jueves, 26 de mayo de 2011

GUIA DE LA HERMANDAD DE LA DAGA NEGRA/PADRE MIO CAPITULO 1 2 3

Capítulo 1

—Bella se ve bien.
Junto a la encimera de la cocina de la Hermandad, Zsadist tomó un cuchillo, apretó la punta de una lechuga romana y comenzó a atravesarla con el filo del cuchillo a intervalos de un centímetro.
—Sí, lo está.
Le agradaba la doctora Jane. Demonios, estaba en deuda con ella. Pero tuvo que recordar sus modales: sería de muy mal gusto morder la cabeza de la hembra que no sólo era la shellan de tu hermano, sino que además había salvado al amor de tu vida de desangrarse en la mesa de partos.
—En los últimos dos meses se ha recuperado espléndidamente. —La doctora Jane lo observaba desde el otro lado de la mesa que había entre ellos, manteniendo su maletín al estilo Marcus Welby, M.D., cerca de su mano fantasmal—. Y cómo creció Nalla. Por favor, el progreso de los niños vampiro es mucho más rápido que el de los bebés humanos. En el aspecto cognoscitivo es como si tuviera nueve meses de edad.
—Están muy bien. —Continuó cortando, moviendo la mano hacia abajo y a lo largo una y otra vez. En el extremo más alejado del cuchillo, las hojas saltaban formando tiras verdes y rizadas que parecían aplaudir por haber sido liberadas
—Y como te va a ti con todo el asunto de la paternidad…
—¡Mierda!
Dejando caer el cuchillo, maldijo y levantó la mano con la que había estado sosteniendo la lechuga. El corte era profundo, hasta el hueso, y su sangre se veía roja mientras brotaba y comenzaba a chorrear por su piel.
La doctora Jane se le acercó.
—Ok, vamos hacia el lavabo.
Había que darle crédito ya que, no le tocó el brazo ni trató de guiarlo apoyándole la mano en el omóplato; simplemente se asomó y señaló el camino hacia Kohlerland[1].
Seguía sin gustarle que nadie excepto Bella pusiera las manos sobre su cuerpo, aunque había mejorado un poco. Ahora, si el contacto era inesperado, su primer inclinación no era tomar una de sus armas ocultas para acabar con el que le había puesto las manos encima.
Cuando estuvieron frente al lavabo, la doctora Jane accionó el grifo, abriéndolo de forma que un cálido torrente aterrizó en la profunda curva de porcelana.
—Métela —dijo.
Él extendió el brazo y puso el pulgar debajo del agua caliente. El corte ardía como la mierda, pero ni siquiera parpadeó.
—Déjame adivinar. Bella te acaba de pedir que vinieras a hablar conmigo.
—Nop. —Cuando la taladró con la mirada, la buena doctora sacudió la cabeza—. La examiné a ella y al bebé. Eso fue todo.
—Bueno, mejor. Porque estoy bien.
—Tenía el presentimiento de que dirías eso. —La doctora Jane cruzó los brazos sobre el pecho y lo observó con una mirada tan fija que le hizo desear construir un muro de ladrillos entre ellos dos. Que fuera en estado sólido o traslucida como estaba en ese momento, no importaba. Cuando una hembra como esa te miraba fijamente, era como si te dieran con un chorro de arena. No era de extrañar que ella y V se llevaran bien.
 —Lo que sí mencionó fue que no te querías alimentar de ella.
Z se encogió de hombros.
—Nalla necesita lo que su cuerpo puede proveer más que yo.
—Sin embargo no es una situación en el que uno excluya al otro. Bella es joven y saludable y tiene excelentes hábitos alimenticios. Y tú dejas que se alimente de ti.
—Por supuesto. Haría cualquier cosa por ella. Por ella y su bebé.
Hubo un largo silencio. Y luego:
—¿Tal vez te gustaría hablar con Mary?
—Acerca de qué. —Cerró el grifo y sacudió la palma de la mano sobre el lavabo—. ¿Piensas que necesito un psiquiatra sólo porque contemplo las necesidades de mi shellan? ¿Qué demonios?
Arrancó una toalla de papel del rollo engastado debajo de los armarios y se secó la mano.
—¿Para quién es la ensalada, Z? —preguntó la doctora.
—¿Qué?
—La ensalada. ¿Para quién es?
Sacó la papelera y tiró la toallita dentro.
—Bella. Es para Bella. Mira, disculpa, pero…
—¿Y cuándo fue la última vez que tú comiste?
Levantó las manos, como diciendo «¡Para! Por el amor de Dios».
—Suficiente. Sé que tienes buenas intenciones, pero tengo poca paciencia, y lo último que necesitamos es que Vishous venga a por mi porque te traté con brusquedad. Entiendo lo que quieres decir…
—Mírate la mano.
Bajó la vista. La sangre salía de la palma de su mano y le corría por la muñeca y el antebrazo. Si no hubiera estado usando una camiseta de manga corta, la mierda hubiera estado acumulándose a la altura del codo. En cambio, estaba goteando sobre las baldosas color terracota.
El tono de voz de la doctora Jane fue irritantemente parejo, su lógica injuriosamente sólida.
—Tienes un trabajo peligroso en el cual confías en que tu cuerpo haga lo necesario para evitar que te maten. ¿No quieres hablar con Mary? Está bien. Pero debes hacer algunas concesiones físicas. Ese corte ya debería haber cerrado. No lo ha hecho, y estoy dispuesta a apostar que seguirá sangrando aproximadamente durante una hora más. —Sacudió la cabeza—. Te ofrezco un trato. Wrath me ha nombrado medico particular de la Hermandad. Si jodes con el tema de la comida, la alimentación y el descanso de forma que perjudique tu desempeño, te saco del juego y te mando al banquillo de suplentes.
Z miró fijamente las brillantes gotas rojas que rezumaban de la herida. El río que formaban atravesaba la banda negra de un centímetro de ancho que le habían tatuado en la muñeca casi doscientos años antes. Tenía una igual en el otro brazo y otra alrededor del cuello.
Estirándose hacia delante arrancó otra toallita de papel. Pudo limpiar la sangre bastante bien, pero no había forma de librarse de la marca que la puta depravada de su Ama le había dejado. La tinta estaba impregnada en su piel, puesta allí para evidenciar que era una propiedad para ser usada, y no un individuo con vida.
