viernes, 20 de mayo de 2011

AMANTE CONFESO/CAPITULO 1 2 3

CAPÍTULO 1


— ¿Que pensarías si te dijera que tuve una fantasía?
Butch O’Neal dejó su escocés y miró a la rubia que le había hablado. Contra el telón de fondo del área VIP de ZeroSum, era de otro mundo, vestida con tiras abiertas de cuero blanco, un cruce entre Barbie y Barbarella. Era difícil decir si era una de las profesionales del club o no. El Reverendo sólo traficaba con lo mejor, pero tal vez fuera una modelo de FHM o Maxim[1].
Ella puso las manos sobre la superficie de mármol de la mesa y se inclinó hacia él. Sus senos eran perfectos, los mejores que el dinero podía comprar. Y su sonrisa era radiante, una promesa de actos realizados con rodilleras. Pagada o no, esta era una mujer que tenía mucha vitamina D y la disfrutaba.
—¿Bien, papi? —le dijo por encima de la delirante música techno—. ¿Quieres convertir mi sueño en realidad?
Le lanzó una dura sonrisa. Seguro como el infierno, que ella haría a alguien muy feliz esa noche. Probablemente a un autobús lleno. Pero él no estaría montado en ese autobús de dos pisos.
—Lo siento, tendrás que ir a probar el arco iris a otro lugar.
Su total falta de reacción selló el asunto de su condición de profesional. Con una sonrisa vacía, flotó hacia la siguiente mesa y puso en práctica la misma inclinación y el mismo destello.
Butch inclinó la cabeza hacia atrás y tragó el resto de Lagavulin[2] que le quedaba en el vaso. Su siguiente movimiento fue hacerle señas a una camarera. No se acercó, sólo asintió con la cabeza y se apresuró hacia el bar a traerle otro.
Eran casi las tres de la madrugada, por lo que el resto del trío llegaría en una media hora. Vishous y Rhage estaban cazando lessers, esos bastardos desalmados que mataban a los de su especie, pero probablemente ambos vampiros vinieran decepcionados para tomar un descanso. La guerra secreta entre los de su especie y la Sociedad Lessening había estado tranquila todo enero y febrero, con unos pocos asesinos sueltos por ahí. Esto eran buenas noticias para la población civil de su raza. Y causa de preocupación para la Hermandad de la Daga Negra.
—Hola, poli. —La baja voz masculina llegó desde la derecha, detrás de la cabeza de Butch.
Butch sonrió. Ese sonido siempre lo hacia pensar en la niebla nocturna, de la clase que esconde lo que te va a matar. Menos mal que le gustaba el lado oscuro.
—Buenas noches, Reverendo —dijo sin darse la vuelta.
—Sabía que la ibas a rechazar.
—¿Lees la mente?
—A veces.
Butch miró por encima del hombro. El Reverendo estaba entre las sombras, ojos de amatista brillantes, corte de cabello mohawk apretado contra el cráneo. Su traje negro era bello: Valentino. Butch tenía uno igual.
Aunque en el caso del Reverendo la lana peinada había sido comprada con su propio dinero. El Reverendo, alias Rehvenge, alias hermano de la shellan de Z, Bella, era dueño del ZeroSum y sacaba una tajada de todo lo que pasaba allí. Demonios, con toda la depravación que había en venta en ese club, tenía el valor de una montaña en dólares entrando por un embudo dentro de su hucha cada noche.
—Nah, en realidad no era para ti. —El Reverendo se deslizó en uno de los bancos fijos, alisando su perfectamente anudada corbata Versace—. Y además sé porqué le dijiste que no.
—¿Ah, si?
—No te gustan las rubias.
No, ya no le gustaban.
 —Tal vez no me gustaba ella.
—Sé lo que quieres
Mientras llegaba el nuevo escocés de Butch, le dio un rápido vistazo vertical.
—¿Lo sabes?
