viernes, 4 de junio de 2010

LA HISTORIA DEL HIJO/CAPITULO 5





Al mismo tiempo que el sonido del portazo de una puerta de metal al cerrarse rebotó entre las paredes de piedra, les llegó flotando el olor a beicon. Michael pareció indeciso.
—Más tarde —le dijo ella.
—Debes comer.
—Más tarde.
—No, ahora. Yo… tengo mucha hambre de ti. Vendré a ti cuando hayas terminado. —Diciendo esto, fue a buscar la bandeja, que había sido dejada en la caja del pan que había junto a la puerta. Acercó la comida a la cama, y luego desapareció en la oscuridad.
Cuando cesó el sonido de cadenas, Claire se envolvió en la bata. Era difícil concebir que podía sentirse frustrada después de la liberación que acababa de proporcionarle. Pero lo estaba. Lo quería dentro de ella.
Claire levantó la tapa, miró la comida, y se quedó congelada.
—Esto es el almuerzo.
El beicon estaba dentro de una quiche[1] y había un vaso de vino junto a una tarta de frutas.
—Estabas dormida a la hora del desayuno y no quería que comieras comida fría.
Jesús, sólo le quedaba un día y medio. En circunstancias normales eso sería motivo de celebración, asumiendo que iba a lograr salir viva de allí para poder volver a buscarlo. Pero el hecho de tener que dejarlo, aunque fuera a regresar para liberarlo, la ponía ansiosa como el infierno.
—Michael, te voy a sacar de aquí. —Cuando no obtuvo respuesta, saltó de la cama con la urgencia fundada en el miedo al futuro—. ¿Me escuchaste?
Comenzó a caminar en dirección al rincón oscuro.
—Detente —le ordenó.
—No. —Tomó el candelabro con la vela que estaba oscilando en la mesilla de noche y lo sostuvo frente a ella mientras avanzaba en línea recta a través de la habitación.
—No te acerques más…
Cuando la luz penetró la oscuridad del rincón, jadeó. Cuatro segmentos de cadena colgaban de la pared con esposas en sus extremos, dos estaban a aproximadamente un metro y medio de altura y los otros dos al ras del suelo.
—¿Qué es esto? —siseó—. Michael… ¿qué te hacen aquí abajo?
—Aquí es adónde tengo que venir cuando limpian mis habitaciones. O cuando traen y se llevan a mis visitantes. Debo encadenarme a mí mismo y luego Fletcher me duerme y me sueltan.
—¿Te droga? —Aunque no era como si no pudiera creer que el mayordomo fuera capaz de esa mierda—. ¿Alguna vez has tratado de escapar?
—Suficiente. Ahora comerás.
—Al demonio con la comida. Respóndeme. —Su voz aguda se debía a la desesperación que le oprimía el pecho. No podía tolerar la idea de que él sufriera—. ¿Has tratado de salir?
—Fue hace mucho tiempo. Y sólo fue una vez. Nunca más.
—¿Por qué?
Se apartó de ella, la cadena que llevaba en el tobillo se agitó sobre el suelo de piedra.
—¿Por qué, Michael?
—Fui castigado.
Oh, Dios.
—¿Cómo?
—Intentaron sacarme algo. Al final, yo me impuse, pero alguien resultó herido. Así que nunca más protesté. Ahora, come. Pronto deberé ir a ti. —Se sentó frente a sus dibujos, tomó un lápiz, y se puso a trabajar. A pesar de lo tranquilo que era, supo que la haría guardar silencio hasta que hiciera lo que le había pedido.
Podía ser tímido y humilde, pero no era un ingenuo. Eso seguro.
La única razón por la que regresó a la cama y comenzó a comer fue debido a que su mente estaba haciendo planes y era una forma de pasar el tiempo. Mientras pensaba en liberarlo, y se preocupaba por lo que le habían hecho, miró en dirección al rincón oscuro, y luego paseó la vista por la habitación.
—Por favor enciende todas las luces.
Lo hizo inmediatamente y el lugar fue inundado por la iluminación.