Sin razón aparente pensó en la piel de bebé de Nalla, tan increíblemente suave y absolutamente incólume. Todo el mundo reparaba en lo suave que era. Bella. Todos sus hermanos. Todas las shellans de la casa. Era una de las primeras cosas que comentaban cuando la sostenían. Eso y que se parecía a una almohada de plumas, porque te daban muchas ganas de abrazarla.
—¿Alguna vez intentaste librarte de esos? —dijo la doctora Jane suavemente.
—No pueden quitarse —dijo bruscamente, bajando la mano—. La tinta tiene sal en su composición. Es permanente.
—¿Pero alguna vez lo has intentado? Ahora hay lásers que…
—Será mejor que me ocupe de este corte para poder terminar aquí. —Tomó otra toalla de papel—. Necesito un poco de gasa y esparadrapo…
—Tengo aquí en mi maletín. —Se giró encaminándose hacia la mesa—. Tengo todo…
—No, gracias, yo me ocupo.
La doctora Jane levantó la vista para mirarlo fijamente, con una mirada serena.
—No me importa que seas independiente. Pero lo que no soporto es la estupidez. ¿Nos entendemos? Ese banquillo de suplentes tiene tu nombre escrito.
Si hubiera sido uno de sus hermanos, hubiera desnudado los colmillos y hubiera siseado. Pero no podía hacerle eso a la doctora Jane, y no sólo debido a que era una hembra. El asunto era que no tenía argumentos para discutirle. Lo que le ofrecía era una opinión médica completamente objetiva.
—¿Nos entendemos? —le provocó, para nada impresionada por el fiero aspecto que debía tener.
—Sí. Te escuché.
—Bien.

—Tiene esas pesadillas… Dios, las pesadillas.
Bella se inclinó y metió el pañal sucio en la papelera. Mientras se enderezaba tomó otro Huggies[2] de la parte de abajo del cambiador y también sacó el talco y las toallitas para bebés. Agarrando a Nalla por los tobillos, levantó el culito de su hija, hizo un rápido y enérgico barrido con la toallita, espolvoreó un poco de talco y deslizó el pañal limpio en su lugar.
Desde el otro lado de la habitación infantil, Phury dijo en voz baja:
—¿Pesadillas acerca de ser un esclavo de sangre?
—Deben serlo. —Bajó el culito limpio de Nalla y cerró el pañal con las cintas de los costados—. Porque no quiere hablar conmigo de ello.
—¿Ha estado comiendo? ¿Alimentándose?
Bella sacudió la cabeza mientras abrochaba los broches del body de Nalla. Era color rosa pastel y tenía apliques de calaveras blancas con los huesos cruzados.
—No mucha comida y nada de alimentación. Es como si… no sé. El día que ella nació, parecía tan asombrado, cautivado y feliz. Pero luego fue como si se hubiera activado un interruptor y simplemente se cerró. Es casi tan malo como al principio. —Miró fijamente a Nalla, que estaba pasando las manos por encima del diseño de la prenda que tenía sobre el pequeño pecho—. Lamento haberte pedido que vinieras… es que ya no sé qué más hacer.
—Me alegra que lo hicieras. Siempre pueden contar conmigo, ambos, lo sabes bien.
Acunando a Nalla contra su hombro, se dio la vuelta. Phury estaba recostado contra la cremosa pared de la habitación de la niña, su enorme cuerpo interrumpiendo el diseño de conejitos, ardillas y cervatillos pintados a mano.
—No quiero ponerte en una situación incómoda. Ni apartarte de Cormia innecesariamente.
—No lo has hecho. —Sacudió la cabeza, su cabello multicolor brilló—. Si permanezco en silencio es porque estoy tratando de pensar en cual sería la mejor manera de enfrentarlo. Hablar con él no siempre es la mejor solución.
—Cierto. Pero se me están acabando tanto las ideas como la paciencia. —Bella fue hacia la mecedora y se sentó acomodando a la niña en sus brazos.
Nalla miraba hacia arriba y los ojitos amarillos brillaban en su rostro angelical, en su mirada había reconocimiento. Sabía exactamente quién estaba con ella… y quién no. Esa conciencia la había adquirido en la última semana. Y lo había cambiado todo.
—No quiere cogerla, Phury. Ni siquiera la levanta.
—¿Hablas en serio?
Las lágrimas de Bella hicieron que el rostro de su hija apareciera borroso.
—Maldita sea, ¿cuándo va a terminar esta depresión post-parto? Lloro por cualquier nadería.
—Espera un segundo, ¿ni siquiera una vez? No la ha sacado de la cuna o…
—No quiere tocarla. Mierda, quieres pasarme un jodido pañuelo. —Cuando la caja de kleenex estuvo a su alcance, arrancó uno y lo presionó contra sus ojos—. Soy un desastre. En lo único que puedo pensar es en Nalla viviendo toda su vida preguntándose por qué su padre no la quiere. —Maldijo en voz baja cuando brotaron más lágrimas—. Vale, esto es ridículo.
—No es ridículo. Realmente no lo es.
Phury se arrodilló, manteniendo los pañuelos frente a él. Absurdamente, Bella notó que la caja tenía la imagen de un pasaje con árboles frondosos y un encantador camino de tierra que se perdía en la distancia. A cada lado, se veían arbustos florecidos con pimpollos color magenta que hacían que los arces parecieran estar usando tutús de ballet.
Se imaginó caminando por el camino de tierra… hacia un lugar que era mucho mejor que en el que estaba en ese momento.
Tomó otro pañuelo.
—El asunto es, que yo crecí sin un padre, pero al menos tuve a Rehvenge. No puedo imaginar lo que sería tener un padre que estuviera vivo pero muerto para ti. —Con un sonido de arrullo, Nalla bostezó ampliamente y resopló, frotándose el rostro con la parte trasera del puño—. Mírala. Es tan inocente. Y corresponde al amor tan bien… quiero decir… Oh, por el amor de Dios, voy a comprar acciones en Kleenex.
Con un sonido de disgusto sacó otro pañuelito con brusquedad. Para evitar mirar a Phury paseó la vista, dejó que sus ojos vagaran por la alegre habitación que antes del nacimiento había sido un vestidor. Ahora todo era de la pequeña, todo hablaba de familia, con la mecedora de pino que Fritz había hecho a mano, y la mesilla a juego, y la cuna que todavía estaba decorada con cintas de todos los colores.