—Es mi trabajo. Confía en mí.
—Sin ofender, pero prefiero no hacerlo sobre este tema en particular.
—Te diré que haremos, poli. —El Reverendo se inclinó más cerca y olía estupendo.
Por otra parte, Cool Water de Davidoff [3]era antiguo pero bueno.
—Te ayudaré, de cualquier manera.
Butch le dio una palmada en el pesado hombro al macho.
—Sólo estoy interesado en cantineros, amigo. Los buenos samaritanos me dan alergia.
—A veces sólo lo opuesto sirve.
—Entonces estamos BJ[4]. —Butch señaló con la cabeza a la multitud medio desnuda retorciéndose con dosis de X y cocaína—. Aquí todo el mundo parece igual.
Era gracioso, durante sus años en el Departamento de Policía de Caldwell, el ZeroSum había sido un enigma para él. Todo el mundo sabía que el lugar era un agujero de drogas y un estanque de sexo. Pero nadie en el Departamento había sido capaz de reunir suficientes evidencias para obtener una orden de registro… aunque podías acudir allí cualquier noche de la semana y ver docenas de infracciones a la ley, muchas de ellas ocurriendo conjuntamente.
Pero ahora que Butch andaba con la Hermandad, sabía porqué. El Reverendo tenía muchos pequeños trucos en la manga cuando se trataba de cambiar la percepción que tenían las personas sobre eventos y circunstancias. Como vampiro, podía limpiar las memorias de cualquier humano, manipular las cámaras de seguridad y desmaterializarse a voluntad. El tipo y su negocio eran un blanco móvil que nunca se movía.
—Dime algo —dijo Butch—, ¿cómo te las arreglas para que tu aristocrática familia no se entere de este pequeño trabajo nocturno que tienes?
El Reverendo sonrió mostrando la punta de sus colmillos.
—Dime algo, ¿cómo es que un humano ha llegado a involucrarse tanto con la Hermandad?
Butch inclinó el vaso con deferencia.
—A veces el destino te lleva por caminos jodidos.
—Eso es tan cierto, humano. Tan verdaderamente cierto. —Cuando el móvil de Butch sonó, el Reverendo se levantó—. Te mandaré algo.
—A no ser que sea un escocés no lo quiero, amigo.
—Vas a retirar lo dicho.
—Lo dudo. —Butch tomó su Motorola Razr[5] y lo abrió—. ¿Qué pasa, V? ¿Dónde estás?
Vishous estaba respirando como un caballo con el apagado rugido de la sinuosa distorsión de fondo: una sinfonía de arrastrados juramentos—. Mierda, poli. Tenemos problemas.
A Butch le golpeó la adrenalina, iluminándolo como un árbol de navidad.
—¿Dónde estás?
—Afuera en los suburbios, tenemos una situación. Los malditos asesinos han empezado a cazar civiles en sus casas.
Butch se levanto de un salto.
—Ya voy…
—Por supuesto que no. Tú quédate allí. Sólo llamé para que no pensaras que estábamos muertos debido a que no llegábamos. Hasta luego.
Se cortó la conexión.
Butch volvió a hundirse en el asiento. Desde la mesa próxima a la suya, un grupo de gente prorrumpió en un fuerte y alegre estallido, algún chiste compartido que les hizo estallar en risas como una bandada de pájaros cuando se derramaba por el cielo abierto.
Butch miró dentro del vaso. Seis meses atrás no tenía nada en su vida. No tenía mujer. Ni familia cercana. Ningún hogar del que hablar. Y su trabajo como detective de homicidios se lo estaba comiendo vivo. Entonces fue apresado por brutalidad policial. Se unió a la Hermandad a través de una serie de eventos extravagantes. Conoció a la única mujer que lo había tomado por estúpido. Y también tuvo una renovación total del guardarropa.
Al menos esta última encajaba dentro de la categoría buena y se había quedado así.