Claire volvió los ojos hacia el rincón oscuro dónde estaban las cadenas colgadas de la pared. Temía que tomaran represalias. Realmente lo temía. Si se iba, y ellos se enteraban que iba a volver…
No podía dejarlo allí. Era demasiado peligroso si ya habían tratado de lastimarlo una vez.
Regresaban al plan A. Se lo llevaría con ella.
Cuando dejó el tenedor, sabía lo que tenía que hacer. Michael debería representar un pequeño papel; ella se haría cargo de todo lo demás. Pero iba a llevárselo con ella. De ninguna forma se arriesgaría a dejarlo allí.
Estaba limpiándose la boca cuando se dio cuenta de que sólo había un plato.
—¿Esto era para los dos? —preguntó, súbitamente horrorizada. Se había terminado una buena mitad de la quiche.
—No. Sólo para ti. —La miró por encima de su hombro—. Por favor no te detengas. Quiero que estés llena.
Cuando volvió a la comida, tuvo la impresión de que él obtenía un placer desmedido en que ella comiera, prácticamente estaba brillando de satisfacción. Y le proporcionaba una extraña y liberadora alegría que la animaran de esa forma. Ser aceptada de esa forma. Gran parte del escenario de citas en Manhattan giraba en torno a ser sarcástica y mantenerse en forma. Ser delgada y estar a la moda mientras te sentabas frente al traje y la corbata de un profesional. Dirigir la conversación en términos de obras de Broadway y lo que había salido en el Times y a quién conocías. Uno tratando de superar al otro de una forma sofisticada.
Cuando Claire dejó el plato en la bandeja, estaba llena. Satisfecha. Relajada a pesar de la horrible situación. El sueño tiró de ella como un niño haría con la pierna de un pantalón, queriendo abrazarla.
Cerró los ojos, y muy poco después todas menos una de la velas se apagaron y sintió un movimiento en la cama.
Tenía la voz de Michael en el oído.
—Necesito beber de ti.
Le ofreció el cuello sin reservas y le incitó a que se subiera encima de ella. Con un gemido, hundió los colmillos en su garganta y se colocó de la forma que le había enseñado… entre sus muslos, su erección presionando contra su núcleo. Ella se agitó debajo de él y se aflojó la bata, él aceptó la invitación con ansia. Le recorrió la piel con las manos, abriéndose camino hacia abajo con caricias de su palma cálida y masculina.
Cuando deslizó los dedos entre sus piernas, comenzó a alimentarse de su garganta.
Sus orgasmos la desgarraron, la combinación de su mordida y su poderío sexual fue demasiado para ella y fue glorioso.
Cuando finalmente liberó su cuello, la lamió durante cierto tiempo y ella deseó más. También él. Llevó la boca hacia sus pechos y desvergonzadamente ella le empujó más abajo, hacia la suave piel de su estómago. Estaba delirante, en estado de éxtasis, dejándose llevar por el fuego que generaban.
Le oyó jadear y supo que estaba mirando su núcleo.
—Eres tan delicada —susurró—. Y brillas.
—Debido a ti.
—¿Un hombre… dónde cabría?
No podía creer que no lo supiera, pero en definitiva ¿cómo podría? El tipo de libros que leía de seguro no incluían la anatomía sexual femenina.
Guió uno de sus dedos llevándolo dentro de sí misma, arqueándose cuando la penetró.
—Aquí… —su respiración se hizo más fuerte—. Profundamente. Aquí.
Gimió y cerró los ojos como si se sintiera abrumado. De una muy buena manera.
—Pero eres pequeña. Ahora me sostienes muy estrechamente y todavía soy mucho más… grande en la parte dónde está mi virilidad.
—Créeme, entrarás. —Se movió contra su mano, complaciéndose a sí misma, preguntándose cuándo había sido la última vez que había asomado su prostituta interior.
Nunca.
Él observaba su cuerpo, su rostro, tenía los ojos en todas partes. Su asombro y su fascinación hacían que todo resultara nuevo para ella también.