Cuando su mirada se posó en la biblioteca bajita con todos sus libros grandes y chatos, se sintió aún peor. Ella y los demás hermanos eran los que le leían a Nalla, los que acomodaban a la pequeña en su regazo, abrían las brillantes cubiertas y hablaban en rima.
Nunca era su padre, aunque hacía casi un año que Z había aprendido a leer.
—No se refiere a ella como su hija. Es mi hija. Para él, ella es mía, no nuestra.
Phury emitió un sonido de disgusto.
—PTI[3], estoy tratando de resistir el impulso de ir a golpearlo en este mismo momento.
—No es culpa suya, quiero decir, después de todo lo que ha pasado… supongo que debería haber esperado esto. —Se aclaró la garganta—. Quiero decir, todo el asunto del embarazo no fue algo planeado, y me pregunto… si tal vez esta resentido conmigo y lamenta haberla tenido.
—Tú eres su milagro. Sabes que lo eres.
Tomó más pañuelos y sacudió la cabeza.
—Pero ya no se trata solo de mi. Y no la criaré aquí si él no puede aceptarnos a ambas… lo dejaré.
—Joder, creo que eso es un poco prematuro…
—Ella está empezando a reconocer a la gente, Phury. Está comenzando a entender que la están dejando de lado. Y él ha tenido tres meses para hacerse a la idea. Con el tiempo, se ha puesto peor en vez de mejorar.
Cuando Phury maldijo, ella levantó la vista hacia los brillantes ojos amarillos del gemelo de su hellren. Dios, ese color citrino era el mismo que brillaba en el rostro de su hija, así que no había forma de mirar a su hija sin pensar en su padre. Y sin embargo…
—En serio —dijo—, ¿cómo serán las cosas de aquí a un año? No hay nada más triste que dormir junto a alguien a quien extrañas como si se hubiera ido. O tenerlo como padre.
Nalla levantó una de sus regordetas manitas y se aferró a uno de los pañuelos.
—No sabía que estabas aquí.
Los ojos de Bella se dispararon hacia la puerta. Zsadist estaba allí de pie, con una bandeja en las manos en la cual llevaba una ensalada y una jarra de limonada. Había un venda blanca en su mano izquierda y mucho «no preguntes» en su rostro.
Asomado allí, sobre el límite de la habitación de la niña, se veía exactamente igual que cuando se había enamorado y emparejado con él: un macho gigantesco con el cráneo rapado, una cicatriz que le recorría el rostro, bandas de esclavo en las muñecas y el cuello y aros en los pezones que destacaban a través de su ceñida camiseta negra.
Pensó en la primera vez que lo había visto, golpeando una bolsa de arena en el gimnasio del centro de entrenamiento. Le había parecido que se movía brutalmente rápido sobre sus pies, sus puños volaban más velozmente de lo que su vista podía percibir, la bolsa de arena era forzada hacia atrás debido a sus puñetazos. Y luego, sin siquiera una pausa, extrajo una daga negra de su pechera y apuñaló la cosa que había estado golpeando, desgarrando con la hoja la piel de cuero de la bolsa, el relleno había caído libremente al suelo como si fueran los órganos internos de un lesser.
Había aprendido que el feroz guerrero no era todo lo que había en él. En esas manos también había una gran bondad. Y ese rostro arruinado con su labio superior desfigurado le había sonreído y la había mirado con amor.
—Vine a ver a Wrath —dijo Phury, poniéndose de pie.
Los ojos de Z se desviaron hacia la caja de kleenex que sostenía su gemelo, luego fueron hacia el montón de pañuelos que Bella tenía en la mano.
—Ah. sí.
Cuando entró y depositó la bandeja en la cómoda que contenía la ropa de Nalla, no miró a su hija. Ella, sin embargo, sabía que él estaba en la habitación. La niña volvió el rostro en su dirección, suplicándole con la mirada desenfocada y sus bracitos regordetes extendidos hacia él.
Z dio un paso atrás y salió al pasillo.
—Que tengas una buena reunión. Yo voy a salir de cacería.
—Te acompañaré a la puerta —dijo Phury.
—No tengo tiempo. Nos vemos luego. —Los ojos de Z encontraron los de Bella durante un instante—. Te amo.
Bella abrazó a Nalla apretándola contra su corazón.
—Yo también te amo. Cuídate.
Él asintió una vez y luego se fue.


Capítulo 2

Cuando Zsadist despertó en estado de pánico, intentó calmar su respiración para tratar de hacerse una idea de dónde se encontraba, pero sus ojos no eran de mucha ayuda. Todo estaba oscuro… estaba envuelto en una densa, y fría oscuridad que no podía atravesar, sin importar cuánto esforzara su vista. Podría haber estado en un dormitorio, al aire libre en el campo… o en la celda.
Había despertado de esa forma muchas, muchas veces. Durante los cien años pasados como esclavo de sangre, había despertado en un estado de ceguera producida por el pánico preguntándose qué le iban a hacer y quién se lo haría. ¿Después de verse libre? Las pesadillas hacían que le sucediera lo mismo.
En ambos casos era una tremenda estupidez. Cuando había sido propiedad de su Ama, preocuparse acerca de quién, qué y cuándo no le había servido de nada. El abuso era inevitable ya fuera boca arriba o boca abajo sobre la cama empotrada: Era usado hasta que ella y sus sementales quedaban saciados; luego lo dejaban para que yaciera solo allí en su prisión, degradado y expuesto.
¿Y ahora con las pesadillas? Despertar con el mismo terror que había sentido como esclavo solo validaba los pasados horrores que su subconsciente insistía en hacer aflorar.
Al menos… pensaba que estaba soñando.
El verdadero pánico le golpeó cuando se preguntó qué oscuridad le rodeaba. ¿Era la oscuridad de la celda? ¿O la oscuridad del dormitorio que compartía con Bella? No lo sabía. Ambas se veían iguales cuando no se tenían indicios visuales para descifrar y solo contaba con el sonido de su retumbante corazón en los oídos.
¿La solución? Trataría de mover los brazos y las piernas. Si estaban libres de cadenas, si no estaban sujetos, simplemente se trataba de un nuevo caso de verse cautivo de la prisión sofocante de su mente, del pasado intentando atravesar la tierra del cementerio de sus recuerdos para aferrarlo con sus huesudas manos. En tanto pudiera mover los brazos y las piernas a lo largo de sábanas limpias, estaba bien.
