domingo, 22 de mayo de 2011

AMANTE VENGADO/CAPITULO 1 2 3

 

Todos los reyes son ciegos.
Los buenos se dan cuenta de ello y usan algo más que sus ojos para gobernar.

 

 

Capítulo 1


El Rey debe morir.
Cuatro simples palabras. Separadas no eran nada en especial. ¿Juntas? Auguraban toda clase de mala mierda. Asesinato. Deslealtad. Traición.
Muerte.
En el tenso momento que se produjo después de que se las dijeran, Rehvenge se mantuvo en silencio dejando que el cuarteto permaneciera suspendido en el aire cargado del estudio, cuatro puntas de una siniestra y maligna brújula con la cual estaba íntimamente familiarizado.
—¿Tienes alguna respuesta? —preguntó Montrag, hijo de Rehm.
—Nop.
Montrag parpadeó y jugueteó con la corbata de seda que llevaba puesta en el cuello. Como la mayoría de los miembros de la glymera, tenía las zapatillas de terciopelo firmemente plantadas en la seca y enrarecida arena de su clase. Lo que simplemente significaba que era francamente pedante, en todo aspecto. Con su chaqueta de esmoquin, y sus impecables pantalones de vestir y… mierda, ¿en verdad esas eran polainas? Parecía salido de las páginas de Vanity Fair. De unos cien años atrás. Y en lo que se refería a política, con su infinidad de actitudes condescendientes y sus brillantes y jodidas ideas, era como Kissinger sin un presidente: todo análisis sin nada de autoridad lo que venía a explicar esa reunión, ¿no era así?
—No te detengas ahora —dijo Rehv—. Ya has saltado del edificio. El aterrizaje no se volverá más suave.
Montrag frunció el ceño.
—No puedo ver esto con la misma ligereza que tú.
—¿Quién se está riendo?
Un golpe en la puerta del estudio hizo que Montrag girara la cabeza, tenía el perfil de un setter irlandés: todo nariz.
—Entre.
La doggen que respondió a la orden entró luchando con el peso del servicio de plata que llevaba. Con una bandeja de ébano del tamaño de un porche en las manos comenzó a atravesar la habitación encorvada debido a la carga.
Hasta que levantó la cabeza y vio a Rehv.
Se congeló como una fotografía instantánea.
—Tomaremos el té aquí. —Montrag apuntó a la mesa de salón que había en medio de los dos sofás de seda en los que estaban sentados—. Aquí.
La doggen no se movió, se quedó mirando fijamente el rostro de Rehv.
—¿Qué sucede? —demandó Montrag cuando las tazas comenzaron a temblar, y un sonido tintineante comenzó a elevarse desde la bandeja—. Ponga nuestro té aquí, ahora.
La doggen inclinó la cabeza, murmuró algo, y se adelantó lentamente, poniendo un pie delante de otro como si se estuviera acercando a una serpiente enroscada. Se quedó tan apartada de Rehv como pudo, y después de dejar el servicio, sus temblorosas manos apenas si eran capaces de poner las tazas sobre los platillos.
Cuando fue a agarrar la tetera, era evidente que iba a derramar la mierda por todos lados.
—Deje que yo lo haga —dijo Rehv, estirando la mano.
Cuando la doggen hizo un movimiento brusco para apartarse de él, se le deslizó el asa de la mano y el té comenzó una caída libre.
Rehv atrapó la plata candente entre sus palmas.
—¡Qué has hecho! —exclamó Montrag, levantándose de un salto del sofá.
La doggen se encogió, llevándose las manos a la cara.
—Lo siento, amo. Verdaderamente, lo…
—Oh, cállate, y tráenos algo de hielo…
—No es culpa suya. —Rehv desvío la mano tranquilamente hacia el asa y comenzó a servir—. Y estoy perfectamente bien.
Ambos lo miraron como si estuvieran esperando que diera un salto y empezara a sacudir el trasero al ritmo de ow–ow–ow.
Dejó la tetera de plata y miró los pálidos ojos de Montrag.
—Un terrón. ¿O dos?
—¿Puedo… puedo ofrecerte algo para esa quemadura?
Sonrió, enseñándole los colmillos a su anfitrión.
—Estoy perfectamente bien.
A Montrag pareció ofenderle el hecho de no poder hacer nada, y volvió su disgusto hacia la criada.
—Eres una desgracia absoluta. Vete.
Rehv miró a la doggen. Para él sus emociones eran como una rejilla tridimensional de miedo, vergüenza y pánico, y la trama entretejida llenaba el espacio que la rodeaba tan ciertamente como lo hacían sus huesos, sus músculos y su piel.
Quédate tranquila, le dijo con el pensamiento. Y ten por seguro que enderezaré esto.
El asombro relampagueó en su rostro, sus hombros aflojaron la tensión y se giró pareciendo mucho más tranquila.
Cuando se hubo ido, Montrag se aclaró la garganta y volvió a sentarse.
—No creo que vaya a funcionar. Es absolutamente incompetente.
—¿Por qué no comenzamos con un terrón? —Rehv dejó caer un terrón de azúcar dentro del té—. Y vemos si deseas otro.
Extendió la mano con la taza, pero no demasiado alejada, para que Montrag se viera forzado a levantarse nuevamente del sofá y a inclinarse sobre la mesa.
—Gracias.
Rehv no soltó el platillo mientras promovía un cambio de parecer en la mente de su anfitrión.
—Pongo nerviosas a las hembras. No fue culpa suya.
Abrió la mano abruptamente y Montrag luchó para aferrar la porcelana Royal Doulton.
—Oops. No lo derrames. —Rehv volvió a reclinarse contra el sofá—. Sería una pena manchar esta alfombra tuya tan fina. Aubusson, ¿verdad?
—Ah… sí. —Montrag volvió a sentarse y frunció el ceño, como si no tuviera idea de por qué había cambiado de opinión con respecto a su criada—. Eh… sí, lo es. Mi padre la compró hace muchos años. Tenía un gusto exquisito, ¿verdad? Construimos esta habitación especialmente para ella porque es muy grande, y el color de las paredes fue elegido específicamente para hacer resaltar sus matices color melocotón.
Montrag paseó la vista por el estudio y sonrió para sí mismo mientras sorbía, con el dedo meñique extendido en el aire como si fuera una bandera.
—¿Cómo está tu té?
—Perfecto, pero ¿no tomarás un poco?
—No soy bebedor de té. —Rehv esperó hasta que la taza estuvo en los labios del macho—. Entonces, ¿estabas hablando de asesinar a Wrath?
Montrag escupió, el Earl Grey salpicó el frente de su chaqueta de esmoquin color rojo sangre e impactó en la estupenda alfombra de papi.
Cuando el macho comenzó a palmotear débilmente las manchas, Rehv le ofreció una servilleta.
—Toma, usa esto.
Montrag tomó el cuadrado de damasco, y acarició torpemente su pecho, luego lo deslizó por la alfombra con igual falta de resultados. Era evidente, que era el tipo de macho que hacía enredos y no del tipo que los solucionaba.
—¿En qué estábamos? —murmuró Rehv.