—Siento que quiero… —Se aclaró la garganta—. Me temo que tengo un… anhelo perverso.
—¿Qué deseas?
—Quiero besarte aquí —dijo, recorriéndola con el pulgar—. Porque quiero tragarte.
—Entonces hazlo.
Sus ojos destellaron.
—¿Me dejarías hacerlo?
—Oh, sí. —Abrió ampliamente las rodillas, y onduló las caderas—. Y no es una perversión.
Acarició la parte interna de sus muslos con las manos, sosteniéndola en el lugar mientras hundía la boca para besarla. Gimió contra su carne ante el primer contacto de sus labios, y su enorme cuerpo se estremeció, la cama magnificó el movimiento oscilante, y de esa forma su anticipación erótica se añadió a la de ella. Al principio fue lento, siendo cuidadoso en el aprendizaje, levantando los ojos por encima de su monte y pasando de largo por su estómago y sus pechos para observarle el rostro. Mirándola para asegurarse de que estaba haciéndolo bien. Y vaya si lo hacía.
—Sí… —dijo con voz ronca—. Dios, sí, me encanta.
Levantó la cabeza y le sonrió; luego deslizó los brazos por debajo de sus piernas y la lamió suavemente, despacio. Al principio. Pronto, estuvo moviéndose enérgicamente, tomando el control hasta que ese ronroneo que emitía se volvió salvaje y cortó la oscuridad, el rítmico movimiento acompasándose al torrente de su sangre. No había fin para el placer, no había fin para esa lengua suya que giraba y se clavaba, para sus complacientes labios y su ardiente aliento ni para los orgasmos que tenía.
Cuando finalmente levantó la cabeza, ella estaba a punto de ponerse a llorar.
Se estiró y tiró de él, lista para devolverle el favor. Salvo, que cuando fue a buscar el cinturón de su bata, le retuvo las manos.
—No.
Podía ver su erección. La seda delineaba su grosor.
—Quiero…
—No. —Su voz se disparó en la habitación y la eludió, eludió lo que ambos estaban necesitando.
—No tenemos que… hacer el amor. —Cuando no le respondió, murmuró—: Michael, a esta altura te debe doler.
—Me complaceré a mí mismo.
—Deja que yo te complazca.
—¡No! —Sacudió la cabeza vehementemente. Luego se frotó el rostro—. Disculpa mi arrebato.
Considerando lo excitado que debía estar, era perfectamente razonable.
—Sólo ayúdame a entender el motivo.
—Tú intentarás negociar con el motivo.
—Porque quiero estar contigo. Quiero hacer que te sientas bien.
—Eso no puede ser.
Comenzó a bajarse de la cama.
—No hagas esto —dijo bruscamente—. No me dejes fuera.
Cuando Michael se quedó congelado, ella se incorporó y envolvió los brazos a su alrededor.
—Te juro que iré despacio. Podemos detenernos cuando tú quieras.
—Tú no… querrás lo que yo tengo.
—No tomes decisiones por mí. Y si te da vergüenza, apaga todas las luces.
Después de un momento, la habitación se sumergió en una completa oscuridad.
Le besó el hombro y lo empujó contra las almohadas. En el camino, encontró el nudo de su cinturón y lo desató.
Cuando le puso las palmas de las manos sobre el pecho y comenzó a acariciarle los pectorales y los tensos pezones su respiración comenzó a salir en pequeños resoplidos. Fue bajando, por su estómago bien demarcado, cuyos músculos se tensaban debajo de la piel sin vello…
Se encontró con la cabeza de su erección y ambos jadearon.
Dios… Bendito. No se le había ocurrido que podía ser tan larga. Pero bueno… él era grande por todos lados.
Michael se sacudió y siseó cuando lo tomó en su mano. Dios, era demasiado grueso para que pudiera cerrar la palma a su alrededor, pero sabía cómo ocuparse de él. Le acarició de arriba abajo y él gimió y movió las caderas instintivamente.
—Estoy… —profirió un ruido incoherente—. Estoy… tan cerca. Ya estoy tan cerca.
