viernes, 4 de junio de 2010

LA HISTORIA DEL HIJO/CAPITULO 7

Capítulo 7

Cuando una hora después divisó la mansión Federal de Mick Rhodes, Claire se preguntó si estaba haciendo lo correcto al involucrar a su amigo aunque fuera indirectamente.
Después de todo, estaba llamando a su puerta con un vampiro fugitivo que tenía un caso grave de agorafobia justificada. Y que también se mareaba cuando viajaba en coche.
Cuando aparcó Michael estaba verde.
—Estamos a salvo.
Él tragó con fuerza.
—Y no nos estamos moviendo. Eso es bueno.
Las luces exteriores de la casa se encendieron y Mick salió al porche.
Claire abrió la puerta y salió del coche mientras Michael hacía lo mismo.
—Mick es un viejo amigo. Podemos confiar en él.
Michael olfateó el aire.
—Y fue tu amante, ¿no es cierto? —dijo en voz baja—. Te recuerda con una cierta... necesidad.
Jesús.
—Eso fue hace mucho tiempo.
—Realmente. —Había desaparecido el temor y el mareo. Michael estaba mortalmente serio. Y miraba a Mick como si el otro hombre fuera su enemigo.
Evidentemente los vampiros eran bastante territoriales con sus parejas.
Mick los saludó con la mano y gritó:
—Me alegro que hayas venido. ¿Y quién es tu amigo?
—Él va a ayudarnos Michael —dijo, dando la vuelta al coche para tomarlo de la mano—. Vamos.
Los ojos de Michael se desviaron hacia ella.
—Si te toca de forma inapropiada, voy a morderlo. Sólo lo digo para que quede claro. —Michael volvió a mirar a su amigo—. No soy un animal y no me comportaré como uno. Pero tú eres mía y será mejor que respete eso.
Evidentemente los vampiros eran muy territoriales con sus parejas.
—Lo hará. Te lo juro.
Mick cambió el peso de un pie a otro con impaciencia.
—¿Venís u os vais?
—Vamos —murmuró mientras comenzaba a caminar. Cuando llegaron a la casa, dijo—: Este es Michael.
—Encantado de conocerte Michael.
Michael miró la palma que le ofrecían. Cuando inclinó levemente la cabeza en vez de estrecharla, ella se preguntó si no confiaría en sí mismo como para tocar a Mick ni siquiera de una forma educada.
—¿Cómo está? —respondió.
—Estoy muy bien. —Mick volvió a meter la mano en el bolsillo con un encogimiento de hombros, luego frunció el ceño—. Cadenas… ¿es eso lo que tienes en el brazo?
Claire respiró hondo.
—Te dije que necesitaba grandes favores.
Hubo un momento de vacilación. Luego Mick sacudió la cabeza e indicó la puerta abierta.
—Entrad los dos, y comenzaremos por abrir esos hierros, amigo. ¿A menos que los lleves para estar a la moda? Tengo una sierra para metales. —Miró a Claire—. Y tal vez tú quieras contarme qué demonios está pasando.
Una hora más tarde, Claire estaba bebiendo una taza de café en la biblioteca, y mirando, por encima del borde de la taza, a Michael, que estaba libre de sus cadenas y que después de que las nauseas que le había provocado el viaje en coche hubieron desaparecido totalmente aparentaba sentirse mucho más dueño de sí mismo. Pensó que vestido con esa bata suya, armonizaba perfectamente con el lugar. Con ese aire formal y antiguo de la biblioteca, parecía salido de una novela victoriana… tal vez de la misma que tenía entres sus manos. Estaba reverenciando todos los libros de Mick, examinando sus lomos, sacándolos, hojeándolos.
—¿Dónde lo encontraste? —preguntó Mick en voz baja detrás de ella.
—Es una larga historia.
—Es… poco común, ¿cierto?
Cristo, no tienes ni idea cuánto, pensó, tomando otro sorbo de su taza.
—Michael es distinto a cualquier otro hombre que haya conocido.
—Y es la razón por la cual estás dejando la firma, ¿verdad? —Al no obtener respuesta, su amigo murmuró—: Entonces ¿Cómo puedo ayudarte?
—Para empezar proporcionándome un lugar dónde pasar la noche. —Miró fijamente su café—. Y quiero comprarle una nueva identidad. Certificado de nacimiento, número de seguridad social, historial bancario, pago de impuestos y carnet de conducir. Sé que conoces gente que puede hacerse cargo de eso, Mick, y lo que obtenga por mi dinero tiene que ser impenetrable. Tiene que superar el escrutinio de una Corte. Porque puede que acabemos en una.
Lo cual no iba a ser para nada divertido.
—Mierda… ¿en qué clase de lío te has metido?
—Ningún lío. —Era mucho, mucho peor que eso.