Correcto. Mover los brazos y las piernas.
Sus brazos. Sus piernas. Necesidad de moverlos.
Moverlos.
Oh, Dios… malditos seáis, moveos.
Sus extremidades no se movían, y en la parálisis de su cuerpo la desgarradora verdad le destrozó. Estaba en la desalentadora oscuridad de la celda del Ama, encadenado, sobre su espalda, con gruesas esposas de hierro manteniéndolo sobre la cama empotrada. Ella y su amante volverían a por él, y le harían lo que quisieran, mancillando su piel, corrompiéndole por dentro.
Gimió, el patético sonido vibró en su pecho y escapó a través de la brecha de su boca como si se sintiera aliviado de verse libre de él. Bella era el sueño. Él vivía en la pesadilla.
Bella era el sueño…
Sintió pasos aproximándose desde la escalera oculta que bajaba desde el dormitorio del Ama, el sonido resonaba y se hacía más fuerte. Y había más de un juego de pisadas en los escalones de piedra.
Con horror animal, sus músculos se tensaron y se distendieron contra su esqueleto, luchando desesperadamente para liberarse de la despreciable contención de la piel que estaba a punto de ser sobada, invadida y usada. Su rostro se cubrió de sudor, y su estómago se rebeló, la bilis dirigió un asalto subiendo por el esófago hasta la base de su lengua…
Alguien estaba gritando.
No… llorando.
El llanto de un bebé resonó en el extremo más alejado de la celda.
Su lucha se detuvo mientras se preguntaba que hacía un niño en ese lugar. El Ama no tenía hijos, ni tampoco había estado embarazada durante el año que había sido su dueña…
No… espera… él había traído al bebé allí. Era su bebé el que lloraba… y el Ama iba a encontrar al bebé. Iba a encontrar al bebé y…
Oh, Dios.
Esto era culpa suya. Él había traído al bebé a este lugar.
Libera al bebé. Libera al bebé…
Z cerró los puños y clavó los codos contra la cama empotrada, tirando con cada gramo de fuerza que tenía. La fuerza no sólo venía de su cuerpo; nacía de su voluntad. Con un imponente impulso, él…
…no llegó a ningún lugar. Las esposas cortaron sus muñecas y tobillos hasta llegar al hueso, rebanando su piel de forma que la sangre se mezcló con el sudor frío.
Cuando la puerta se abrió, el bebé estaba llorando y él no podía salvarla. El Ama iba a…
La luz lo bañó, lanzándolo a la verdadera consciencia.
Salió de su cama de emparejado como si hubiera sido golpeado por un Chevy, aterrizando en una postura de lucha con los puños levantados a la altura del pecho, los hombros encuadrados como nudos de acero y los muslos listos para saltar.
Bella se apartó lentamente de la lámpara que acababa de encender, como si no quisiera asustarlo.
Paseó la vista por el dormitorio. Como de costumbre, no había nadie con quien pelear, pero había despertado a todo el mundo. En el rincón, Nalla lloraba en su cuna, y había dado un susto de muerte a su siempre amante shellan. Otra vez.
No había ninguna Ama. Ninguno de sus consortes. No había celda ni cadenas estirándolo sobre una cama empotrada.
Ningún bebé compartiendo la celda con él.
Bella se deslizó fuera de la cama y fue hacia la cuna para levantar a Nalla, que tenía todo la carita roja y chillaba. No obstante, su hija, no quiso aceptar nada del consuelo que le ofrecía. La niña levantó sus regordetes bracitos dirigiéndolos directamente hacia Zsadist, llorando por su padre, derramando lágrimas a raudales.
Bella aguardó un momento, como si tuviera la esperanza de que ésta vez fuera diferente, que él se acercara y tomara a la niña en sus brazos ofreciéndole el consuelo que claramente ella quería que él le ofreciera.
Z retrocedió hasta que sus omoplatos golpearon contra la pared más alejada, y se rodeó el pecho con los brazos.
Bella se volvió y susurrándole algo a su niñita se dirigió a la habitación infantil adyacente. Al cerrarse, la puerta amortiguó los lloriqueos de su hija.
Z se deslizó hacia abajo hasta que su culo golpeó el suelo.
—Joder.
Se frotó el cráneo rapado, pasando la mano de atrás hacia delante, luego apoyó los brazos en las rodillas y dejó que ambas manos colgaran libremente. Después de un momento, se dio cuenta que se había sentado como solía hacerlo cuando estaba en la celda, con la espalda contra el rincón que estaba frente a la puerta, las rodillas levantadas y el cuerpo desnudo tembloroso.
Observó las bandas de esclavo que tenía alrededor de las muñecas. El negro era tan denso sobre su piel, tan sólido, que se parecían a las esposas de hierro que alguna vez había llevado.
Después de solo Dios sabe cuánto tiempo, la puerta de la habitación para niños se abrió y Bella salió con el bebé. Nalla estaba nuevamente dormida, pero cuando Bella la acostó en la cuna, lo hizo con cuidado, como si fuera una bomba a punto de estallar en cualquier momento.
—Lo siento —dijo suavemente, frotándose las muñecas.
Bella se puso una bata y se dirigió hacia la puerta que daba al pasillo. Con la mano sobre el picaporte, se volvió a mirarlo, con una expresión distante en la mirada.
—Ya no puedo seguir diciendo que todo está bien.
—Realmente lamento lo de los sueños…
—Me refiero a Nalla. No puedo decir que está bien el hecho de que la eludas… que lo entiendo, que todo mejorará y que seré paciente. La verdad es que es tu hija tanto como la mía, y me mata ver que te apartas de ella. Sé por lo que has tenido que pasar, y no quiero parecer insensible, pero… para mi ahora todo es diferente. Debo pensar en términos de lo que es mejor para ella, y ¿tener un padre que ni siquiera quiere tocarla? No lo es.
Z flexionó y abrió ambas manos y se miró fijamente las palmas, tratando de imaginarse levantando a la niña.
Las bandas de esclavo le parecían enormes. Enormes… y contagiosas.
Pensó que la palabra adecuada no era no quiere. Era no puede.
