viernes, 4 de junio de 2010

LA HISTORIA DEL HIJO/CAPITULO 3




Claire terminó todo lo que había en la bandeja, y mientras comía, el silencio que había en la habitación era natural, lo cual era extraño considerando las circunstancias.
Después de dejar la servilleta, levantó las piernas, las subió a la cama y se recostó contra las almohadas, cansada, aunque no de una forma narcotizada. Mientras miraba la bandeja, tuvo el absurdo pensamiento de que no podía recordar la última vez que se había permitido terminar una comida. Siempre estaba a dieta, quedándose siempre con un poco de hambre. La ayudaba a mantener su nivel de agresividad, propiciaba su agudeza, su concentración.
Ahora se sentía un poquito confusa. Y… ¿estaba bostezando?
—¿No recordaré esto? —le preguntó a su espalda.
Él negó con la cabeza, su melena ondeó, casi rozando el suelo. La combinación de pelirrojo y negro era estupenda.
—¿Por qué no?
—Te borraré los recuerdos antes de que te vayas.
—¿Cómo?
Se encogió de hombros.
—No lo sé. Yo sólo… los encuentro entre tus pensamientos y los entierro.
Tiró del edredón y se cubrió las piernas. Tenía la sensación de que si lo presionaba en busca de más detalles, no tendría más que ofrecer… como si no se entendiera muy bien a sí mismo o a su naturaleza. Interesante. La señorita Leeds era humana, por lo menos hasta dónde Claire sabía. Así que evidentemente su padre había sido…
Mierda, verdaderamente ¿se estaba tomando esto en serio?
Claire se llevó la mano al cuello y sintió la marca, casi desvanecida, del mordisco. Sí… sí, lo hacía. Y aunque su cerebro se trababa ante la idea de que existían los vampiros, tenía una prueba irrefutable, ¿verdad?
Pensó en Fletcher. Él también era algo diferente, ¿cierto? No sabía qué era, pero su extraña fuerza unida a su obvia edad… algo no estaba bien.
El silencio se extendió, los minutos fluyeron pasando por la habitación, escurriéndose hacia el infinito. ¿Había pasado una hora? ¿O media hora? ¿O tres?
Por extraño que pareciera, amaba el sonido de los suaves trazos del lápiz sobre el papel
—¿En qué estás trabajando? —le preguntó.
Se detuvo.
—¿Por qué querías ver mis ojos?
—¿Por qué no? Completaría la imagen que tengo de ti.
Dejó el lápiz. Cuando levantó la mano para apartarse el cabello y ponerlo detrás de su hombro, estaba temblando.
—Necesito… ir a ti, ahora.
Las velas comenzaron a apagarse una a una.
El miedo hizo que su corazón palpitara como si la persiguiera el diablo. El miedo y… oh, Dios, por favor no permitas que ese arrebato sea parcialmente debido a un sentimiento de anticipación.
—¡Espera! —se incorporó—. ¿Cómo sabes que no… tomarás demasiado?
—Puedo percibir tu presión sanguínea y soy muy cuidadoso. No podría soportar lastimarte. —Se paró frente al escritorio. Más velas se apagaron.
—Por favor, no nos dejes absolutamente a oscuras —dijo cuando sólo la de la mesilla de noche continuaba encendida—. No puedo soportarlo.
—Es mejor de esa forma…
—¡No! Dios, no… realmente no es así. No sabes lo que se siente de mi lado. La oscuridad me aterra.
—Entonces lo haremos con luz.
Cuando comenzó a acercarse a la cama, lo primero que oyó fueron sus cadenas; luego vio emerger su sombra de la oscuridad.
—¿Tal vez podrías ponerte de pie? —le dijo—. ¿Para que pueda volver a hacerlo desde detrás de ti? De ese modo no tendrás que verme. Esta vez tardaré un poquito más.
Claire exhaló, su cuerpo se estaba calentando, su sangre ardía en sus venas. Deseaba desentrañar los porqués de su peligrosa falta de sentido de autoconservación, ¿pero qué importaba? Estaba donde estaba.
—Creo… creo que quiero verte.
Él dudó.
—¿Estás segura? Porque una vez que comienzo, me es difícil detenerme en la mitad…
Dios, sonaban como dos ávidos victorianos hablando de sexo.
—Necesito ver.
Él respiró profundamente, como si estuviera nervioso y refrenándose a sí mismo para superar la ansiedad.
—Entonces ¿querrías sentarte en el borde de la cama? De esa forma podría arrodillarme frente a ti.
Claire cambió de posición de forma que sus piernas quedaron colgando por el borde del colchón. Él se agachó un poco, doblando las rodillas, luego sacudió la cabeza.
—No —murmuró—. Voy a tener que sentarme junto a ti.
Se sentó dándole la espalda a la vela, para que su rostro permaneciera en la oscuridad.
—¿Puedo pedirte que te vuelvas hacia mí?
Ella cambió de posición y levantó la vista. La luz de la llama formaba un halo alrededor de su cabeza y deseó poder verle el rostro. Ansiaba ver la belleza en él.
—Michael —susurró—. Deberían haberte llamado Michael. Por el arcángel.
Él levantó la mano y le corrió el cabello hacía atrás. Luego la plantó en el colchón mientras se inclinaba hacia ella.
—Me gusta ese nombre —dijo suavemente.