Montrag tiró la servilleta en la bandeja y se puso de pie, olvidando el té, para pasearse por la habitación. Se detuvo frente a un gran paisaje montañoso y pareció estar admirando la dramática escena, iluminada por focos, de un soldado colonial rezándole a los cielos.
Le habló a la pintura.
—Estás al tanto de que muchos hermanos de sangre fueron abatidos en las incursiones de los lessers.
—Y yo aquí pensando que me habían hecho leahdyre del Consejo debido a mi animada personalidad.
Montrag lo miró agresivamente por encima del hombro, su barbilla elevada de forma típicamente aristocrática.
—Perdí a mi padre, a mi madre y a todos mis primos hermanos. Los enterré a todos y cada uno de ellos. ¿Piensas que eso es motivo de regocijo?
—Mis disculpas.
Rehv se puso la palma de la mano derecha sobre el corazón e inclinó la cabeza, a pesar de que no le importaba una mierda. No iba a ser manipulado por la mención de sus pérdidas. Especialmente cuando todas las emociones del tipo hablaban de codicia y no de dolor.
Montrag le dio la espalda a la pintura, y su cabeza ocupó el lugar de la montaña sobre la cual estaba el soldado colonial… por lo que daba la impresión de que el pequeño hombre de uniforme rojo estaba tratando de subirle por la oreja.
—Debido a las incursiones, la glymera ha soportado pérdidas sin igual. No sólo en vidas, sino también en propiedades. Casas saqueadas, antigüedades y obras de arte robadas, cuentas de banco desaparecidas. ¿Y qué ha hecho Wrath? Nada. No ha dado respuesta a las frecuentes preguntas acerca de cómo fueron encontradas las residencias de esas familias… por qué la Hermandad no detuvo los ataques… dónde fueron a parar todos esos bienes. No hay un plan para asegurarse que nunca más vuelva a ocurrir algo así. A los pocos miembros restantes de la aristocracia no nos ofrecen la seguridad de que, si regresáramos a Caldwell, estaríamos protegidos. —Montrag realmente se entusiasmó, su voz se alzaba y rebotaba contra la parte más alta del dorado techo con molduras—. Nuestra raza se está muriendo y necesitamos un verdadero liderazgo. No obstante, por Ley, mientras el corazón de Wrath siga latiendo en su pecho, seguirá siendo Rey. ¿La vida de uno es más valiosa que la vida de muchos? Examina tu corazón.
Oh, Rehv estaba mirando en su interior, eso era, ese negro y maldito músculo.
—¿Y luego qué?
—Asumimos el control y hacemos lo correcto. Durante su reinado, Wrath ha reestructurado las cosas… mira lo que se les ha hecho a las Elegidas. Ahora están autorizadas a emparejarse en este lado… ¡algo nunca visto! Y la esclavitud está abolida, junto con la sehclusion de las hembras. Virgen Escriba querida, cuando quieras darte cuenta habrá un integrante de la Hermandad con falda. Estando nosotros a cargo, podemos revertir lo que ha hecho y reformar las leyes adecuadamente para preservar las tradiciones. Podemos organizar una nueva ofensiva contra la Sociedad Lessening. Podemos triunfar.
—Estás empleando muchos «nosotros», y por alguna razón no creo que eso represente exactamente lo que tienes en mente.
—Bueno, por supuesto que deberá haber un individuo que sea el primero entre sus iguales. —Montrag se alisó las solapas de la chaqueta del esmoquin e inclinó la cabeza y el cuerpo como si estuviera posando para una estatua de bronce o tal vez para un billete—. Un macho de valía que esté a la altura del cargo y resulte elegido.
—¿Y cómo sería elegido este dechado de virtudes?
—Cambiaremos a una democracia. Una democracia que ha sido largamente aplazada y que reemplazará la injusta y desigual costumbre de la monarquía.
Cuando la cháchara siguió su curso, Rehv se reclinó hacia atrás, cruzó las piernas a la altura de la rodilla y unió los dedos de las manos formando una pirámide. Sentado en el mullido sofá de Montrag, sus dos mitades entraron en conflicto, el vampiro y el symphath colisionaron.
El único beneficio de ello era que el combate interno a gritos ahogaba el sonido nasal de todo ese Yo–lo–sé–todo.
La oportunidad era obvia: librarse del Rey y tomar el control de la raza.
La oportunidad era inconcebible: matar a un buen macho, un buen líder y… una especie de amigo.
—… y elegiríamos a quién nos lideraría. Le haríamos responsable del Consejo. Nos aseguraríamos de que nuestras preocupaciones fueran atendidas. —Montrag regresó a su sofá, se sentó y se puso cómodo como si fuera a seguir con esa charla exagerada y vacía acerca del futuro durante horas—. La monarquía no está funcionando y la democracia es la única manera…
Rehv le interrumpió:
—Por lo general, la democracia implica que todo el mundo pueda votar. Te lo digo sólo por si no estás familiarizado con la definición.
—Y así lo haríamos. Todos los que servimos en el Consejo estaríamos en la junta electoral. Todo el mundo sería considerado.
—PTI[1], el término todos abarca un par de personas más aparte de «todos los que son como nosotros».
Montrag le dirigió una mirada cargada de oh–por–favor–ponte–serio.
—¿Honestamente le confiarías la raza a las clases bajas?
—No depende de mí.
—Podría. —Montrag se llevó la taza a los labios y lo miró por encima del borde con ojos penetrantes—. Perfectamente podría. Eres nuestro leahdyre.
Mirando fijamente al tipo, Rehv vio el camino tan claramente como si estuviera pavimentado e iluminado con haces de luces halógenas: si Wrath fuera asesinado, su linaje real terminaría, porque aún no había engendrado un hijo. Las sociedades, particularmente aquellas que estaban en guerra como la de los vampiros, aborrecían los vacíos en el liderazgo, por lo que un cambio radical de la monarquía a la «democracia» no resultaba tan inconcebible como lo hubiera sido en otra época más racional y segura.
La glymera podía estar fuera de Caldwell y escondida en los refugios desperdigados por toda Nueva Inglaterra, pero esa pandilla de hijos de puta decadentes tenía dinero e influencias y siempre habían deseado tomar el poder. Con ese plan en particular, podían disfrazar sus ambiciones con las vestiduras de la democracia y hacer ver que estaban protegiendo a la gente sin estatus.
La infausta naturaleza de Rehv se agitó como un criminal encarcelado impaciente por obtener la libertad condicional. Las malas acciones y los juegos de poder eran una compulsión inherente a aquellos que llevaban la sangre de su padre, y parte de él deseaba crear el hueco… y entrar en él
Interrumpió las tonterías presuntuosas de Montrag.
—Ahórrame la propaganda. ¿Qué es lo que estás sugiriendo exactamente?
El macho hizo toda una elaborada demostración de cómo dejar una taza de té, como si quisiera aparentar que estaba reuniendo las palabras. En fin. Rehv estaba dispuesto a apostar que el tipo sabía exactamente lo que iba a decir. Una cosa de esa naturaleza, no era algo que simplemente te sacaras del culo, y había otros involucrados. Tenía que haberlos.
—Como bien sabes el Consejo va a reunirse en Caldwell dentro de un par de días específicamente para tener una audiencia con el Rey. Wrath llegará y… ocurrirá un evento mortal.