Ella lo acarició, deslizando la mano hacia la base y…
Claire se quedó inmóvil. Y él dejó de respirar.
Algo estaba mal. Un reborde anormal bajaba hacia sus…
—Oh, Jesús… Michael.
Le apartó la mano.
—No es necesario que termines —dijo con voz ronca.
Ella se arrojó encima de él para evitar que huyera.
—Trataron de castrarte.
Gracias a Dios que no lo habían logrado.
—¿Por qué? Por qué querrían…
Su cuerpo tembló, pero esta vez no era por nada sexual.
—Madre pensó… que ayudaría a controlarme. Pero no pude permitir que lo hicieran. Herí al doctor. De gravedad. Ahí fue cuando trajeron las cadenas. —La obligó a bajarse de encima de él y oyó el roce de la bata cuando se la volvió a cerrar—. Soy peligroso.
Claire tenía la garganta tan tensa que apenas podía hablar.
—Michael…
—Pero a ti nunca te haría daño.
—Lo sé. No dudo de ello.
Permaneció en silencio durante un rato.
—No quiero que veas lo que parezco.
—No me preocupa una cicatriz. Sólo me preocupa que tú la tengas. Eso es lo que me importa. —Extendió la mano a través de la oscuridad. Cuando tocó su hombro, él se sobresaltó—. Quiero seguir. Quiero besarte, cómo tu quisiste besarme a mí.
Hubo un largo silencio.
—Te temo —susurró.
—Dios querido, ¿por qué?
—Porque deseo que hagas… que hagas lo que dijiste. Te deseo… a ti.
—Entonces acuéstate otra vez. Nada de lo que ocurra entre nosotros estará mal jamás. Vuelve a mí.
Encontró sus manos y tiró de ellas hasta que él se dejó caer hacia atrás sobre las almohadas. Luego abrió la parte de abajo de la bata y lo tomó en su mano. Estaba parcialmente erecto y creció contra su palma, endureciéndose inmediatamente como una roca. Cuando descendió sobre él, metiendo la punta roma entre sus labios, y llenándose la boca, gritó su nombre y hundió los talones en el colchón, poniendo el cuerpo rígido.
Trató de apartarla.
—Acabaré en tu…
—No, no lo harás. Vas a acabar en otra parte. —Encontró un ritmo con la mano y chupándole la cabeza de su miembro y lo sintió temblar y sudar y…
Y cuando estuvo desesperado y al rojo vivo lo soltó y se arrastró hacia arriba por su pecho.
—Hazme el amor, Michael. Acaba dentro de mí.
Gimió.
—Eres tan pequeña…
Se sentó a horcajadas sobre sus caderas, preparada para unirlos, pero cuando se quedó completamente quieto, dudó. Dios, ahora sabía lo que sentían los hombres decentes, el desasosiego antes de tomar a alguien en su primera vez. No deseaba forzarlo a hacerlo. Deseaba intensamente hacerlo con él, pero solo si el sentimiento era verdaderamente mutuo.
—¿Michael? —dijo suavemente—. ¿Estás bien?
No lo estaba y la cantidad de tiempo que le llevó decir que sí lo demostró.
—Si piensas que estoy llevando esto demasiado lejos…
Repentinamente, la rodeó con sus brazos.
—¿Y si te lastimo?
—¿Esa es tu única preocupación?
—Sí.
—No lo harás. Te lo prometo. —Le acarició el pecho—. Voy a estar bien.
—Entonces… por favor. Tómame.
Gracias Dios…
—Entonces cambiemos posiciones. Te gustará más de esa forma. —Considerando su veta dominante, sabía que le gustaría tener el control—. Si estás encima, puedes conducir…
Joder, se movía rápido. Estaba sobre su espalda en medio segundo. Pero ella fue igual de rápida al meter la mano entre ambos y posicionarlo contra sí.
—Empuja con las caderas, Michael.
Lo hizo y…
—Oh, Cristo.
—Oh… —gimió.
Se aferró a él y se arqueó. Lo sentía enorme en su interior y apretó los muslos alrededor de la parte inferior de su cuerpo mientras se acostumbraba.