Al principio el cambio había sido un gran enmascaramiento de la realidad, pero últimamente había notado que eso era todo lo que había cambiado, estaba exactamente donde había estado siempre: no más vivo que cuando se había estado pudriendo en su antigua vida. Todavía era de los que miraban desde afuera.
Tragándose su Lag[6], pensó en Marissa y se la imaginó, el cabello rubio largo hasta la cintura. La pálida piel. Los ojos celestes. Los colmillos.
Sí, no más rubias para el. No podía sentirse ni siquiera remotamente atraído sexualmente por el tipo de mujer de cabello claro.
Ah, demonios, a la mierda con la carta de Clairol. No era como si cualquier mujer de ese club o de la faz de la tierra pudiera compararse con Marissa. Era pura como el cristal refractando la luz, y la vida alrededor de ella mejoraba, se animaba, iluminada por su gracia.
Mierda. Era un tonto.
Salvo que, hombre, era tan adorable. Por el corto tiempo en que parecía que se sentía atraída por él, había tenido esperanzas de poder llegar a algo. Pero luego ella desapareció. Lo que por supuesto probó que era inteligente. No tenía mucho que ofrecerle a una mujer como ella y no a causa de que sólo era un humano. Estaba entre dos aguas, en las orillas del mundo de la Hermandad, incapaz de pelear a su lado debido a lo que era, incapaz de volver al mundo de los humanos porque sabía demasiado. Y la única forma de salir de este desierto terreno en mitad de dos mundos era con una etiqueta colgando del dedo gordo del pie.
Ahora era un verdadero contenedor de armonía ¿o qué?
Con otra afluencia de felicidad–felicidad–alegría–alegría, el grupo de al lado dejo salir una nueva descarga de hilaridad y Butch los miró. En el centro de la partida había un tipo rubio, pequeño, que llevaba un lustroso traje. Parecía de quince, pero el mes pasado había sido un asiduo concurrente de la sección VIP, tirando efectivo como si fuera confeti.
Obviamente, el tipo compensaba sus deficiencias físicas a través del uso de su billetera. Otro ejemplo de que el verde se convertía en dorado.
Butch terminó su escocés, llamó a la camarera, y luego miró el fondo del vaso. Mierda. Después de cuatro dobles, no se sentía para nada atontado, lo que indicaba lo bien que estaba su tolerancia al alcohol. Claramente, ahora era un alcohólico graduado, no más de ese entrenamiento para principiantes.
Y cuando no le molestó el haberse dado cuenta de eso, comprendió que había dejado de andar sobre el agua. Ahora se estaba hundiendo.
Bueno, que no dijeran que no era la alegría personificada esa noche.
—El Reverendo dice que necesitas una amiga.
Butch ni siquiera se molestó en mirar a la mujer.
—No, gracias.
—¿Por qué no me miras primero?
—Dile a tu jefe que aprecio su… —Butch miró hacia arriba y cerró la boca de golpe.
Reconoció a la mujer de inmediato, pero por otra parte, la jefa de seguridad de ZeroSum era condenadamente inolvidable. Fácilmente debía medir seis pies de altura. El cabello negro azabache cortado como el de un hombre. Los ojos de color gris oscuro como el cañón de una escopeta. Con la camiseta que llevaba puesta, revelaba la parte superior del cuerpo de una atleta, todo músculo, venas y nada de grasa. La impresión que daba era que podía romper huesos y lo disfrutaba, y distraídamente le miro las manos. De dedos largos. Fuertes. De la clase que podía hacer daño.
Santo infierno… a él le gustaría que le hicieran daño. Esta noche, para variar, le gustaría que le doliera el exterior de su cuerpo.
La mujer sonrió un poco, como si supiera lo que estaba pensando, y el captó un destello de colmillos. Ah… así que no era una mujer. Era una hembra. Era un vampiro.