—Él viaja con la Hermandad. Y no es especialmente el tipo de fuerza muscular que pueda ser evitada fácilmente.
—La muerte puede llevar muchas máscaras. Y tiene muchos y variados escenarios dónde actuar.
—¿Y mi papel sería…? —Aunque ya lo había comprendido.
Los pálidos ojos de Montrag parecían de hielo, resplandecientes y fríos.
—Sé qué clase de macho eres. Así que sé precisamente de lo que eres capaz.
Eso no era una sorpresa. Durante los últimos veinticinco años Rehv había sido un señor de las drogas, y aunque no había publicitado su ocupación dentro de la aristocracia, los vampiros acudían a sus clubes regularmente, y parte de ellos entraban en las filas de sus clientes químicos.
Nadie, aparte de los Hermanos, sabía de su lado symphath… y se lo hubiera ocultado de haber tenido elección. En las últimas dos décadas había estado pagándole bien a su chantajista para asegurarse que continuara siendo su secreto.
—Es por eso que acudí a ti —dijo Montrag—. Sabrás como hacerte cargo de esto.
—Es cierto.
—Como leahdyre del Consejo, estarás en una posición de enorme poder. Aún si no eres elegido presidente, el Consejo persistirá. Y quédate tranquilo con respecto a la Hermandad de la Daga Negra. Sé que tu hermana está emparejada con uno de ellos. Los Hermanos no se verán afectados por esto.
—¿No crees que esto los enfurecerá? Wrath no es sólo su rey. Es de su sangre.
—Proteger a nuestra raza es su obligación primordial. A donde vayamos deben seguirnos. Y debes saber que hay muchos que piensan que últimamente han estado haciendo un mal trabajo. Pienso que tal vez requieran un mejor liderazgo.
—Por parte tuya. Sí. Seguro.
Eso sería como un decorador de interiores tratando de comandar un destacamento de tanques: un jodido cargamento de ruidosos gorjeos hasta que uno de los soldados se encargara de dar al traste con el pelele y le agitara el cuerpo un par de veces.
Ese era el plan perfecto. Sip.
Y de todas formas… ¿Quien decía que Montrag tenía que ser el elegido? Los accidentes les ocurrían tanto a los reyes como a los aristócratas.
—Debo decirte —continuó Montrag—, lo mismo que mi padre solía decirme, la coordinación lo es todo. Debemos apresurarnos. ¿Podemos confiar en ti, amigo mío?
Rehv se puso de pie, irguiéndose sobre el otro macho. Con un rápido tirón a los faldones de su chaqueta, se acomodó su Tom Ford, luego estiró la mano hacia su bastón. No sentía nada en su cuerpo, ni su ropa ni el peso que había cambiado de su trasero a la planta de sus pies, ni el mango del bastón contra la palma de la mano que se había quemado. El entumecimiento era un efecto secundario de la droga que utilizaba para evitar que aflorara su lado malo cuando estaba con variada compañía, la prisión donde encerraba sus tendencias sociópatas.
No obstante, todo lo que necesitaba para volver a sus orígenes era saltarse una dosis. ¿Una hora más tarde? La maldad en él estaría vivita y coleando y lista para jugar.
—¿Qué me dices? —incitó Montrag.
¿No era esa la pregunta?
A veces en la vida, entre la miríada de decisiones prosaicas del estilo, qué comer, dónde dormir y qué vestir, aparecía una verdadera encrucijada. En esos momentos, cuando la niebla de la relativa irrelevancia se levantaba y el destino te extendía una demanda de libre albedrío, sólo había izquierda o derecha… nada de lanzarte en un todoterreno hacia la maleza que había entre los dos caminos, no había forma de negociar con la elección que se te planteaba.
Debías responder a la llamada y elegir tu camino. Y no había marcha atrás.
No obstante, el problema era, que navegar por un paisaje moralista era algo que había tenido que aprender para encajar con los vampiros. La lección que había aprendido se había fijado, aunque sólo hasta cierto punto.
Y sus drogas sólo funcionaban de cierta manera.
Súbitamente, el rostro pálido de Montrag se tiñó de una variedad de tonos de rosa pastel, el oscuro cabello del macho se tornó color magenta y la chaqueta de su esmoquin se puso del color del Ketchup. Mientras una pátina rojiza lo coloreaba todo, el campo visual de Rehv se acható volviéndose como una pantalla de cine dónde se veía el mundo.
Y tal vez eso explicaba el motivo por el cual a los symphaths les resultaba fácil utilizar a las personas. Con su lado oscuro asumiendo el control, el universo tenía la profundidad de un tablero de ajedrez y la gente que había en él eran como peones en su mano omnisciente. Todos ellos. Los enemigos… y los amigos.
—Me haré cargo —anunció Rehv—. Como dijiste, sé lo que hay que hacer.
—Tu palabra. —Montrag extendió la suave palma de su mano—. Dame tu palabra de que esto se llevará a cabo en secreto y silenciosamente.
Rehv dejó que esa mano colgara libremente en el aire, pero sonrió, revelando una vez más sus colmillos.
—Confía en mí.



Capítulo 2


Mientras Wrath, hijo de Wrath, recorría uno de los callejones urbanos de Caldwell, sangraba por dos sitios. Tenía una cuchillada a lo largo del hombro izquierdo, hecha por un cuchillo aserrado, y le faltaba un trozo del muslo, gracias a la oxidada esquina de un contenedor de basura. El lesser que iba delante, al que estaba a punto de destripar como a un pez, no había sido el responsable de ninguna: Los camaradas del capullo, dos con el cabello blanco que olían a niñitas, eran los artífices del daño.
Y lo habían hecho a unos trescientos metros de allí, hacía tres minutos, justo antes de ser reducidos a un par de bolsas de abono gemelas.
Ese bastardo de delante era el objetivo real.
El asesino estaba moviendo el culo rápido, pero Wrath era más rápido aún... no sólo porque sus piernas eran más largas, y a pesar del hecho de que estaba goteando como una cisterna corroída. No había duda de que el tercero moriría.
Era una cuestión de voluntad.
El lesser había escogido el camino equivocado esa noche... aunque no al escoger ese callejón en particular. Eso era lo único adecuado y justo, y probablemente el no–muerto llevaba haciéndolo durante décadas, porque la privacidad era importante para luchar. Lo último que la Hermandad o la Sociedad Lessening necesitaban era a la policía humana envuelta en algo que tuviera que ver con esta guerra.
No, el error lo–siento–esa–no–es–la–respuesta–correcta del bastardo se había producido unos quince minutos atrás, cuando había asesinado a un macho civil. Con una sonrisa en la cara. Ante Wrath.
Había sido por la fragancia a sangre fresca de vampiro por lo que el rey había encontrado al trío de asesinos en primer lugar, atrapándoles en el acto de intentar abducir a uno de sus civiles. Había resultado evidente que sabían que era, como mínimo, un miembro de la Hermandad, porque ese lesser que iba delante había matado al macho para que él y su escuadrón pudieran tener las manos libres y pudieran enfocarse completamente en la pelea.
La parte triste era que la llegada de Wrath había ahorrado al civil una larga y lenta muerte por tortura en uno de los campamentos de persuasión de la Sociedad. Pero aún así le ardieron las entrañas al ver cómo rebanaban a un aterrado inocente y lo tiraban sobre el frío y agrietado pavimento como si fuera una fiambrera vacía.