—¿Te provoco dolor? —gruñó.
—Se siente hermoso. —Lo alentó a que adoptara un ritmo de embistes y retiradas, una lenta y erótica danza que acompañaba a la perfección. Era la gloria, su cuerpo tan pesado encima de ella, su piel tan caliente, sus músculos duros y fluidos—. Más, Michael. No voy a romperme. No puedes hacerme daño.
Él se enterró en ella y comenzó a bombear y súbitamente olió algo en el aire, algo que emanaba de su cuerpo. La oscura esencia era su fragancia natural, sólo que ahora era mucho, mucho más intensa y tenía una base diferente que era completamente sexual. Cuando comenzó a moverse desenfrenadamente, su cabello se enredó entre sus cuerpos, sus labios encontraron los de ella y metió la lengua en su boca, tuvo el fugaz pensamiento de que nada en su vida volvería a ser lo mismo, jamás. Había algo transmitiéndose entre ellos dos, un trato hecho y aceptado… sólo que aún no sabía qué era lo que estaba obteniendo ni a qué debería renunciar exactamente.
Sin embargo, todo se sentía bien.
Y luego perdió su cuerpo, que se disparó por encima del borde, para caer en una lluvia de estrellas. Como si estuviera a cierta distancia oyó a Michael rugir y convulsionar, sacudiéndose una vez, y luego otra y otra más y muchas otras veces más.
Cuando terminaron, permaneció tendido sobre ella, jadeando, y ella le recorrió con la mano los hombros cubiertos de sudor.
Sonrió, satisfecha. Contenta.
—Eso fue…
Se apartó y se bajó de la cama de un salto, las cadenas repiquetearon rápidamente sobre el suelo. Un momento después, sintió el agua de la ducha.
Después de que una buena dosis de su estupor se desvaneciera, Claire envolvió su cuerpo en las sábanas y se curvó sobre sí misma. Evidentemente, había interpretado la maravilla de su unión de forma equivocada. Estaba apuradísimo por lavarse el cuerpo para quitársela de encima.
En ese momento oyó los sollozos.
O lo que parecían sollozos.
Claire se sentó lentamente, tratando de separar el ruido de la caída del agua y aislar lo que su oído había recogido. No estaba segura de lo que estaba oyendo así que se puso la bata y salió de la cama, dirigiéndose hacia el cuarto de baño usando las estanterías de libros como guía. Cuando estaba en la entrada, vaciló con la mano sobre la suave jamba.
—¿Michael? —llamó suavemente.
Dejó escapar un grito de sorpresa, y luego ladró:
—Regresa a la cama.
—¿Qué sucedió?
—Te suplico… —su voz se quebró.
—Michael, está bien si no te gustó…
—Déjame.
Y un infierno. Se tambaleó hacia delante, extendiendo las manos hacia la infinita oscuridad, avanzó hacia el sonido del torrente de agua. Cuando sus palmas tocaron el agua se detuvo.
Dios, ¿Y si le había hecho daño? ¿Y si había presionado a un inocente recluso llevándolo demasiado lejos, demasiado rápido?
—Háblame, Michael. —Cuando no se oyó más que el sonido del agua corriendo, sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas.
—Siento haberte forzado para que lo hiciéramos.
—No sabía que se sentiría tan… —se aclaró la garganta—. Estoy destruido. Desarmado dentro de mi propia piel. Nunca volveré a estar completo. Fue tan hermoso.
Claire se aflojó. Al menos no estaba contrariado porque hacerlo no le pareciera atractivo.
—Debemos recostarnos.
—¿Qué haré cuando te vayas?
—No te quedarás aquí, ¿recuerdas?
—Pero sí lo haré. Debo hacerlo. Y tú debes irte.
El miedo le encogió la piel.
—Eso no va a ocurrir. Eso no fue lo que acordamos.
Apagó la ducha, y mientras el agua goteaba, tomó un gran aliento frustrado.