El asunto era que si en efecto consolaba a Nalla, jugaba con ella y le leía, significaría que lo tendría a él como padre, y el legado que podía aportarle no era nada con lo que quisiera cargar a un bebé. La hija nacida de Bella merecía algo mejor que eso.
—Necesito que decidas qué es lo que quieres hacer —dijo Bella—. Si no puedes ser su padre, te dejaré. Sé que suena cruel, pero… debo pensar en lo que es mejor para ella. Te amo y siempre te amaré, pero ya no se trata sólo de mi.
Por un instante, pensó que no había oído bien. ¿Dejarlo?
Bella salió hacia la sala de las estatuas.
—Voy a buscar algo para comer. No te preocupes por ella… volveré enseguida.
Cerró la puerta silenciosamente detrás de ella.

Cuando dos horas después cayó la noche, la forma en que esa puerta se había cerrado tan silenciosamente todavía seguía retumbando en la cabeza de Z.
De pie delante de su armario lleno de camisas negras, pantalones de cuero y shitkickers, exploró sus sentimientos más íntimos, persiguiéndolos entre el laberinto de sus emociones.
Por supuesto que deseaba superar el enredo mental que tenía con su hija. Era obvio que sí.
Pero simplemente era insuperable. Lo que le habían hecho a él podía haber quedado en el pasado, pero todo lo que tenía que hacer era mirarse las muñecas para ver que todavía estaba sucio por todo ello… y no quería ese tipo de mierda cerca de Nalla. Había tenido el mismo problema con Bella al principio de su relación, y luego había logrado superarlo con su shellan, pero con el bebé las implicaciones eran más graves: Z era la personificación material del tipo de crueldad que existía en el mundo. No deseaba que su hija supiera que existían tales profundidades de depravación y, mucho menos exponerla a ella a sus efectos secundarios.
Mierda.
¿Qué demonios iba a hacer cuando fuera lo suficientemente mayor para mirarlo a la cara y preguntarle por qué tenía esas cicatrices y qué se las había ocasionado? ¿Qué haría cuando quisiera saber por qué tenía bandas negras en la piel? ¿Qué respondería su tío Phury cuando le preguntara por qué le faltaba una pierna?
Lentamente Z se puso una camisa y un par de pantalones de cuero, luego sacó un arnés de pecho para las dagas y abrió el armario de las armas. Sacó un par de SIG Sauer calibre cuarenta y las comprobó rápidamente. Solía utilizar nueve milímetros... joder, solía luchar a mano limpia. No obstante, desde que Bella había aparecido en su vida, se había vuelto más cuidadoso.
Y evidentemente ése era el otro aspecto de su comecocos mental. Su trabajo era matar. Ese era su oficio. Nalla iba a crecer preocupándose por él todas las noches. ¿Cómo podría evitarlo? Bella lo hacía.
Cerró la puerta del armario de las armas y volvió a pasarle el cerrojo, luego metió los cañones de las armas en las pistoleras de las caderas, controló sus dagas, y se puso la chaqueta de cuero.
Miró la cuna dónde Nalla continuaba durmiendo.
Pistolas. Dagas. Estrellas arrojadizas. Cristo, la niña debería estar rodeada de sonajeros y ositos de peluche.
En conclusión, no estaba hecho para ser padre. Nunca lo había estado. De todas formas, la biología lo había elevado a ese rol, y ahora todos estaban encadenados a su pasado: aunque no pudiera imaginarse la vida sin Bella, no había forma de comprender cómo podía ser el padre que Nalla se merecía.
Frunciendo el ceño, se imaginó la fiesta de presentación en sociedad de Nalla, algo que todas las hembras de la glymera celebraban un año después de pasada la transición. La hija siempre bailaba la primera pieza con su padre, y vio a Nalla luciendo un vaporoso vestido rojo, con el cabello multicolor recogido, rubíes en su garganta y… a sí mismo con su rostro desfigurado y sus bandas de esclavo asomando por debajo de las mangas del esmoquin.
Genial. Esa era una imagen condenadamente genial.
Maldiciendo, Z se dirigió hacia el cuarto de baño, dónde Bella se estaba preparando para la velada. Iba a decirle que saldría para seguir una pista que tenía de la noche anterior y que ni bien hubiera terminado, volvería y hablarían. Sin embargo cuando miró desde la esquina se detuvo en seco.
En medio del vapor que se elevaba de la ducha, Bella estaba secándose el cuerpo. Su cabello estaba envuelto en una toalla, su largo cuello expuesto y sus cremosos hombros moviéndose de un lado a otro mientras pasaba enérgicamente la toalla a lo largo de su espalda. Sus pechos se balanceaban, atrayendo su mirada y excitándolo.
Era un cabrón, pero mientras la observaba en lo único que podía pensar era en sexo. Dios, era hermosa. Le había gustado cuando estaba redondeada por el embarazo, y también le gustaba como estaba ahora. Después del nacimiento de Nalla había adelgazado rápidamente, su estómago estaba tan tenso como lo había sido antes, sus caderas habían vuelto a adquirir su fina silueta. No obstante, sus pechos estaban más grandes, los pezones habían adquirido un color rosado más oscuro y su contorno era más pronunciado.
Su polla embistió contra sus pantalones de cuero como un criminal queriendo salir de prisión.
Mientras se acomodaba, se dio cuenta que Bella y él no habían estado juntos desde mucho antes del nacimiento. Había sido un embarazo difícil, y luego Bella había necesitado tiempo para sanar y había estado legítimamente ocupada cuidando a su pequeña.
La extrañaba. La deseaba. Seguía pensando que era la hembra más espectacularmente erótica que caminaba sobre la faz del planeta.
Bella dejó caer la bata sobre la encimera, se puso frente al espejo, y se miró fijamente. Con una mueca, se inclinó hacia delante y se pasó el dedo por los pómulos, la quijada y por debajo de la barbilla. Enderezándose frunció el ceño, se giró para observarse de costado y hundió el estómago.
Él se aclaró la garganta para llamar su atención.
—Ya estoy listo para salir.
Cuando sintió su voz, Bella luchó por recuperar su bata. Poniéndosela rápidamente, ató el cinturón y tiró de las solapas cerrándoselas sobre la garganta.
—No sabía que estabas ahí.
—Bueno… —Su erección se desinfló—. Lo estoy.
—¿Te vas? —dijo mientras se soltaba el cabello.