—Mentirosa. Apareces aquí con un hombre cubierto con cadenas de hierro… que habla como un personaje de la época victoriana pero tiene el aspecto de que alegremente podría comerme vivo… tiene el cabello largo hasta el culo y se viste de seda roja especial de Hugh Hefner. Y huele a… bueno, realmente huele muy bien. ¿Qué clase de colonia usa? Creo que me gustaría comprar un poco.
—No puedes comprarla. Y Mick, francamente, cuanto menos sepas mejor. —Porque estaba a punto de convertirse en una criminal de guante blanco—. También quiero usar tu ordenador. Oh, y debemos dormir en el sótano.
Michael se volvió y cuando los vio tan juntos frunció el ceño, y atravesó la habitación, para ponerle la mano en el hombro. Mick tuvo la prudencia de apartarse.
—Entonces, ¿nos ayudarás? —le preguntó a Mick.
Mick se frotó el rostro.
—Deja que yo compre la identidad que necesitas. El hombre que conozco es realmente quisquilloso y no aceptará un pago de otra persona que no sea yo. Ya me lo reembolsarás de alguna forma. ¿Y hablas en serio? ¿Deseas dormir en el sótano? Quiero decir, tengo seis habitaciones para invitados en esta arca y esta es una casa vieja. Allí abajo no es muy bonito.
—No, abajo es mejor.
—Debemos dormir en una cama apropiada —anunció Michael—. Nos quedaremos arriba.
Ella lo miró por encima del hombro.
—Pero…
Le dio un pequeño apretón con la mano.
—No permitiré que duermas en unos aposentos que no sean dignos de una dama.
—Michael…
—¿Tal vez el amable caballero podría enseñarnos nuestra habitación?
Bueno, evidentemente cuando su hombre decidía algo, así se hacía.
Mick frunció el ceño.
—Ah… sí. Seguro, amigo…
Michael se dio la vuelta bruscamente mirando hacia una de las ventanas. Y emitió lo que sin duda fue un gruñido.
—Quédate adentro —ordenó. Luego desapareció en el aire.
Mick ladró un juramento, pero Claire no tenía tiempo de ocuparse de su amigo. Corrió hacia la ventana y a la luz de la luna, observó como Michael tomaba forma en el jardín lateral.
El mayordomo había regresado. Fletcher estaba allí de pie y parecía algo salido de una pesadilla, brillaba como un fantasma aunque su cuerpo tenía forma sólida.
Su primer pensamiento fue que probablemente hubiera puesto algún dispositivo de GPS en el coche. Eso explicaría cómo los había encontrado. Pero luego se dio cuenta de que no era humano. Así que sólo Dios sabía qué tipo de mierda tenía a su disposición.
—¿Quién es ese? —exclamó Mick a su espalda—. O… Cristo, Claire, ¿esa pregunta debería comenzar con qué?
Lo que sucedió a continuación fue repugnante y horrendo y representaba la única alternativa que tenían. Michael y el mayordomo se enfrentaron en una lucha a muerte.
La de Fletcher.
Claire no quiso mirar, pero Mick sí lo hizo y ella observaba sus expresiones mientras presenciaba la matanza.
—Michael está…
—Está… —Mick dio un respingo—. Sí, no va a quedar mucho del otro tipo para enterrar.
Supo que había terminado cuando Mick respiró hondo y se frotó el rostro.
—Quédate aquí. Voy a ir a ver cómo está… ¿tu hombre?
—Sí —respondió—. Es mío.
Mick salió por una esquina en dirección a la puerta principal, y ella oyó a los hombres hablar en voz baja desde el otro lado de la puerta.
—¿Claire? —dijo Michael, sin entrar a la habitación—. Estoy bien, pero voy a ir a lavarme, ¿de acuerdo?
No era una pregunta aunque la expresara de esa forma. Sabía que se quedaba afuera porque no quería que lo viera, pero a la mierda con ello.
Atravesó la biblioteca y pasó la…
Está bien, eso era mucha sangre. Pero no parecía ser de él porque estaba en sus manos y en su… boca. Como si hubiera mordido a Fletcher. Varias veces.
—Oh, Dios.
Pero entonces miró sus ojos. Tenían una expresión implacable, seria y decidida, como si hubiera cumplido con su deber y no hubiera más que decir. Pero también había sombras en ellos, como si temiera que ella fuera a considerarlo un monstruo.
Ella se obligó a calmarse y caminó hacia él.
—Te ayudaré a lavarte.
Después de bañar a Michael, le consiguió algo de ropa. Lo cual fue muy gracioso. Si bien Mick era un tipo grande, lo único que le servía, aunque remotamente, a su hombre era un par de pantalones de pijama de franela y una camisa… y aún así, todo le quedaba apretado y se veía gran parte de sus tobillos y sus muñecas.
Pero se veía bien, tenía el cabello húmedo que al secarse se le rizaba en las puntas y recobraba las tonalidades rojas y negras.