Así que ese hijo de puta de allí iba a caer.
Ojo–por–ojo y todo eso.
Al llegar al final del callejón sin salida, el lesser hizo un pivote–y–preparación, girándose, plantando los pies y sacando su cuchillo. Wrath no ralentizó su avance. En mitad de la carrera, liberó uno de sus hira shuriken y arrojó el arma con un golpe de mano, alardeando con el lanzamiento.
Algunas veces querías que tu oponente supiera lo que se le venía encima.
El lesser siguió la coreografía a la perfección, cambiando su punto de apoyo y aflojando su postura de combate. Mientras Wrath acortaba la distancia, lanzó otra estrella arrojadiza y otra más, impulsando al lesser hacia una posición agazapada.
El Rey ciego se desmaterializó justo sobre el cabrón, golpeando desde arriba, desnudó los colmillos para cerrarlos en la nuca del asesino. La punzante dulzura de la sangre del lesser era el sabor del triunfo, y el coro de victoria tampoco tardó en llegar cuando Wrath agarró al bastardo por la parte superior de ambos brazos.
La venganza era un chasquido. O mejor dicho dos.
La cosa gritó cuando ambos huesos se salieron de sus cavidades, pero el aullido no viajó muy lejos después de que Wrath le cerrara la boca con la palma de la mano.
—Esto es sólo el calentamiento —siseó Wrath—. Es importante relajarse antes de comenzar a ejercitarse.
El rey giró al asesino y bajó la mirada hacia la cosa. Desde detrás de las envolventes gafas, sus ojos débiles estaban más agudos de lo habitual, la adrenalina navegaba a lo largo de la autopista de sus venas dándole un aumento de agudeza visual. Lo cual era bueno. Necesitaba ver que había matado de una forma que no tenía nada que ver con asegurar la precisión del golpe mortal.
Mientras el lesser luchaba por respirar, la piel de su rostro brillaba con una pátina irreal y plástica —como si la estructura ósea hubiera sido tapizada con la mierda con la que fabricabas los sacos de grano— y los ojos se le estaban desorbitando, el hedor dulce de la cosa parecía el dulzor de un animal atropellado en la carretera durante una noche cálida.
Wrath soltó la cadena de acero que colgaba del hombro de su chaqueta de motero y desenrolló los eslabones brillantes sacándolos de debajo de su brazo. Sujetando el gran peso en la mano derecha, envolvió su puño, ampliando la envergadura de sus nudillos, aumentando sus duros contornos.
—Di «whisky».
Wrath golpeó a la cosa en el ojo. Una vez. Dos. Tres veces. Su puño era un ariete, la órbita del ojo cedía terreno como si no fuera más que una portilla. Con cada crujiente impacto, la sangre negra saltaba y salpicaba, golpeando a Wrath en la cara, la chaqueta y las gafas. Sentía todas las salpicaduras, a pesar del cuero que vestía, y deseaba más.
Era un glotón para ese tipo de comidas.
Con una dura sonrisa, dejó que la cadena se desenrollara de su puño, y golpeara el sucio asfalto con una risa efervescente, metálica, como si hubiera disfrutado tanto como él. A sus pies, el lesser no estaba muerto. Aunque era indudable que la cosa estaba desarrollando hematomas subdurales masivos en la parte delantera y trasera del cerebro, todavía vivía, porque sólo había dos formas de matar a un asesino.
Una era atravesarle el pecho con las dagas negras que los Hermanos llevaban fajadas al pecho. Eso enviaba a los PDM[2] de vuelta con su creador, el Omega, pero era sólo una solución temporal, porque el mal simplemente utilizaba esa esencia para convertir a otro humano en una máquina asesina. No era una muerte, sino un retraso.
El otro modo era permanente.
Wrath sacó su móvil y marcó. Cuando respondió una voz masculina con acento de Boston, dijo:
—Ocho y Trade. Tres caídos.
Butch O'Neal, también conocido como Dhestroyer, descendiente de Wrath, hijo de Wrath, era característicamente flemático en sus respuestas. Realmente centrista. Tolerante. Dejando mucho espacio para la interpretación de sus palabras:
—Oh, joder, por el amor de Dios. ¿Estás bromeando? Wrath, tienes que acabar con esta mierda de pluriempleo. Ahora eres el Rey. Ya no eres un Hermano...
Wrath cerró el teléfono.
Sí. La otra forma de librarse de estos hijos de puta, la forma permanente, estaría allí en cinco minutos. Con su bocaza suelta. Desafortunadamente.
Wrath se sentó sobre los talones, volviendo a enrollar la cadena en su hombro, y levantó la mirada hacia el cuadrado de cielo nocturno visible sobre los tejados. Cuando su adrenalina decayó, sólo fue capaz de distinguir ligeramente los oscuros torsos de los edificios que se elevaban contra el lado plano de la galaxia, y bizqueó con fuerza.
Ya no eres un Hermano.
Y una mierda no lo era. No le importaba lo que dijera la ley. Su raza necesitaba que fuera más que un burócrata.
Con una maldición en la Antigua Lengua, volvió al programa, y revisó la chaqueta y los pantalones del asesino en busca de una ID. En el bolsillo de atrás, encontró una delgada billetera con un permiso de conducir y dos dólares dentro...
—Creísteis... que él era uno de los vuestros...
La voz del asesino era a la vez aflautada y maliciosa, y el sonido de película de terror detonó la agresividad de Wrath una vez más. Repentinamente, su visión se agudizó, y pudo enfocar a medias a su enemigo.
—¿Qué has dicho?
El lesser sonrió un poco, pareciendo no notar que la mitad de su cara tenía la consistencia de una tortilla demasiado líquida.
—Siempre fue... uno de los nuestros.
—¿De qué coño estás hablando?
—¿Cómo... crees... —El lesser tomó un tembloroso aliento— que encontramos... todas aquellas casas este verano...?
La llegada de un vehículo cortó las palabras, y Wrath giró la cabeza precipitadamente. Gracias al jodido Dios era el Escalade negro que estaba esperando y no algún humano con un móvil amartillado y cargado con una llamada al 911.
Butch O'Neal salió de detrás del volante, con sus mandíbulas funcionando a toda marcha.
—¿Has perdido la jodida cabeza? ¿Qué vamos a hacer contigo? Vas a...
Mientras el poli continuaba con todo el maldito repertorio, Wrath volvió la mirada hacia el asesino.
—¿Cómo las encontrasteis? ¿Las casas?
El asesino empezó a reír, el débil jadeo era el tipo de cosas que oías de un desquiciado.
—Porque él había estado en todas ellas... así es como lo hicimos.
El bastardo se desmayó, y sacudirle no ayudó a traerle de vuelta. Tampoco lo hizo una bofetada ni dos.
Wrath se puso en pie y la frustración desencadenó el exabrupto.
—Haz tu trabajo, poli. Los otros dos están tras el contenedor de la siguiente manzana.
El poli simplemente le miró.
—Se supone que tú no luchas.
—Soy el Rey. Puedo hacer lo que me dé la maldita gana.
Wrath empezó a alejarse, pero Butch le agarró el brazo.