Primero sintió sus labios sobre el cuello, una suave caricia de piel rozando piel. Luego retiró la boca y supo que la estaba abriendo, revelando colmillos. La mordida fue rápida y decidida y ella dio un salto, mucho más consciente esta vez. El dolor fue más intenso, pero también lo fue la dulzura que siguió a continuación.
Claire gimió cuando el calor recorrió su cuerpo y comenzaron los tirones de su succión, cuando su boca estableció un ritmo. No estaba muy segura de cuándo lo tocó. Simplemente sucedió. Llevó las palmas hacia sus hombros.
Ahora fue él, el que se sacudió y cuando se apartó, la luz reveló parte de su rostro. Su respiración era forzada, tenía los labios abiertos, y la punta de sus colmillos apenas asomaba. Estaba hambriento pero conmocionado.
Ella le recorrió los brazos con las manos. Los músculos eran gruesos y bien delineados.
—No puedo detenerme —dijo con voz distorsionada.
—Yo sólo… deseo tocarte.
—No puedo detenerme.
—Lo sé. Y yo deseo tocarte.
—¿Por qué?
—Porque deseo sentirte. —No podía creerlo, pero ladeó la cabeza y expuso la garganta—. Toma lo que necesites. Y yo haré lo mismo.
Esta vez se abalanzó sobre ella, sujetándole la cabeza con una mano que puso al otro lado de su garganta y mordiéndola con fuerza. Su cuerpo se agitó, sus senos hicieron contacto con la dura pared de su pecho, su esencia rugía. Aferrándose a sus poderosos bíceps, cayó hacia atrás sobre las almohadas y él fue con ella.
Ahora el cuerpo de Michael estaba enteramente encima del de ella, su peso la aplastaba contra el colchón. Estaba bloqueando la luz de la vela por lo que no podía ver nada con claridad, aunque el brillo que venía desde detrás de él evitaba que fuera una oscuridad infinita. De cierta forma se sentía bien, aunque por un motivo peligroso: la oscuridad hacía que las sensaciones que sentía en el cuello fueran mucho más vívidas, el húmedo contacto de su cálida boca, los tirones que daba cuando tragaba y la corriente sexual que había entre ellos.
Que Dios la ayudara, pero le gustaba lo que le estaba haciendo.
Claire extendió la mano y encontró su cabello. Con un gruñido de satisfacción, enredó las manos en el sedoso espesor, metiendo en sus puños, grandes mechones, abriéndose camino hacia su cuero cabelludo.
Cuando él se quedó inmóvil, ella se quedó quieta y sintió el temblor que le atravesaba el cuerpo. Esperó a ver si continuaba y así lo hizo. Cuando comenzó a beber otra vez, la habitación comenzó a girar, pero no le importó. Lo tenía a él para agarrarse.
Al menos hasta que se apartó rápidamente y la dejó en la cama. Retirándose al rincón oscuro, con sólo las cadenas para señalar sus movimientos, prácticamente desapareció.
Claire se incorporó. Cuando sintió la humedad entre sus senos, bajó la vista. La sangre corría por su pecho y estaba siendo absorbida por su bata blanca. Ladró una maldición y luchó para cubrir las incisiones que le había hecho.
Instantáneamente, Michael estuvo frente a ella, apartándole las manos.
—Lo siento, no lo cerré adecuadamente. Espera, no, no luches contra mí. Debo cerrarlo. Déjame cerrarlo para que pueda detener el sangrado.
Le apresó las manos en una de las de él, le apartó el cabello hacia atrás, y puso la boca sobre su garganta. Sacó la lengua y acarició su piel. Y volvió a acariciarla. Y otra vez.
No pasó mucho tiempo antes de que olvidara todo el asunto del sangrado hasta la muerte.
Michael soltó sus manos y la acunó. Ella se abandonó en sus brazos y dejó que su cabeza cayera hacia atrás mientras la lamía y la acariciaba con la nariz.
Comenzó a ir más lento. Luego se detuvo.
—Ahora deberías dormir —susurró.
—No estoy cansada. —Lo cual era una mentira.
Sintió como la ponía sobre la almohada, la cortina de su cabello cayó hacia delante mientras la acomodaba.
Cuando iba a apartarse, le agarró las manos.
—Tus ojos. Vas a mostrármelos. Si en los próximos días vas a continuar haciéndome lo que acabas de hacerme, me lo debes.
Después de un largo momento, se apartó el cabello y levantó lentamente los párpados. Sus irises eran de una vívido azul y resplandecían como el neón; de hecho, brillaban. Y alrededor del borde externo, tenían una línea negra. Sus pestañas eran espesas y largas.
Su mirada era hipnótica. De otro mundo. Extraordinaria… igual que todo el resto de su persona.
Bajó la cabeza.
—Duerme. Probablemente venga a tí antes del desayuno.
—¿Qué hay de ti? ¿Duermes?
—Sí. —Cuando miró al otro lado de la cama, él murmuró—: Esta noche no lo haré aquí. No te preocupes.
—Entonces ¿Dónde?
—No te preocupes.
Se fue repentinamente, desapareciendo en la oscuridad. Abandonada a la luz de la vela, se sintió como si estuviera flotando en la enorme cama, a la deriva en lo que era tanto un exquisito sueño como una horrible pesadilla.

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