas de aire y su habitación consistía en la esquina alejada de una cueva. Su ropa estaba hecha de cuero áspero y preparado para la batalla y las botas eran de la misma hechura.
En su nariz, el hedor a sudor de macho y tierra acre se mezclaba con el dulce de la descomposición de sangre de lesser.
Cada aspiración que hacía parecía amplificar el hedor.
Pasando las páginas de pergamino, volvió atrás en el tiempo, retrocediendo los días uno por uno hasta que ya no estuvo aquí en el campamento de guerra.
Añoraba el «hogar» con un dolor físico, su estancia en este campamento era una amputación más que una reubicación.
Había sido criado en un castillo donde la elegancia y la gracia habían constituido el verdadero  tejido de la vida. Dentro de las firmes paredes que habían protegido a su familia de humanos y lessers por igual, cada noche había sido tan cálida y fragante como las de julio, los meses y años pasaban tranquila y despreocupadamente. Las cincuenta habitaciones por las cuales había vagado libremente habían estado equipadas con satenes y sedas, muebles fabricados con maderas preciadas y alfombras tejidas, no de juncos. Con pinturas al óleo que relucían en sus marcos dorados y estatuas de mármol en poses dignas, era un engaste de platino para anclar el diamante de su existencia.
Y así habría sido inimaginable en ese entonces que en algún momento pudiera encontrarse donde estaba ahora. Sin embargo, había existido una debilidad vital en los cimientos de aquella vida suya.
El latir del corazón de su madre le había dado derecho a estar bajo ese techo y le había mantenido dentro de ese mimado hogar. Y cuando ese afectuoso órgano vital se había detenido dentro de su pecho, Darius había perdido no sólo a su mahmen de nacimiento, sino el único hogar que alguna vez había conocido.
Su padrastro había renegado de él y le había relegado de allí, una enemistad largamente oculta había sido expuesta y se había actuado en consecuencia.
No había tenido tiempo de llevar luto por su madre. Ni tiempo para asombrarse por el repentino odio del macho que lo había hecho todo por él salvo engendrarlo. Ni tiempo para abatirse por la identidad que había tenido como macho de buena cuna dentro de la glymera.
Había sido tirado en la entrada de esta caverna como un humano que hubiera sucumbido a la plaga. Y las batallas habían comenzado antes de que siquiera pudiera ver a un lesser o empezar el entrenamiento para luchar contra los asesinos. En su primera noche y día dentro de las entrañas de este campamento, había sido atacado por compañeros de entrenamiento que habían visto su ropa fina, la única que se le había permitido llevar con él, como prueba de debilidad.
Durante esas horas sombrías los había sorprendido no sólo a ellos, sino a sí mismo.
Y fue entonces cuando se dio cuenta, al igual que ellos, que a pesar de haber sido criado por un macho aristocrático, en la sangre de Darius estaban presentes los componentes de un guerrero. De hecho, no sólo los de un soldado. Más aún, los de un Hermano. Sin haber sido instruido, su cuerpo había sabido qué hacer y había respondido a la agresión física con reacciones escalofriantes. Incluso mientras su mente luchaba contra la brutalidad de sus acciones, sus manos, pies y colmillos habían sabido con precisión qué esfuerzo era necesario.
Había existido otra faceta en él, ignorada, desconocida... que de algún modo parecía más «él» que el reflejo que tanto había contemplado dentro de cristal emplomado.
Con el correr del tiempo, se había vuelto aún más diestro en la lucha... y su horror ante sí mismo había disminuido. A decir verdad, no había ningún otro camino a seguir: la semilla de su verdadero padre y del padre de su padre y del abuelo de su progenitor habían determinado su piel, sus huesos y sus músculos, el linaje puro de guerrero le había transformado en una fuerza poderosa.
Y en un adversario cruel y mortífero.
Desde luego, encontraba altamente perturbador tener esta otra identidad. Era como si a su paso proyectara dos sombras sobre el suelo, como si dondequiera que fuera hubiera dos fuentes de luz distintas iluminando su cuerpo. Y aún así, aunque comportarse de manera tan odiosa y violenta ofendía la sensibilidad que le había sido inculcada, sabía que era parte de un propósito más elevado que estaba destinado a servir. Y le había salvado una y otra vez... de aquellos que buscaban dañarle dentro del campamento y del que parecía desearles la muerte a todos. Ciertamente se suponía que el Bloodletter era su whard, pero actuaba más bien como un enemigo, incluso mientras les instruía en las artes de la guerra.
O tal vez ese era el objetivo. La guerra era horrorosa sin importar la faceta exteriorizada, ya fuera que se tratara de la preparación o de la participación.
Las enseñanzas del Bloodletter eran brutales y sus sádicos mandatos exigían acciones en las que Darius no tomaría parte. En verdad, Darius siempre era el ganador en las competiciones entre reclutas... pero no tomaba parte de las violaciones que eran el castigo infringido a aquellos que resultaban vencidos. Era el único cuya negativa era respetada. Su negativa había sido desafiada una vez por el Bloodletter y como Darius casi le había ganado, nunca se había aproximado otra vez.