—¿Sabe Beth dónde estás? ¿Qué estás haciendo? ¿Se lo has dicho? ¿O es sólo a mí a quien estás pidiendo que guarde este secreto?
—Preocúpate de eso. —Wrath señaló al asesino—. No por mí y mi shellan.
Cuando se liberó, Butch ladró.
—¿Adónde vas?
Wrath avanzó y encaró al poli.
—Pensé en ir a recoger el cadáver de un civil para llevarlo hasta el Escalade. ¿Tienes algún problema con eso, hijo?
Butch se mantuvo firme. Sólo una muestra más de la sangre que compartían.
—Te perdemos como Rey y la raza entera estará jodida.
—Y sólo nos quedan cuatro Hermanos en el campo de batalla. ¿Te gustan esas matemáticas? A mí no.
—Pero...
—Haz tu trabajo, Butch. Y quédate al margen del mío.
Wrath recorrió a zancadas los trescientos metros de vuelta adonde había comenzado la pelea. Los asesinos vencidos estaban justo donde los había dejado: gimiendo en el suelo, con sus extremidades formando ángulos extraños, su sangre negra rezumando y formando asquerosos charcos lodosos bajo sus cuerpos. Sin embargo, ya no eran asunto suyo. Rodeando el contenedor miró al civil muerto y se percató que se le dificultaba la respiración.
El Rey se arrodilló y cuidadosamente apartó el cabello de la cara golpeada como la mierda del macho. Evidentemente, el tipo se había defendido, recibiendo un buen número de golpes antes de que le apuñalaran el corazón. Un crío valiente.
Wrath ahuecó la mano bajo la nuca del macho, deslizó el otro brazo bajo las rodillas, y lo levantó lentamente. El peso del muerto era más pesado que los kilos del cuerpo. Mientras se alejaba del contenedor y se acercaba al Escalade, Wrath se sentía como si sostuviera a la raza entera en sus brazos, y se alegró de tener que llevar gafas de sol para proteger sus débiles ojos.
Sus gafas envolventes ocultaban el brillo de las lágrimas.
Pasó junto a Butch mientras el poli trotaba hacia los destrozados asesinos para hacer lo suyo. Después de que las pisadas del tipo se detuvieran, Wrath oyó una larga y profunda inhalación que sonó como el siseo de un balón desinflándose lentamente. El vómito que siguió fue mucho más ruidoso.
Mientras la succión y las arcadas se repetían, Wrath acostó al muerto en la parte de atrás del Escalade y le revisó los bolsillos. No había nada... ni billetera, ni teléfono, ni siquiera un envoltorio de chicle.
—Joder.
Wrath se dio la vuelta y se sentó en el parachoques trasero del SUV. Uno de los lessers ya le había limpiado en el curso de la lucha... y como todos los asesinos acababan de ser inhalados, eso significaba que la ID del civil ya era polvo.
Mientras Butch se acercaba al Escalade tambaleándose por el callejón, el poli parecía un alcohólico de juerga y ya no olía a Acqua di Parma. Apestaba a lesser, como si hubiera secado su ropa con toallitas de suavizante Downy, se hubiese pegado un par de ambientadores de coche de falsa vainilla bajo las axilas, y se hubiera revolcado sobre algún pez muerto.
Wrath se levantó y cerró la parte trasera del Escalade.
—¿Seguro que puedes conducir? —preguntó cuando Butch se colocó cuidadosamente tras el volante, con pinta de estar a punto de vomitar.
—Sí. Estoy bien.
Wrath sacudió la cabeza ante la voz ronca y examinó el callejón. No había ventanas en los edificios, y hacer venir a Vishous de inmediato para aliviar al poli no llevaría mucho tiempo, pero entre las peleas y la limpieza habían estado ocurriendo muchas cosas allí durante la última media hora. Debían salir de la zona.
Originalmente, el plan de Wrath había sido tomar una foto de la ID del asesino con la cámara de su móvil, agrandarla lo suficiente como para poder leer la dirección, y luego ir a por la jarra de ese cabrón. No obstante no podía dejar a Butch solo.
El poli pareció sorprendido cuando Wrath entró en el asiento del copiloto del Escalade.
—¿Qué estas...?
—Llevaremos el cuerpo a la clínica. V puede encontrarse contigo allí y ocuparse de ti.
—Wrath...
—Discutamos por el camino, ¿te parece, primo?
Butch arrancó el SUV, salió marcha atrás del callejón, y giró al llegar al primer cruce de calles. Cuando llegó a Trade, dobló a la izquierda y se dirigió a los puentes que se extendían sobre el Río Hudson. Mientras conducía, tenía los nudillos blancos sobre el volante... no porque tuviera miedo, sino porque indudablemente estaba intentando contener la bilis en el estómago.
—No puedo seguir mintiendo así —refunfuñó Butch cuando alcanzaron el otro lado de Caldwell.
Una arcada fue seguida por una tos.
—Sí, puedes.
El poli levantó la mirada.
—Me está matando. Beth debe saberlo.
—No quiero que se preocupe.
—Eso lo entiendo... —Butch emitió un sonido ahogado—. Espera.
El poli aparcó sobre el arcén helado, abrió la puerta de golpe, y vomitó como si su hígado hubiera recibido órdenes de evacuación de su colon.
Wrath dejó que su cabeza cayera hacia atrás, un dolor se le había instalado tras ambos ojos. El dolor no era una sorpresa en absoluto. Últimamente tenía migrañas como los alérgicos tenían estornudos.
Butch extendió la mano hacia atrás y toqueteó la consola central, con la parte superior de su cuerpo todavía arqueada hacia fuera del Escalade.
—¿Quieres el agua? —preguntó Wrath.
—S... —Las náuseas cortaron el resto de la palabra.
Wrath agarró una botella de Poland Spring, la abrió, y la puso en la mano de Butch.
Cuando se produjo un respiro en la vomitona, el poli tragó algo de agua, pero la mierda no permaneció dentro.
Wrath sacó su móvil.
—Voy a llamar a V ahora.
—Dame sólo un minuto.
Llevó más bien diez, pero finalmente, el poli consiguió volver al coche y les devolvió a la carretera. Ambos permanecieron en silencio durante un par de kilómetros, el cerebro de Wrath corriendo mientras su dolor de cabeza empeoraba.
Ya no eres un Hermano.
Ya no eres un Hermano.
Pero tenía que serlo. Su raza lo necesitaba.
Se aclaró la garganta.
—Cuando V aparezca en la morgue, vas a decir que encontraste el cuerpo del civil e hiciste esa mierda con los lessers.
—Querrá saber por qué estabas tú allí.
—Le diremos que estaba en la manzana siguiente reuniéndome con Rehvenge en el ZeroSum y presentí que necesitabas ayuda. —Wrath se inclinó en el asiento delantero y cerró una mano sobre el antebrazo del tipo—. Nadie va a averiguarlo, ¿entendido?
—Esto no es buena idea. Esto no es para nada buena idea.
—Y una mierda que no.
Mientras permanecían en silencio, las luces de los coches al otro lado de la autopista provocaron que Wrath hiciera una mueca, a pesar de que sus párpados estaban bajos y las gafas envolventes en su lugar. Para evitar el brillo, giró la cara hacia un lado, haciendo como que miraba por la ventana.