—Tienes que ser razonable…
—Soy condenadamente razonable. Soy una abogada. Razonar es mi trabajo. —Estiró la mano para tocarlo, pero lo único que encontró fue baldosas de mármol. Girándose ciegamente, con las manos frente a ella, lo buscó y se enredó en la oscuridad igual que si fuera una enredadera. Tenía la sensación que deliberadamente estaba permaneciendo lejos de ella—. ¿Quieres dejar de esconderte?
Se rió un poco.
—Eres tan…autoritaria.
—Lo soy.
El sonido de una toalla siendo frotada contra un cuerpo la guió hacia la izquierda, pero el aleteo se alejaba a medida que ella lo perseguía.
—Deja de hacer eso.
La voz de Michael provino de detrás de ella.
—¿Los hombres que te amaron eran así también? ¿Intensos y tenaces? ¿Cómo tú lo fuiste conmigo?
—¿Puedes desmaterializarte o algo por el estilo? ¿Cómo puedes moverte tan rápido?
—Cuéntame sobre los hombres que te amaron. ¿Eran tan fuertes como tú?
Pensó en Mick Rhodes, su amigo de la infancia que también era socio en WN&S.
—Ah… uno de ellos lo era. Los otros, no. Y ellos no me amaban. Mira, concentrémonos en el ahora, ¿te parece bien? ¿Dónde estás?
—¿Entonces por qué tuviste intimidad con ellos? ¿Si no correspondían tu amor?
—Yo tampoco estaba enamorada de ellos. Sólo fue sexo. —En el silencio que siguió, un extraño tipo de frialdad se estableció en su columna vertebral—. ¿Michael? ¿Michael?
—Me temo que me siento algo tonto.
—¿Por qué motivo? —preguntó con cautela.
De alguna forma supo cuándo salió del cuarto de baño; fue como si su cuerpo presintiera el de él o algo parecido. Se abrió camino hacia la habitación más grande.
—¿Michael?
—Me comporté de manera infantil, ¿no es así? —Su tono de voz era calmado y contenido. Horriblemente calmado y contenido—. Haber llorado por algo que... para ti es completamente normal.
—Oh, Dios, Michael, no. —¿Normal? Eso no había sido normal. En absoluto—. En este momento yo también siento deseos de llorar porque…
—Así que me tienes lástima, ¿verdad? No deberías. Que no sientas lo mismo que yo no constituye un delito…
—Cállate. Ya. —Deseaba apuntarlo con el dedo índice, pero no estaba precisamente segura en qué dirección debía apuntar—. No soy una persona que le tenga lástima a la gente y no miento. Esos otros hombres no eran tú. No tienen nada que ver con nosotros.
Así que ellos ahora eran un «nosotros», ¿no era así? Pensó.
—Michael, sé que todo esto es muy difícil para ti, y probablemente agregar el sexo a todo lo demás no fue una buena idea. También puedo entender por qué salir de aquí puede resultar atemorizante. Pero no estás solo. Haremos esto juntos.
No tenía ni idea de cómo iba a resultar ni de adónde iban a ir, pero el compromiso había sido hecho. Con sus mentes. Con sus cuerpos.
Bueno, mira si de repente no se había convertido en toda una romántica. Toda su vida se había burlado de todo el asunto de la consumación del matrimonio. El sexo, desde su punto de vista, era simplemente sexo. Sin embargo, ahora pensaba de otra forma. Sentía, sin que mediara razón aparente, que estaban unidos. No tenía sentido, pero el vínculo estaba allí y la intimidad física había sido parte de él.
Sus brazos la rodearon por detrás.
—Sí tiene sentido. Yo siento lo mismo.
Se sostuvo de sus manos y se reclinó contra él.
—No sé dónde terminaremos. Pero voy a cuidar de ti.
Su tono de voz fue bajo y grave cuando dijo:
—Y yo voy a hacer lo mismo por ti.
Permanecieron de esa forma, unidos en la oscuridad, abrazándose. Sentía su cálido cuerpo contra la espalda, y cuando se acercó más, sintió su erección. Movió las caderas, frotándose contra él.