El Reverendo tenía razón, ese bastardo. Le serviría, porque era todo lo que Marissa no era. Y porque era la clase de sexo anónimo que Butch había tenido durante toda su vida adulta. Y porque era justo la clase de dolor que estaba buscando sin saberlo.
Cuando deslizó una mano dentro de su traje Ralph Laurent Etiqueta Negra, la hembra negó con la cabeza.
—No lo hago por dinero. Nunca. Considéralo un favor a un amigo.
—No te conozco.
—Tú no eres el amigo al que me refiero.
Butch miró por encima de su hombro y vio a Rehvenge observándolo desde el otro lado del sector VIP. El macho le dedicó una sonrisa satisfecha, luego desapareció dentro de su oficina privada.
—El es un muy buen amigo mío —murmuró la hembra.
—Oh, en efecto. ¿Cómo te llamas?
—No es importante —le tendió la mano—. Ven, Butch, alias Brian, de apellido O’Neal. Ven conmigo. Olvida por un momento lo que sea que te hace meterte esos tragos de Lagavulin. Te prometo que toda esa autodestrucción te estará esperando cuando regreses.
Hombre, realmente no estaba con ánimo de averiguar cuanto sabía sobre él.
—¿Por qué no me dices tu nombre primero?
—Esta noche puedes llamarme Symphathy. ¿Qué te parece?
La miro desde el flequillo hasta los pies. Usaba pantalones de cuero. No le sorprendía. —¿Acaso tienes dos cabezas, Symphathy?
Ella río, un bajo, rico sonido.
—No y tampoco soy un marimacho. El tuyo no es el único sexo que puede ser fuerte.
La miró fijamente a los ojos de tono gris. Luego miró hacia los baños privados. Dios... esto le era tan familiar. Uno rapidito con una extraña, un choque insignificante entre dos cuerpos. Esta mierda había sido el toma y daca de su vida sexual desde que tenía memoria… excepto que no recordaba haber sentido nunca antes esta clase de enferma desesperación.
Lo que sea. ¿Realmente permanecería célibe hasta su muerte cuando su hígado reventara corroído? ¿Sólo debido al rechazo de una hembra a la que no merecía?
Miro hacia abajo, a sus pantalones. Su cuerpo estaba deseoso. Al menos esa parte de la matemática sumaba.
Butch se levanto del banco fijo, el pecho frío como el pavimento en invierno.
—Vamos.

Con un adorable palpitar de violines, la orquesta de cámara se deslizó hacia un vals y Marissa observó a la brillante multitud incorporarse al salón de baile. A su alrededor, machos y hembras se juntaban, las manos se unían, los cuerpos se encontraban, las miradas se enlazaban. La mezcla de una docena de diferentes variedades de esencias de aparejamiento llenaba el aire con una dulce fragancia.
Respiró por la boca, tratando de no inhalar tanto de ella.
No obstante escaparse había probado ser inútil, esa era la manera en que funcionaban las cosas. Aunque la aristocracia se enorgullecía de sus modales y su estilo, la glymera estaba, después de todo, sujeta a las verdades biológicas de la raza: cuando los machos se emparejaban, su posesividad tenía un aroma. Cuando las hembras aceptaban aparearse, llevaban esa oscura fragancia en su piel con orgullo.
O al menos Marissa asumía que era con orgullo.
De los ciento veinticinco vampiros en el salón de su hermano, era la única hembra sin compañero. Había un grupo de machos sin compañera, pero no era como si la fueran a invitar a bailar. Para esos princeps era mejor permanecer fuera del vals o llevar a sus madres o hermanas a la pista de baile antes que acercársele.
No, era eternamente indeseable, y mientras una pareja pasaba dando vueltas justo enfrente, miró hacia abajo por educación. Lo último que necesitaba era que se tropezaran el uno con el otro mientras evitaban mirarla a los ojos.