—V sospecha que algo pasa —masculló Butch después de un rato.
—Y puede seguir sospechando. Necesito estar en el campo de batalla.
—¿Y si te hieren?
Wrath se puso el antebrazo sobre el rostro con la esperanza de bloquear esos malditos faros delanteros. Joder, ahora era él quien tenía nauseas.
—No me herirán. No te preocupes.
.


Capítulo 3


—¿Listo para tu zumo, Padre?
Cuando no hubo respuesta, Ehlena, hija de sangre de Alyne, se detuvo en el proceso de abotonarse el uniforme.
—¿Padre?
Desde el salón y por encima de las melodiosas notas de Chopin le llegó el sonido de un par de pantuflas moviéndose sobre las tablas de entarimado desnudas y una suave cascada de precipitadas palabras, como un mazo de cartas al ser barajadas.
Eso estaba bien. Se había levantado por sí mismo.
Ehlena se echó el cabello hacia atrás, y utilizó un coletero blanco para mantener el moño en su lugar. Sin embargo, a medio camino cambió de opinión, iba a tener que rehacerse el recogido. Havers, el médico de la raza, exigía que sus enfermeras fueran tan estiradas, almidonadas y bien ordenadas como todo en su clínica.
Siempre decía que las normas eran críticas.
De camino a su dormitorio, recogió un bolso de bandolera negro que había comprado en Target. Diecinueve pavos. Un robo. En ella iban la cortísima falda y la camiseta Polo de imitación con los que iba a cambiarse alrededor de dos horas antes del amanecer.
Una cita. Realmente iba a tener una cita.
El viaje al piso superior, donde estaba la cocina, implicaba sólo un tramo de escaleras, y lo primero que hizo cuando emergió del sótano fue dirigirse hacia el anticuado frigorífico Frigidaire. Dentro, había dieciocho pequeñas botellas de zumo Ocean Spray CranRaspberry en tres filas de seis. Tomó una de adelante, después, cuidadosamente movió las otras para que estuvieran todas alineadas.
Las píldoras estaban ubicadas detrás de la polvorienta pila de libros de cocina. Tomó una de  trifluoropiperacina y dos de loxacepina y las puso en un mug blanco. La cuchara de acero inoxidable que utilizó para machacarlas estaba doblada en un ligero ángulo, y también todas las demás.
Ya llevaba cerca de dos años aplastando píldoras como estas.
El CranRas golpeó el fino polvo blanco y se mezcló con él, y para asegurarse de que el sabor quedaba adecuadamente oculto, puso dos cubitos de hielo en el mug. Cuanto más frío mejor.
—Padre, tu zumo está listo. —Dejó el mug en la mesita, justo encima de un círculo de cinta que delineaba donde tenía que ser colocada.
Las seis alacenas que había enfrente estaban igual de ordenadas y relativamente vacías como el frigorífico, de una de ellas agarró una caja de cereales Wheaties, y de otra sacó un cuenco. Después de servirse algunos cereales fue a por el cartón de leche, y tan pronto como hubo terminado de utilizarlo, volvió a dejarlo donde estaba: junto a otros dos iguales, con las etiquetas con la marca Hood hacia afuera.
Le echó un vistazo a su reloj y cambió a la Antigua Lengua.
¿Padre? Tengo que marcharme.
El sol se había puesto, y eso significaba que su turno, que empezaba quince minutos después de oscurecer, estaba a punto de comenzar.
Observó la ventana que había sobre el fregadero de la cocina, aunque no era como si pudiera medir lo oscuro que estaba. Los cristales estaban cubiertos por láminas de papel de aluminio sujetas a las molduras con cinta americana.
Incluso aunque ella y su padre no hubieran sido vampiros e incapaces de soportar la luz del sol, esas persianas de Reynolds Wrap igualmente habrían estado colocadas en cada ventana de la casa: Eran tapas para el resto del mundo, manteniéndolo fuera, conteniéndolo a fin de que su miserable casita alquilada estuviera protegida y aislada... de amenazas que sólo su padre podía percibir.
Cuando hubo terminado con el Desayuno de Campeones, lavó y secó su cuenco con toallas de papel, porque las esponjas y trapos de cocina no estaban permitidos, y, junto con la cuchara que había utilizado, volvió a ponerlo todo en su lugar.
—¿Padre mío?
Apoyó la cadera contra el maltratado mostrador de formica y esperó, intentando no mirar demasiado atentamente el desvaído empapelado ni el suelo de linóleo desgastado.
La casa era apenas un poco mejor que un sórdido cobertizo, pero era todo lo que podía permitirse. Entre las visitas de su padre al médico, las medicinas y la enfermera particular no era mucho lo que quedaba de su salario, y hacía mucho que habían gastado lo poco que quedaba del dinero familiar, plata, antigüedades, y joyas.
Apenas se mantenían a flote.
Y aún así, cuando su padre apareció en el umbral del sótano, tuvo que sonreír. Su fino cabello gris se expandía sobresaliendo de su cabeza para formar un halo de pelusa que le hacía parecerse a Beethoven, además de sus ojos excesivamente observadores y ligeramente frenéticos que le daban el aspecto de genio loco. Aún así, parecía mejor de lo que había estado en mucho tiempo. Por una vez, llevaba su deshilachada bata de satén y su pijama de seda bien puesto... todo hacia adelante, la parte de arriba y abajo haciendo juego y el cinturón atado. Además, estaba limpio, recién bañado y apestando a aftershave de laurel.
Era una enorme contradicción: necesitaba que su ambiente estuviera inmaculado y concienzudamente ordenado, pero su higiene personal y lo que vestía no le representaba ningún problema. Aunque tal vez tenía sentido. Al estar compenetrado en la maraña de sus pensamientos, se distraía demasiado con sus delirios como para ser conciente de sí mismo.
Sin embargo las medicinas estaban ayudando, y se notó cuando encontró su mirada y realmente la vio.
Hija mía —dijo en la Antigua Lengua—. ¿Qué tal estás esta noche?
Ella respondió como él prefería, en la lengua madre.
Bien, padre mío. ¿Y tú?
Él se inclinó con la gracia del aristócrata que era por alcurnia y había sido por posición.
Como siempre estoy encantado de saludarte. Ah, sí, la doggen ha preparado mi zumo. Qué amable de su parte.
Su padre se sentó con un movimiento de su bata, y recogió el mug de cerámica como si fuera fina porcelana inglesa.
—¿Adónde vas?
A trabajar. Voy a trabajar.
Su padre frunció el ceño mientras sorbía.
Sabes bien que no apruebo que trabajes fuera de casa. Una dama de tu estirpe no debería estar ofreciendo su tiempo de esa forma.
Lo sé, padre mío. Pero me hace feliz.
Su rostro se suavizó.
Bueno, eso es otra cosa. Ay de mí, no entiendo a la generación más joven. Tu madre se encargaba de la casa, de los sirvientes y los jardines, y eso era suficiente para ocupar su ímpetu durante las noches.
Ehlena bajó la mirada, pensando que su madre lloraría si viera como habían terminado.
Lo sé.
No obstante debes hacer lo que deseas, y yo siempre te amaré.
Ella sonrió ante las palabras que había oído durante toda su vida. Y hablando de ese tema...