—Sí, estoy a punto de salir. Sin embargo voy a estar disponible, como siempre… —dijo pensando que ella ni siquiera había oído sus palabras.
—Estaremos bien. —Se inclinó hacia delante y comenzó a frotarse el cabello para secarlo, el ruido que producía la toalla al aletear le pareció muy alto.
Aunque sólo estaba a unos tres metros de distancia, no podía alcanzarla. No podía preguntarle por qué se escondía de él. Tenía demasiado miedo de cuál podría ser la respuesta.
—Que tengas una buena noche —dijo con brusquedad. Aguardo un momento, rezando para que levantara la vista y lo mirara, le sonriera un poco, que le diera un beso de despedida ya que partía a la guerra.
—Tú también. —Levantó la cabeza, sacudiendo el cabello y se estiró para alcanzar el secador—. Cuídate.
—Lo haré.

Bella encendió el secador de cabello y tomó el cepillo para parecer ocupada mientras Z se volvía y salía. Cuando estuvo segura que se había ido, dejó de fingir, apagó el secador y lo dejó sobre la encimera de mármol.
Le dolía tanto el corazón, que le revolvía el estómago, y mientras miraba fijamente su reflejo, deseó arrojar algo contra el vidrio.
No habían estado juntos, en verdad juntos, desde… Dios, debían haber pasado cuatro o cinco meses, antes de que empezara a tener pérdidas.
Él ya no pensaba en ella sexualmente. No desde que Nalla había nacido. Era como si para él, el nacimiento hubiera apagado esa parte de su relación. Ahora cuando la tocaba, era como lo hubiera hecho un hermano… gentilmente, con amabilidad.
Nunca de forma apasionada.
Al principio, había pensado que tal vez se debía a que no estaba tan delgada como antes, pero en las últimas cuatro semanas su cuerpo había vuelto a ser el mismo.
Al menos eso pensaba. ¿Quizás se estaba engañando a si misma?
Aflojando la bata, la abrió por el medio, se puso de lado, y examinó su vientre. En la época en que su padre había estado vivo, cuando estaba creciendo, la importancia de que las hembras de la glymera fueran delgadas había sido grabada en ella, y aún después de su muerte ocurrida tantos años atrás, esas severas advertencias acerca de engordarse todavía la perseguían.
Bella se envolvió en la bata nuevamente, y ató el cinturón con firmeza.
Ciertamente, deseaba que Nalla tuviera a su padre, y esa era su principal preocupación. Pero extrañaba a su hellren. El embarazo había ocurrido tan rápido que no habían tenido oportunidad de disfrutar de un período de enamorados, durante el cual poder simplemente deleitarse con la compañía del otro.
Cuando volvió a levantar y encender el secador, trató de no contar la cantidad de días que habían pasado desde que él se había acercado a ella en la forma en que lo haría un macho. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que la había buscado a través de las sábanas con sus grandes y cálidas manos, despertándola con los labios en la parte de atrás de su cuello y una dura erección presionándose contra su cadera. 
También era verdad que ella tampoco había tratado de buscarlo a él. Pero no estaba segura del tipo de recibimiento que iba a tener. Lo último que necesitaba en ese momento era que la rechazara porque ya no la encontraba atractiva. Ya le bastaba con la ruina emocional que le aportaba el hecho de ser madre, muchísimas gracias. Un fracaso en el frente femenino era más de lo que podría soportar.
Cuando su cabello estuvo seco, se pasó rápidamente el cepillo y luego fue a comprobar como estaba Nalla. De pie junto a la cuna, mirando a su hija, no podía creer que las cosas hubieran llegado a un ultimátum. Siempre había sabido que después de todo lo que Z había tenido que soportar continuaría teniendo problemas en algunos aspectos, pero nunca se le había ocurrido pensar que no podrían superar su pasado.
 Le había parecido que el amor que se profesaban sería suficiente para superar cualquier cosa.
Tal vez no era así.

Capítulo 3

La casa estaba apartada del camino de tierra y atestada de matorrales y árboles enmarañados llenos de hojas marrones. El diseño del lugar era una mezcla de varios estilos arquitectónicos, con un único elemento unificador dado por el hecho de que todos habían sido mal reproducidos: tenía el techo al estilo Cape Cod pero se desarrollaba en un solo piso como un rancho; tenía pilares en el porche delantero como una casa colonial, pero los paneles eran de plástico como los de un tráiler; estaba dispuesta en el terreno como si se tratara de un castillo y sin embargo tenía la nobleza de un contenedor de basura reventado.
Oh, y estaba pintada de verde. Del mismo verde que el Gigante Verde.
Probablemente el lugar había sido construido veinte años atrás por un tipo de ciudad con muy mal gusto que buscaba comenzar una nueva vida como caballero rural. Ahora todo el lugar estaba venido a menos, a excepción de una cosa: la puerta estaba hecha de acero inoxidable resplandeciente y fresco como una margarita y además reforzado como algo que se podría encontrar en un hospital psiquiátrico o una cárcel.
Y las ventanas estaban entabladas con filas de tablones de dos por seis metros.
Z se agachó detrás del chasis oxidado de lo que había sido un Trans Am del 92, y aguardó a que las nubes se juntaran y cubrieran la luna para poder avanzar. Rhage estaba escondido detrás de un roble, al otro lado del césped cubierto de hierbajos y la entrada para autos de gravilla.
El cual era el único árbol lo suficientemente grande para esconder al hijoputa.
La Hermandad había localizado ese sitio la noche anterior por un golpe de suerte. Z había estado en el centro patrullando el parque de coníferas que había debajo de los puentes de Caldwell cuando sorprendió a un par de matones tirando un cuerpo en el río Hudson. Habían dispuesto del mismo de forma rápida y profesional: llegaron en un sedan sin marcas distintivas, dos tipos con capuchas negras bajaron y fueron hacia el baúl de dónde agarraron el cuerpo por los pies y la cabeza y los restos fueron arrojados a la corriente.
Splish-splash, se fue a tomar un baño.
Z se encontraba a aproximadamente unos nueve metros río abajo, por lo que cuando el tipo muerto pasó flotando junto a él, pudo ver por la mueca de su boca que era un macho humano. Normalmente esto no hubiera dado motivo para que hiciera absolutamente nada. El que hubieran jugado a «El Padrino» con algún tipo, no era nada de su incumbencia.