Mientras su piel se marchitaba, no estaba segura de porque esa noche su calidad de espectadora esquiva le parecía especialmente agobiante. Por el amor de Dios, ningún miembro de la glymera la había mirado a los ojos durante cuatrocientos años y estaba acostumbrada a ello. Al principio había sido la no deseada shellan del Rey Ciego. Ahora era su ex no deseada shellan, que había sido superada por su amada Reina mestiza.
Tal vez al fin se hubiera hartado de ser dejada afuera.
Con las manos temblando y los labios apretados, se recogió la pesada falda del vestido y se dirigió hacia el gran arco del salón de baile. La salvación estaba justo allí afuera en el vestíbulo, y abrió la puerta del salón de descanso de damas con una oración. El aire que le dio la bienvenida olía a fresia y perfume y dentro de los brazos de su invisible abrazo había… sólo silencio.
Gracias a la Virgen Escriba.
La tensión se mitigó un poco mientras entraba y miraba alrededor. Siempre había pensado en estos particulares baños de la mansión de su hermano como vestuarios lujosos para debutantes. Decorados con un motivo de la Rusia zarista, la salita rojo sangre y el área de vestir estaban equipadas con diez cómodas a juego, cada estación de maquillaje tenía todo lo que una hembra pudiera necesitar para mejorar su apariencia. Extendiéndose detrás de la sala de descanso estaban los cuartos de baño privados, los cuáles estaban todos decorados de acuerdo al diseño de un huevo Fabergé diferente de la extensa colección de su hermano.
Perfectamente femenino. Perfectamente adorable.
Parada en el medio de todo eso, quería gritar.
En vez de eso, se mordió los labios y se inclinó para examinarse el cabello en uno de los espejos. La extensión rubia, que le llegaba a la parte baja de la espalda cuando estaba suelto, estaba arreglada con precisión de relojero en lo alto de la cabeza y el moño se había mantenido en su lugar. Incluso después de varias horas, todo estaba en su lugar, los hilos de perlas entretejidos por su doggen exactamente donde habían estado cuando bajo al baile.
Por otro lado, al estar parada al margen, realmente no había puesto a prueba el trabajo de Marie Antoinette.
Pero su collar estaba fuera de lugar otra vez. Tiró del collar de perlas de varias vueltas para ponerlo en su lugar de manera que la última gota, una tahitiana de veintitrés milímetros, apuntara directamente hacia el pequeño escote que tenía.
El vestido color gris paloma era un clásico Balmain, uno que había adquirido en Manhattan en los años 1940. Los zapatos eran nuevos de Stuart Weitzman, aunque nadie podía verlos ocultos debajo de la falda larga hasta el suelo. El collar, pendientes y gemelos eran de Tiffany, como siempre: cuando su padre descubrió al gran Louis Comfort a finales de 1800, toda la familia se había convertido en leal cliente de la compañía y habían permanecido así.
Ese era el sello de la aristocracia ¿verdad? Constancia y calidad en todas las cosas, las novedades y los defectos eran recibidos con miradas de desaprobación.
Se enderezó y se alejó hasta que pudo verse de cuerpo entero desde el otro lado de la habitación. La imagen que le devolvía la mirada era irónica: su reflejo era la absoluta perfección femenina, una belleza improbable que parecía esculpida, no natural. Alta y delgada, su cuerpo estaba formado con ángulos delicados, y su rostro era absolutamente sublime, una perfecta combinación de labios, ojos, pómulos y nariz. La piel que cubría todo eso era de alabastro. Los ojos de un azul plateado. La sangre en sus venas era una de las más puras de la especie.
Aun así aquí estaba. La hembra desechada. La que habían dejado atrás. La indeseada, defectuosa, solterona virgen que ni siquiera un guerrero de pura raza como Wrath había podido soportar sexualmente ni siquiera una vez, aunque fuera para librarla de ser una newling. Y gracias a su repulsión estaría para siempre sin compañero, aunque había estado con Wrath lo que parecía una eternidad. Debías ser tomada para que se te considerara la shellan de alguien.