¿Padre?
Él bajó el mug.
¿Sí?
Puede que llegue un poco tarde esta noche.
¿De veras? ¿Por qué?
Voy a tomar un café con un macho...
¿Qué es eso?
El cambio en su tono la hizo levantar la cabeza, y miró a su alrededor para ver que... Oh, no.
Nada, Padre, de veras, no es nada. —Rápidamente se abalanzó sobre la cuchara que había utilizado para aplastar las píldoras y la recogió, corriendo hacia el fregadero como si tuviera una quemadura que necesitara agua fría inmediatamente.
La voz de su padre tembló.
¿Qué... qué estaba haciendo eso ahí? Yo...
Ehlena secó rápidamente la cuchara y la deslizó en el cajón.
¿Ves? Se ha ido. ¿Ves? —Señaló a donde había estado la cuchara—. La mesa está limpia. No hay nada ahí.
Estaba allí... yo la vi. Los objetos de metal no deben dejarse... no es seguro... ¿Quién la dejó... quién dejó... quién dejó la cuchara...?
La doncella.
¡La doncella! ¡Otra vez! Debe ser despedida. Se lo he dicho... nada de metal fuera, nada de metal fuera nada de metal fuera–ellos–están–observando–y castigaránaquienesdesobedezcanestánmascercadeloquecreemosy...
Al principio, cuando habían tenido lugar los primeros ataques de su padre, Ehlena se acercaba a él en el momento en que comenzaba a agitarse, pensando que una palmada en el hombro o una mano reconfortante le ayudarían. Ahora tenía más experiencia. Cuanto menos información sensorial entrara en su cerebro, más rápidamente pasaba la histeria arrolladora: Por consejo de su enfermera, Ehlena le señalaba la realidad una vez y después no se movía ni hablaba.
Sin embargo era difícil, observarle sufrir y ser incapaz de hacer nada para ayudar. Especialmente cuando era culpa suya.
La cabeza de su padre se sacudía hacia delante y hacia atrás, la agitación alborotaba su cabello convirtiéndolo en una peluca erizada de rizos locos, mientras que en su tambaleante puño, el CranRas saltaba fuera del mug, salpicando sobre su mano venosa, la manga de la bata y el revestimiento de formica, lleno de agujeros, de la mesa. En sus temblorosos labios, el staccato de sílabas se incrementaba, su grabadora interna funcionando a máxima velocidad, el rubor de locura subiendo por la columna de su garganta y llameando en sus mejillas.
Ehlena rezó porque este no fuera uno de los malos. Los ataques, cuando venían, variaban de intensidad y duración, y las drogas ayudaban minimizando ambas métricas. Pero algunas veces la enfermedad superaba al control químico.
Cuando las palabras de su padre se volvieron demasiado atropelladas para comprenderlas y dejó caer el mug al suelo, todo lo que Ehlena pudo hacer fue esperar y rezar a la Virgen Escriba para que pasara pronto. Obligando a sus pies a quedarse pegados al gastado linóleo, cerró los ojos y se envolvió el torso con los brazos.
Si sólo hubiera recordado guardar la cuchara. Si sólo hubiera...
Cuando la silla de su padre cayó hacia atrás y golpeó el suelo, supo que iba a llegar tarde al trabajo.
Otra vez.


Los humanos son realmente ganado, pensó Xhex mientras miraba por encima de todas las cabezas y hombros apiñados alrededor de la barra para el público en general del ZeroSum.
Era como si algún granjero hubiera llenado de granos un pesebre y la granja entera estuviera luchando por hundir el morro en él.
No es que las características bovinas del Homo Sapiens fueran mala cosa. La mentalidad de rebaño hacía más fácil la cosa desde el punto de vista de la seguridad; y en cierto modo, como con las vacas, uno podía alimentarse de ellos: con toda esa aglomeración en torno a esas botellas sólo era cuestión de purgar carteras, con la marea fluyendo en un solo sentido... hacia las arcas.
Las ventas de licor eran buenas. Pero las drogas y el sexo dejaban, incluso, más altos márgenes de beneficio.
Xhex se paseaba lentamente por el borde exterior del bar, extinguiendo con miradas duras la especulación ardiente de hombres heterosexuales y mujeres homosexuales. Joder, no lo entendía. Nunca lo había hecho. Para ser una hembra que no vestía nada más que camisas sin manga, pantalones de cuero y usaba el cabello corto como un soldado, captaba la atención tanto como las prostitutas semidesnudas de la zona VIP.
Pero bueno, en estos días estaba de moda el sexo duro, y los voluntarios para la asfixia autoerótica, los látigos azota–culos y las esposas triples eran como las ratas en el sistema de alcantarillas de Caldwell: estaban en todas partes y salían de noche. Lo que suponía una tercera parte de los beneficios mensuales del club.
Muchas gracias.
Sin embargo, al contrario que las chicas del club, ella nunca aceptaba dinero a cambio de sexo. En realidad no practicaba el sexo en absoluto. Excepto por Butch O'Neal, ese poli. Bueno, ese poli y...
Xhex llegó a la altura de la cuerda de terciopelo de la sección VIP y echó una mirada hacia la parte exclusiva del club.
Mierda. Él estaba aquí.
Justo lo que necesitaba esta noche.
El caramelo favorito de su libido estaba sentado en la parte más alejada, en la mesa de la Hermandad, sus dos camaradas le flanqueaban y escudaban de las tres chicas que también se apretujaban en el banco. Demonios, resultaba grande en ese reservado, vestido con una camiseta Affliction y un chaqueta de cuero negra que era medio motera medio antibalas.
Había armas bajo ella. Pistolas. Cuchillos.
Cómo habían cambiado las cosas. La primera vez que había aparecido por allí, era del tamaño de un taburete de la barra, apenas con suficiente músculo para partir un palillo para remover cócteles. Pero ese ya no era el caso.
Mientras ella saludaba con la cabeza a su gorila y subía los tres escalones, John Matthew alzó la mirada de su Corona. Incluso a través de la penumbra, sus profundos ojos azules brillaron cuando la vio, destellando como un juego de zafiros.
Hombre, podría pinchárselos. El hijo de puta acababa de pasar su transición. El Rey era su whard. Vivía con la Hermandad. Y era un maldito mudo.
Cristo. ¿Y ella había creído que Murhder había sido una mala idea? Cualquiera se figuraría que había aprendido la lección hacía dos décadas con ese Hermano. Pero nooooooooooo...
La cuestión era, que mientras miraba al crío, todo lo que podía ver era a él tendido desnudo sobre una cama, con su gruesa polla en la mano y la palma bajando y subiendo... hasta que su nombre escapaba de esos labios en un gemido sordo y se corría sobre su firme tableta de chocolate.
Lo trágico era que lo que veía no era una fantasía. Esos ejercicios neumáticos de puño realmente habían ocurrido. Con frecuencia. ¿Y cómo lo sabía? Porque, como una imbécil, le había leído la mente y captado el Memorex, en una versión tan buena como si fuera en vivo y en directo.