Los que perdían contra Darius, entre los cuales se contaban todos en el campamento, eran castigados por otros y era durante esas veces, cuando el resto del campamento estaba ocupado con el espectáculo, cuando con más frecuencia obtenía consuelo en su diario. En verdad, en este momento, no podía permitirse ni siquiera una mirada en dirección a la fogata principal, donde estaba teniendo lugar una de las sesiones.
Odiaba haber sido la causa de que los acontecimientos se sucedieran una vez más... pero no tenía elección. Tenía que entrenar, tenía que luchar y tenía que ganar. Y el resultado final de esa ecuación estaba determinado por la ley del Bloodletter.
Desde la fogata, se alzaron gruñidos y risas de lujuriosa burla.
Su corazón se condolió tanto ante el sonido que cerró los ojos. El que en ese momento imponía el castigo en lugar de Darius era un macho cruel, cortado del mismo patrón que el Bloodletter. Se ofrecía con frecuencia a llenar la vacante ya que disfrutaba administrando dolor y humillación tanto como de su aguamiel.
Pero tal vez ya no se prolongaría mucho más. Al menos para Darius.
Esta noche sería su examen en el campo. Después de haber estado entrenando durante un año, iba a salir no sólo con guerreros, sino con Hermanos. Era un raro honor... y una señal de que la guerra contra la Sociedad Lessening era, como siempre, desesperada. La innata pericia de Darius había ganado fama y Wrath, el Rey Justo, había decretado que fuera sacado del campamento para que pudiera desarrollarse aún más con los mejores luchadores que tenía la raza vampiro.
La Hermandad de la Daga Negra.
Sin embargo todo podía ser en vano. Si esta noche demostraba que estaba capacitado únicamente para entrenar y pelear con otros de su misma clase, sería enviado de vuelta a esta caverna para más «enseñanzas» con el sello del Bloodletter.
Los Hermanos nunca volverían a ponerle a prueba y sería relegado a servir como soldado.
Con la Hermandad se tenía una sola oportunidad y el examen de este anochecer iluminado por la luna no trataría sobre estilos de lucha o armamento. Era una prueba de corazón. ¿Podría mirar los pálidos ojos del enemigo, oler su dulce hedor y mantener la mente serena mientras su cuerpo actuaba sobre aquellos asesinos...?
Los ojos de Darius se levantaron de las palabras que había puesto en el pergamino hacía una eternidad. Un grupo de cuatro permanecía en la entrada más recóndita de la caverna, eran altos, de hombros fornidos y estaban fuertemente armados.
Integrantes de la Hermandad.
Sabía el nombre del cuarteto: Ahgony, Throe, Murhder, Tohrture.
Darius cerró el diario, lo deslizó en una fisura de la roca y lamió el corte que se había hecho en la muñeca para crear «tinta». Su pluma hecha de la pluma de la cola de un faisán se estaba estropeando rápidamente y no estaba seguro de si alguna vez volvería aquí para usarla, pero también la guardó.
Al tomar la vela y alzarla hacia su boca, le sorprendió la cualidad aceitosa de la luz. Había pasado tantas horas escribiendo con esa iluminación tan suave y tenue... de hecho, ese parecía ser el único lazo entre su vida pasada y su existencia actual.
Apagó la pequeña llama con un solo soplido.
Poniéndose en pie, recogió sus armas: una daga de acero que le habían dado después de sacarla del cuerpo que se enfriaba de un recluta muerto y una espada que provenía de la armería de entrenamiento comunal. Ninguna de las dos empuñaduras eran adecuadas para su palma, pero a la mano que las esgrimía no le importaba.
Cuando los Hermanos miraron en su dirección y no le brindaron ni su saludo ni su rechazo, deseó que entre ellos estuviera su padre verdadero. Qué diferente se sentiría todo esto si tuviera a su lado a alguien a quien le importaría su resultado: no buscaba que le dieran cuartel y no ambicionaba ningún tratamiento especial, pero ahora siempre estaba solo, apartado de los que le rodeaban, separado por una división a través de la cual podía ver pero nunca recorrer.
Estar sin familia era una prisión extraña e invisible, los barrotes de la soledad y el desarraigo le rodeaban cada vez más firmemente a medida que acumulaba años y experiencia, aislando a un macho de tal forma que no tocaba nada y nada le tocaba a él.
Mientras caminaba hacia los cuatro que habían venido a buscarle, Darius no miró atrás hacia el campamento. El Bloodletter sabía que iba a salir al campo de batalla y no le importaba si volvía o no. Y los demás reclutas eran igual.
Mientras se aproximaba, deseó haber tenido más tiempo para prepararse para este examen de voluntad, fuerza y valor. Pero era aquí y ahora.
En verdad, el tiempo avanzaba incluso aunque quisieras ralentizarlo hasta que se arrastrara.
Deteniéndose ante los Hermanos, anheló una palabra de ánimo o un deseo de buena suerte o una expresión de fe de parte de alguien. Como no llegó nada, ofreció una breve plegaria a la sagrada madre de la raza:
Queridísima Virgen Escriba, por favor, no permitas que falle en esto.

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