Mick los condujo a un dormitorio encantador que gracias a Dios sólo tenía dos ventanas y cortinas gruesas. Con suerte sería protección suficiente.
Fue Mick el que corrió las cortinas.
—Si necesitais algo, ya sabes dónde duermo —ofreció. Cuando llegó a la puerta vaciló, pero luego cerró la puerta.
Claire respiró hondo.
—Michael…
La interrumpió.
—Dijiste que mientras estuvieras embarazada podías hacer cualquier cosa, ¿verdad?
Cuando asintió, él miró en dirección a la cama como si se los imaginara sobre ella.
—¿Incluso…?
Tuvo que sonreír.
—Sí, eso también. Pero primero, debemos hablar…
Estuvo sobre ella al instante, presionándole la espalda contra la puerta, colocando bruscamente las manos a cada lado de su cintura.
—Nada de hablar —gruñó—. Primero, te tomaré.
Su boca aprisionó la de ella, sumergió la lengua profundamente, y luego se oyó el sonido de algo desgarrándose… le estaba arrancando la blusa. Oh, Dios, sí… la besó hasta que le dieron mareos y esta vez su embarazo no era el motivo de los mismos y en algún momento en medio del asalto, la levantó y la tendió sobre la cama. Con suave coordinación, como si hubiera planeado los movimientos, se bajó los pantalones del pijama, le subió la falda, cortó un lado de sus bragas, y luego…
Estaba dentro.
Su cuerpo se arqueó contra el de él y lo abrazó con fuerza mientras jadeaba. Estaba súper estrecha porque sólo estaba medio preparada para recibirlo, pero en el mismo momento en que la penetró, se puso a la par con él. Bombeó con fuerza y profundamente, pero también fue cuidadoso, la cama antigua gemía bajo la fuerza de los empujes de su cuerpo al tomarla.
Ese glorioso aroma suyo le invadió la nariz y entendió de qué se trataba. Era él proclamando su reclamo sobre ella al igual que su amor. Estaba siendo reclamada por algo distinto a un hombre humano y estaba totalmente de acuerdo.
Michael se corrió con un gran espasmo de su cuerpo y un rugido que quebró el silencio de la casa. Dado lo potente que fue, era imposible que su anfitrión no lo hubiera oído, menos mal que a ella no le importaba lo suficiente como para sentirse avergonzada cuando su propio orgasmo la recorrió.
Después de que hubieron terminado, permanecieron unidos, entrelazados, y su respiración continuó siendo agitada durante un largo rato.
Luego él dijo:
—Discúlpame… mi amor. —Se apartó un poco y le acarició la mejilla mientras le besaba amorosamente los labios—. Me temo que soy un tanto… posesivo en lo que a ti respecta.
Ella rió.
—Puedes ser tan posesivo como quieras. Viniendo de ti, me gusta.
—Claire… ¿qué vamos a hacer respecto al futuro?
—Lo tengo todo planeado. Soy muy buena estratega—. Metió los dedos a través de su largo y lujurioso cabello, los mechones rojos y negros se rizaban alrededor de su muñeca y de su brazo—. Voy a arreglar las cosas de forma que tu madre te lo deje todo.
—¿Cómo?
—Cuando estaba viva, yo hacía un nuevo borrador de su testamento aproximadamente cada cuatro meses. Mañana por la mañana en el estudio que Mick tiene abajo voy a hacerlo una última vez.
Sí, estaba violando el código de ética profesional que había jurado honrar al prestar juramento como abogada. Sí, podía ser inhabilitada. Sí, estaba infringiendo sus normas personales. Pero se había cometido una grave ofensa por la que aparentemente nadie sentía remordimientos y a veces para corregir algo, debías ensuciarte las manos. No había más Leeds vivos, así que no había herederos que pudieran impugnar el testamento. Y las obras de caridad serían incluidas, así que de todas formas recibirían millones y millones.
El pecado que iba a cometer era necesario para lograr hacer lo correcto.
¿Y el hecho de que Fletcher estuviera muerto? Sólo simplificaba las cosas.
—Te lo debe —dijo Claire—. Tu madre… tu madre debió haberse hecho cargo de su hijo y yo me voy a asegurar de que lo haga.
—Eres mi heroína. —El amor que brillaba en los ojos de Michael era una bendición como ninguna otra.
—Y tú eres mi sol —respondió.
Cuando se besaron nuevamente, tuvo el extraño presentimiento de que todo iba a salir bien, aunque nada de ello tuviera sentido: una mujer humana que pensó que nunca iba a casarse y tener una familia porque era demasiado dura para ese tipo de cosas. Un macho vampiro que era a la vez dócil y feroz… y que había vivido en una mazmorra durante cincuenta años.
Pero estaba bien. Eran el uno para el otro.
Aunque sólo Dios sabía lo que les depararía el futuro.

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