Pero el viento cambió de dirección y le trajo un atisbo de algo dulce como algodón de azúcar.
Había solo dos cosas que Z sabía que olían de esa forma y caminaban erguidas: las damas ancianas y los enemigos de su raza. Considerando que era muy improbable que Betty White y Bea Arthur[4] estuvieran debajo de esas capuchas canalizando su Tony Soprano[5] interior, eso significaba que allí frente a él tenía a dos lessers. Y ese escenario sí que encajaba muy bien en la lista de cosas pendientes de Z.
Con un perfecto sentido de la oportunidad, el par de asesinos comenzó a discutir. Mientras ellos se ponían barbilla-a-barbilla y hacían un par de amagues de darse puñetazos, Z se desmaterializó hacia el pilar más cercano al sedán. En la matrícula del Impala destartalado se leía 818 NPA, y no parecía tener más ocupantes ya fuera de la variedad cadáver o de la animada.
En un instante, volvió a desmaterializarse, esta vez hacia el techo del depósito que flanqueaba el puente. Desde esa altura, aguardó con el teléfono en el oído y una línea abierta con Qhuinn, protegiéndose contra el golpe de viento que subía por la parte trasera del edificio.
Por lo general los lessers no mataban humanos. Por un lado era una pérdida de tiempo, porque no te ganaba puntos con el Omega, y por otro si te llegaban a atrapar te ocasionaba muchas molestias. Sin desmerecer lo dicho, si algún tipo veía algo que no debería, los asesinos no dudarían en hacer un trabajo al por mayor y apoderarse de la recompensa.
Cuando finalmente el Impala salió de debajo del puente, dobló a la derecha y comenzó a alejarse del centro. Z habló por el móvil y un momento después un Hummer negro apareció por el mismo lugar por dónde había desaparecido el Impala.
Qhuinn y John Matthew habían estado disfrutando de una noche libre con Blay en el ZeroSum, pero esos chicos siempre estaban listos para la acción. En cuanto Z los llamó, los tres corrieron hacia el nuevo coche de Qhuinn, que estaba aparcado a una manzana y media de distancia.
Bajo las órdenes de Z los chicos pisaron el acelerador para alcanzar al sedán. Mientras le daban alcance, Z mantuvo a los lessers a la vista, desmaterializándose de una azotea a otra mientras el PDM circulaba por el borde del río. Fue una jodida suerte que los asesinos no decidieran tomar la autopista, de otra forma podrían haber escapado.
Qhuinn tenía aptitudes detrás del volante y una vez que su Hummer estuvo seguramente detrás del sedán, Z dejó la mierda del Hombre Araña y dejó que los chicos continuaran con el trabajo. Unos dieciséis kilómetros después, Rhage los relevó con su GTO solo para disimular un poco y reducir la probabilidad de que los lessers se dieran cuenta que estaban siendo rastreados.
Justo antes del amanecer, Rhage los había seguido hasta este lugar, pero la luz del día había estado muy cercana para intentar cualquier tipo de infiltración.
Esta noche venía la segunda parte. Ciertamente.
Y quien lo hubiera dicho. En la entrada para coches estaba aparcado el Impala, muy tranquilo.
Cuando finalmente las nubes se reunieron, Z le dio la señal a Hollywood, y ambos se desmaterializaron, apareciendo uno a cada lado de la puerta principal. Lo primero que escucharon fue una discusión, las voces eran las mismas que Z había escuchado la noche anterior junto al Hudson. Evidentemente el par de asesinos aún seguía discutiendo el asunto.
Tres, dos… uno…
Rhage abrió la puerta de una patada, dándole una tan fuerte a la hija de puta que su shitkicker abolló el panel de metal.
Los dos lessers que estaban en el vestíbulo se giraron rápidamente, pero Z no les dio oportunidad de responder. Tomando la delantera con los cañones de sus SIG, les disparó a los dos en medio del pecho, las balas hicieron que retrocedieran girando sobre sí mismos.
Rhage sacó las dagas y se puso a trabajar, dando un salto y apuñalando primero a uno y después al otro. Mientras los flashes de luz blanca y los ásperos sonidos se desvanecían, el hermano se puso de pie de un salto y se quedó inmóvil como una roca.
Ni Z ni Rhage se movían. Usando sus sentidos, indagaban en el silencio de la casa, buscando algo que sugiriera que había más ocupantes.
El gemido que burbujeó dentro de toda aquella calma provenía de la parte de atrás, y Z caminó velozmente hacia el sonido, con el cañón del arma delante de él. En la cocina, la puerta de la despensa estaba abierta, y se desmaterializó a la izquierda de la misma. Asomando brevemente la cabeza echó un vistazo a las escaleras. Abajo, una bombilla pelada colgaba de un cable rojo y blanco, pero el charco de luz no mostraba nada más que las tablas manchadas del suelo.
Z apagó la bombilla con su voluntad y Rhage le proporcionó cobertura desde la parte alta de la escalera mientras Z evitaba los desvencijados escalones desmaterializándose hacia la oscuridad.
En el nivel más bajo olió sangre fresca y a su izquierda oyó el stacccato que producía el chasquido de unos dientes que castañeteaban.
Volvió a prender la luz del sótano con su voluntad... y se quedó sin aliento.
Había un macho vampiro civil con los brazos y las piernas atados a una mesa. Estaba desnudo y cubierto de hematomas, y en vez de mirar a Z, apretaba con fuerza los ojos, como si no pudiera soportar saber qué era lo que se le estaba aproximando.
Durante un momento Z no pudo moverse. Era su propia pesadilla a todo color, y la realidad se distorsionó de tal forma que no estaba seguro de si él era el que estaba atado o si era el tipo que venía al rescate.
—¿Z? —dijo Rhage desde arriba—. ¿Hay algo ahí?
Z prestó atención inmediatamente y se aclaró la garganta.
—Estoy en ello.
Mientras se acercaba al civil, dijo suavemente en la Antigua Lengua:
Quédate tranquilo.
Los ojos del vampiro se abrieron de golpe y su cabeza se irguió. Había una expresión de incredulidad, de asombro, en su mirada.
—Quédate tranquilo. —Z comprobó dos veces las esquinas del sótano, su mirada penetrando las sombras, buscando signos de que hubiera un sistema de seguridad. Todo lo que vio fueron muchas paredes de hormigón y entarimado de madera, junto con antiguas tuberías y cables serpenteando por el techo. No había ojos de cámaras ni aparatos de suministro eléctrico nuevos.