Cansada hasta el hartazgo de sí misma, Xhex se internó más profundamente en la sección VIP, permaneciendo apartada de él, y dirigiéndose a comprobar como estaba la jefa de las chicas. Marie–Terese era una trigueña con piernas magníficas y aspecto de ser cara. Era uno de sus mejores activos, y una estricta profesional y por consiguiente exactamente la clase de PRAC[3] que querías: Nunca caía en majaderías maliciosas, siempre llegaba en hora a sus turnos, y nunca se traía lo que sea que fuera mal en su vida personal al trabajo. Era una buena mujer con un trabajo horrible, haciendo dinero a manos llenas por una buena razón.
—¿Cómo van? —preguntó Xhex—. ¿Necesitas algo de mí o mis chicos?
Marie–Terese recorrió con la mirada a las otras chicas, sus pómulos altos captando la tenue luz, haciéndola parecer no solo sexualmente atractiva, sino categóricamente hermosa.
—Vamos bien por ahora. En este momento hay dos en la parte de atrás. Tan ocupadas como es habitual, excepto por el hecho de que nuestra chica no está aquí.
Xhex juntó las cejas bruscamente.
—¿Chrissy otra vez?
Marie–Terese inclinó la cabeza agitando su largo, negro y precioso cabello.
—Hay que hacer algo con ese caballero que la reclama.
—Ya se hizo algo, pero no lo suficiente. Y si ese es un caballero, yo soy la puñetera Estée Lauder. —Xhex apretó ambos puños—. Ese hijo de puta...
—¿Jefa?
Xhex miró sobre su hombro. Más allá de la montaña del gorila que estaba intentando atraer su atención, captó otra visión de John Matthew. Que todavía la miraba fijamente.
—¿Jefa?
Xhex se concentró.
—¿Qué?
—Hay un poli aquí que quiere verte.
No apartó los ojos de su gorila.
—Marie–Terese, di a las chicas que descansen diez minutos.
—Hecho.
La puta regente se movió rápido mientras aparentaba que sólo paseaba sobre sus tacones altos, yendo de una chica a otra y palmeándoles el hombro izquierdo, para después ir a golpear una vez en cada una de las puertas de los baños privados que había por el oscuro pasillo de la derecha.
Cuando el lugar estuvo vacío de prostitutas, Xhex dijo:
—¿Quién y por qué?
—Detective de homicidios. —El guardia le ofreció una tarjeta—. Dijo que su nombre era José de la Cruz.
Xhex tomó la cosa y supo exactamente por qué había venido el tipo. Y por qué Chrissy no.
—Hazlo sentar en mi oficina. Estaré allí en dos minutos.
—Entendido.
Xhex se llevó su reloj de pulsera a los labios.
—¿Trez? ¿iAm? Tenemos movida en la casa. Di a los corredores de apuestas que enfríen y a Rally que detenga las balanzas.
Cuando llegó la confirmación a su auricular, comprobó otra vez que todas las chicas hubieran abandonado la estancia; después se dirigió de vuelta a la parte pública del club.
Mientras abandonaba la sección VIP, pudo sentir los ojos de John Matthew en ella e intentó no pensar en lo que había hecho hacía dos amaneceres, al llegar a su casa... y lo que probablemente volvería a hacer cuando estuviera sola al final de la noche.
Puñetero John Matthew. Desde que se había colado en su cerebro y había visto lo que se hacía a sí mismo cada vez que pensaba en ella... ella había estado haciendo lo mismo.
Puñetero. John Matthew.
Como si ella necesitara esta mierda.
Ahora, mientras atravesaba el rebaño humano, fue ruda, y no le importó codear con fuerza a una pareja de bailarines. Casi esperaba que alguien se quejara para poder derribarlo sobre el culo.
Su oficina estaba en la parte de atrás del entresuelo, tan lejos como era posible de donde tenía lugar el sexo contratado y del espacio privado de Rehvenge donde se llevaban a cabo los tratos y las palizas. Como jefa de seguridad, ella era la interfaz primaria con la policía, y no había razón alguna para llevar a los unis azules más cerca de la acción de lo que debieran estar.
Limpiar las mentes de los humanos era una herramienta útil, pero tenía sus complicaciones.
Su puerta estaba abierta y evaluó al detective desde atrás. No era demasiado alto, pero aprobaba su constitución fornida. Su chaqueta sport era de Men's Wearhouse, sus zapatos, Florsheim. El reloj que asomaba por debajo de su manga era Seiko.
Cuando se volvió para mirarla, sus ojos oscuros eran astutos como los de Sherlock. Puede que no estuviera ganando un montón de billetes, pero no era tonto.
—Detective —le dijo, cerrando la puerta y pasando junto a él para tomar asiento tras su escritorio.
Su oficina estaba prácticamente vacía. No había fotos. Ni plantas. Ni siquiera un teléfono o un ordenador. Los archivos que estaban en los estantes de tres cerrojos a prueba de fuego eran relativos a la parte legítima del negocio, y la papelera era una trituradora de papel.
Lo cual significaba que el detective De la Cruz no había averiguado absolutamente nada durante los ciento veinte segundos que había pasado solo en la habitación.
De la Cruz sacó su placa y la mostró.
—Estoy aquí por una de sus empleadas.
Xhex fingió inclinarse y estudiar la placa, pero no necesitaba la ID. Su lado symphath le decía todo lo que necesitaba saber. Las emociones del detective contenían la mezcla adecuada de suspicacia, preocupación, resolución y cabreo. Se tomaba su trabajo seriamente, y estaba aquí por negocios.
—¿Qué empleada? —preguntó.
—Chrissy Andrews.
Xhex se recostó hacia atrás en su silla.
—¿Cuándo fue asesinada?
—¿Cómo sabe que está muerta?
—No juegue conmigo, Detective. ¿Por qué otra razón iba a preguntar por ella alguien de Homicidios?
—Lo siento, estoy en modo interrogatorio. —Deslizó su placa de vuelta en el bolsillo interior del pecho y se sentó frente a ella en la silla de respaldo duro—. El inquilino de debajo de su apartamento despertó con una mancha de sangre en el techo y llamó a la policía. Nadie en el edificio de apartamentos admitirá conocer a la señora Andrews, y no tenía ningún pariente próximo al que podamos localizar. No obstante, mientras registrábamos su casa, encontramos declaraciones de impuestos de este club como empleador suyo. Para abreviar, necesitamos que alguien identifique el cuerpo y...
Xhex se levantó, con la palabra hijo de puta rondando por su cráneo.
—Yo lo haré. Déjeme organizar a mis hombres para poder salir.
De la Cruz parpadeó, como si estuviera sorprendido de que fuera tan rápida.
—Usted... ah, ¿quiere que la lleve a la morgue?
—¿St. Francis?
—Síp.
—Conozco el camino. Me encontraré allí con usted en veinte minutos.
De la Cruz se puso en pie lentamente, con los ojos fijos en su rostro, como si estuviera buscando signos de inquietud.
—Supongo que eso es una cita.
—No se preocupe, Detective. No voy a desmayarme ante la vista de un cadáver.
Él la miró de arriba a abajo.
—Sabe en cierta forma eso no me preocupa.



[1] PTI, Para Tu Información. (N. de la T.)
[2]Pedazos de Mierda. Piece of shit, en el original POS (N. de la T.)
[3] Puta Regente A Cargo. Head Bitch In Charge en el original HBIC (N. de la T.)



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