—Te deseo —le dijo.
Su exhalación se disparó en su oído.
—Tú puedes estar… ¿lista otra vez tan pronto?
—Habitualmente es el hombre el que necesita recuperarse.
—Oh. Bueno, creo que podría hacerlo durante toda la noche de corrido…
Y resultó ser que sí podía.
Hicieron el amor tantas veces, que la actividad sexual se confundió formando un único episodio erótico que duró… Dios, horas y más horas. A lo largo de la segunda cena. Durante toda la noche.
El cuerpo de Michael era capaz de tener un nuevo orgasmo aproximadamente diez minutos después de haber tenido uno y se sentía inclinado a explorar todos los goces carnales del sexo. La tomó de todas las formas posibles, y a medida que se iba sintiendo más y más cómodo, esa vena dominante surgió en mayor medida. Sin importar cómo comenzaran, siempre terminaba con ella abajo, ya fuera de frente o de espaldas. Le gustaba mantenerla en su lugar con el peso de su cuerpo, y a veces con las manos, obligándola a someterse a él. Especialmente mientras bebía de su garganta.
Y a ella le encantaba, todo lo que le hacía. La forma en que la dominaba con su fuerza, la sensación de su grosor dentro de ella, el sello de su boca sobre la garganta. No fue hasta que sus penetraciones se volvieron dolorosas y ya no fue capaz de tolerarlas que se obligó a detenerlo y se sintió frustrada porque no podía seguir. Deseaba más de esa dulce sofocación bajo su dominante cuerpo, más de su poder.
En algunos aspectos, se había sentido como un hombre en el cuerpo de una mujer, aunque no se había dado cuenta hasta que conoció a Michael. Su actitud, lo que la impulsaba, su agudeza, todos esos componentes guerreros de su personalidad, nunca habían ido de acuerdo con el cuerpo que tenía, y sus intereses nunca habían sido de la variedad femenina, ni siquiera cuando era joven.
Pero ante el cuerpo enorme de Michael cerniéndose sobre ella, con su sexo metido profundamente dentro de ella y sus duros músculos tensionándose, ella había cedido, y al hacerlo, se había encontrado a sí misma. Era fuerte y débil, autoritaria y sumisa; era todos esos yins y yangs, igual que todo el mundo. Y el afecto que sentía por él era transformador, y cambiaba la forma en que veía las cosas; ¿esas felices mujeres maternales con comida para bebés sobre sus blusas a quiénes nunca había entendido? ¿Esos hombres que seguían teniendo esa expresión de tonto en el rostro cuando hablaban de sus esposas… incluso después de haber estado casados durante cincuenta años? ¿Esa gente que tenía tantos hijos que sus casas eran como zonas desmilitarizadas... pero que de igual forma no veía la hora de que llegara la Navidad para poder pasar tiempo con sus familias?
Bueno ahora los entendía. El caos y el amor iban de la mano y oh, el mundo era un lugar glorioso debido a ello.
Ese pensamiento hizo que frunciera el seño. ¿Cómo lo trataría el mundo exterior? ¿Cómo se alimentaría fuera de su prisión? ¿Adónde iría durante el día? ¿Qué haría?
Su ático con todas esas ventanas no era una opción. Debía comprar otro lugar. Una casa. En Greenwich o en algún otro lugar cerca de la ciudad. Le haría un dormitorio en el sótano dónde pudiera estar.
Salvo que… ¿no sería eso como otra celda? ¿No estaría ella, a su manera, encerrándolo de cierta forma? Porque lo que veía para cuando salieran era que seguiría viviendo retirado, esperando que ella fuera a verlo. ¿No merecía experimentar la vida? ¿Por sus propios medios? ¿Tal vez incluso con los de su propia especie?
¿Cómo podría encontrarlos?
Michael se estiró contra su cuerpo desnudo. Cuando le besó la clavícula, le dijo:
—Me gustaría que…
—¿Qué?
—Me gustaría que te alimentaras como yo lo hice. Me gustaría darte algo de mí.