Estaban solos y sin vigilancia, pero solo Dios sabía por cuánto tiempo más.
—Rhage, ¿todavía está todo despejado? —gritó hacia arriba.
—¡Despejado!
—Hay un civil. —Z evaluó el cuerpo del macho. Le habían golpeado, y aunque no parecía tener heridas abiertas, no había forma de saber si se podría desmaterializar.
—Llama a los muchachos por si necesitamos transporte.
—Ya lo hice.
Z dio un paso adelante…
El suelo se abrió bajo de sus pies, astillándose justo debajo de él.
Mientras la gravedad le aferraba firmemente con sus codiciosas manos e iniciaba una caída libre, en lo único que pudo pensar fue en Bella. Dependiendo de lo que encontrara en el fondo, esto podría ser…
Aterrizó en algo que se hizo pedazos por el impacto, astillas de lo que fuera, cortaron sus pantalones de cuero y sus manos antes de rebotar hacia arriba para cortarle el rostro y el cuello. Mantuvo el arma aferrada porque había sido entrenado para ello, y debido al relámpago de dolor que hizo que se tensara de la cabeza a los pies.
Tuvo que realizar unas cuantas inspiraciones profundas antes de poder reiniciar su cerebro y tratar de evaluar los daños.
Mientras se sentaba lentamente, el tintineante sonido de trozos de cristal cayendo sobre un suelo de piedra resonaba a su alrededor. En el círculo de luz que provenía del sótano que tenía encima, vio que estaba sentado en medio del brillante resplandor de cristales…
Había caído sobre una lámpara de araña del tamaño de una cama.
Y su bota izquierda estaba apuntando hacia atrás.
—Qué. Cagada.
Su pierna rota comenzó a latir de dolor, haciéndole pensar que si no hubiera mirado la maldita cosa, quizás habría continuado sin sentirla.
El rostro de Rhage apareció sobre el borde del agujero dentado de arriba.
—¿Estás bien?
—Libera al civil.
—¿Estás bien?
—Me golpeé la pierna.
—¿Cuánto?
—Bueno, estoy mirando el talón de mi shitkicker y el frente de mi rodilla al mismo tiempo. Y hay una muy alta posibilidad de que vomite. —Tragó con fuerza, tratando de convencer a sus arcadas que se relajaran—. Suelta al civil y luego veremos cómo me sacas de aquí. Oh, y limítate a andar sobre la fila de clavos del suelo. Evidentemente los tablones están debilitados.
Rhage asintió y luego desapareció. Como las pesadas pisadas en la parte de arriba causaban que cayeran montones de polvo, Z metió la mano en su chaqueta y sacó su Maglite.[6] La cosa era del tamaño de su dedo pero era capaz de emitir un rayo tan potente como el faro de un coche.
Mientras recorría el lugar con la linterna, su problema en la pierna lo molestaba un poco menos.
—¿Qué… demonios?
Era como estar en una tumba egipcia. La habitación de doce metros por doce estaba poblada de objetos que resplandecían, pinturas al óleo con marcos dorados, candelabros de plata, estatuas enjoyadas, pilas enteras de cubertería de plata esterlina. Y por todos lados había cajas apiladas que probablemente contuvieran joyas, así como también una fila de aproximadamente quince maletines de metal que dentro debían contener dinero.
Este era un depósito de botines, lleno con lo que había sido robado durante las incursiones practicadas el verano anterior. Todo esto había pertenecido a la glymera… hasta reconocía los rostros de algunos de los retratos.
Allí abajo había un montón de cosas valiosas. Y mira tú. Hacia la derecha, cerca del suelo de tierra compacta, una luz roja comenzó a parpadear. Su caída debía haber activado el sistema de alarma.
La cabeza de Rhage volvió a aparecer ante su vista.
—El civil está libre, pero le resulta imposible desmaterializarse. Qhuinn está a menos de un kilómetro de aquí. ¿Sobre qué mierda estás sentado?
—Sobre una araña, y eso no es ni la mitad de lo que tengo para decirte. Escucha, vamos a tener compañía. Este lugar está vigilado y activé el dispositivo de alarma.
—¿Hay alguna escalera que lleve hacia ti?
Z se limpió de la frente el sudor producido por el dolor, la mierda se sentía fría y pegajosa sobre el dorso de su mano ensangrentada. Mientras movía la linterna a su alrededor, sacudió la cabeza.
—No puedo ver ninguna, pero tienen que haber traído el botín hasta aquí de alguna forma, y seguro como el infierno que no fue a través de ese suelo.
Rhage levantó la cabeza y el hermano frunció el ceño. El sonido de metal contra metal que hizo su daga al ser desenfundada fue como un jadeo de anticipación.
—Ese es Qhuinn o un asesino. Arrástrate fuera de la luz mientras lo averiguo.
Hollywood desapareció del agujero del suelo, sus pisadas ahora eran silenciosos susurros.
Z tuvo que enfundar el arma para sacar del camino algunos fragmentos de cristal. Apoyándose en las palmas levantó el culo de la tierra y apoyándose también en su pie bueno comenzó a avanzar como una araña hacia la oscuridad, dirigiéndose hacia el candelabro de seguridad. Después de retroceder justo hasta dónde estaba la maldita cosa y como fue el único lugar libre que pudo encontrar entre las pilas de cuadros y platería, se acomodó contra la pared.
Cuando arriba todo continuó en silencio, supo que no eran Qhuinn y los muchachos. Y sin embargo tampoco se oían sonidos de lucha.
Y entonces la mierda fue de mal en peor.
La «pared» en la que estaba apoyado se deslizó hasta abrirse y él cayó de espaldas… a los pies de un par de cabreados lessers de cabello blanco.



[1] La traducción sería la tierra de Kohler. Kohler es una compañía de Winsconsin que se dedica a fabricar fontanería, artefactos sanitarios, muebles, etc.
[2] Marca comercial de pañales.
[3] PTI: Para Tu Información.
[4] Betty White y Bea Arthur: Actrices norteamericanas que trabajaban en Las Chicas de Oro (The Golden Girls).
[5] Tony Soprano: Protagonista de la serie Los Soprano, que trata sobre la Mafia.
[6] Maglite: Marca de linternas.

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