—Me has dado…
—Siempre atesoraré esta noche.
Frunció el ceño.
—Habrá otras.
—Está fue particularmente especial.
Bueno, pero por supuesto que lo era. Había sido su primera vez, pensó Claire con el rostro encendido.
—Yo también creo que lo fue.
En ese momento llegó la última comida. El desayuno.
Michael se levantó y le trajo la bandeja de plata. Cuando la dejó sobre la mesilla de luz la vela se encendió y a su suave luz, observó como pasaba la punta del dedo por el mango labrado del tenedor de plata.
Se acercaba la hora de la despedida, pensó. Y él también era consciente de ello.
Claire se puso de pie, tomó su mano y lo guió hasta el cuarto de baño... después de abrir la ducha, le habló en susurros.
—Dime cuál es el procedimiento. ¿Qué sucede cuando viene a buscar a las mujeres?
Michael pareció confundido, pero luego se puso a tono con el programa.
—Después de la comida, voy hacia el rincón y me pongo las esposas. Lo comprueba por un agujero en la pared. La mujer está en la cama, igual que en el momento de su llegada. Entra el carrito, la coloca sobre el mismo, y se va. Más tarde, me droga. Suelta mis cadenas. Y ya está.
—¿Qué aspecto tienen las mujeres?
—¿Disculpa?
—¿Están fuera de sí? ¿Cómo de conscientes se encuentran? ¿Cómo se ven afectadas?
—Están quietas. Tienen los ojos abiertos, pero no parecen darse cuenta de lo que ocurre a su alrededor.
—Así que la comida está drogada. Esa comida está drogada. —Lo cual no le importaba. Ella podía aparentar todo el asunto de estar-fuera-de-sí sin problema—. ¿Cómo sabes cuando viene?
—Viene cuando devuelvo la bandeja y me pongo las esposas.
Respiró profundamente.
—Esto es lo que haremos. Quiero que te encadenes, pero deja una de las esposas de las muñecas suelta…
—No puedo hacer eso. Hay sensores. No estoy seguro de cómo lo hace, pero lo sabe. El año pasado una quedó floja debido a que parte de mi manga quedó atrapada en medio. Lo supo y me dijo que la arreglara antes de entrar.
Maldición. Entonces, tendría que hacerlo sola. Su ventaja residía en que Fletcher tenía que acercarse para levantarla.
Claire esperó un poco más antes de cerrar la ducha. Después de secarse con la toalla en la oscuridad, condujo a Michael de regreso a la habitación.
Agarró el tenedor de plata de la bandeja y se lo puso en el bolsillo de la bata… luego lo pensó mejor. Si ella fuera Fletcher, contaría la cubertería para asegurarse que ninguna pieza fuera usada como arma.
Claire echó un vistazo hacia la mesa de dibujo. Bingo.
Levantó la bandeja y la llevó al cuarto de baño donde tiró la mayor parte de la comida en el sanitario y luego accionó la cisterna. Luego fue hacia dónde estaba Michael. Cuando pasó junto a su mesa, agarró uno de sus lápices más afilados y lo puso en el bolsillo de la bata.
Se detuvo frente a él y le entregó la bandeja.
—Llegó la hora.
Levantó la vista y la miró a los ojos, los tenía brillantes por ninguna otra razón que su extraordinario color. Había lágrimas revoloteando en la base de sus gruesas pestañas.
Dejó la bandeja sobre la mesilla de noche y lo abrazó, pero de alguna forma él terminó abrazándola a ella.
—Todo va a estar bien. Voy a cuidar de ti.
Al bajar la vista para mirarla, susurró:
—Te amo.
—Oh, Dios… te amo…
—Y te extrañaré durante toda la eternidad.
Cuando ella entró en pánico y comenzó a luchar para liberarse, una de las lágrimas de él le cayó sobre la mejilla. Y luego él pasó la mano frente a su rostro y todo quedó en blanco.


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[1] Pastel hecho con una base de pasta sobre la que se pone una mezcla de huevos, leche y otros ingredientes y se cuece al horno.

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