Su ruptura había sido una sorpresa y no lo había sido. Para nadie. A pesar de que Wrath declarara que ella lo había dejado, la glymera sabía la verdad. Había estado intacta por siglos, sin haber llevado nunca su esencia de aparejamiento, sin haber pasado nunca un día a solas con él. Por otro lado ninguna hembra hubiera dejado a Wrath voluntariamente. Era el Rey Ciego, el último vampiro de pura raza en el planeta, un gran guerrero y un miembro de la Hermandad de la Daga Negra. No había nada más alto que el.
¿La conclusión entre la aristocracia? Algo tenía que estar mal en ella, lo más factible que estuviera oculto bajo sus ropas, y esa deficiencia era probablemente de naturaleza sexual. ¿Por qué otra razón un guerrero de sangre caliente no había sentido ningún impulso erótico hacia ella?
Respiro hondo. Luego otra vez. Y otra.
El aroma de flores recién cortadas invadió su nariz, la dulzura crecía, tomando el control, reemplazando el aire… hasta que sólo estuvo la fragancia entrando en sus pulmones. Pareció que se le cerraba la garganta, como queriendo luchar contra ese asalto, y tiró de su collar. Apretado… se sentía tan apretado en su cuello. Y pesado… como si hubiera manos estrangulándola… Abrió la boca para respirar, pero no ayudó. Sus pulmones estaban obstruidos con el hedor de las flores, revestidos por este… se estaba sofocando, ahogando, aunque no estaba en el agua…
Con las piernas flojas, caminó hacia la puerta, pero no podía enfrentar a las parejas que bailaban, a esa gente que definían quienes eran al aislarla. No, no podía dejar que la vieran… se darían cuenta de cuan alterada estaba. Verían lo difícil que era esto para ella. Entonces la despreciarían aún más.
Sus ojos recorrieron el salón de descanso de las damas, saltando de objeto en objeto, rebotando en todos los espejos. Trato frenéticamente de… ¿Qué estaba haciendo? ¿Adonde podía… ir? … al dormitorio, al piso de arriba… tenía que… oh, Dios… no podía respirar. Iba a morir aquí, aquí y ahora, debido a que su garganta se estaba cerrando tan apretadamente como un puño.
Havers… su hermano… Necesitaba llegar a él. Era un doctor… Vendría a ayudarla… pero se arruinaría su cumpleaños. Arruinado… a causa de ella. Todo se arruinaba a causa de ella… Todo era culpa suya… Todo. Toda la desgracia que producía era culpa suya… Gracias a Dios que sus padres llevaban muertos siglos y no habían presenciado lo que… era…
Iba a vomitar. Definitivamente iba a vomitar.
Con las manos temblorosas y las piernas como un flan, anduvo tambaleándose hasta uno de los baños y se encerró dentro. En su camino al inodoro se tropezó con el lavabo, y abrió el grifo para que el agua ahogara los sonidos de su áspera respiración por si acaso entraba alguien. Luego cayó sobre las rodillas y se inclinó sobre la taza de porcelana.
Tenía náuseas y se sintió desdichada, de la garganta trabajando a través de secas arcadas, no salía más que aire. Le brotó sudor en la frente, bajo los brazos y entre los pechos. Con la cabeza dándole vueltas y la boca abierta luchaba por aire, mientras pensaba que se moría y no tenía a nadie que la ayudara, que arruinaría la fiesta de su hermano, que era un aborrecido objeto como un enjambre de abejas… abejas en su cabeza, zumbando, picando… causándole la muerte… pensamientos sobre abejas…
Marissa comenzó a llorar, no porque pensara que se moría sino porque sabía que no era así.
Dios, los ataques de pánico habían sido brutales estos últimos meses, su ansiedad un acosador sin forma sólida, cuya persistencia no se agotaba nunca. Y cada vez que tenía una recaída, la experiencia era una nueva y horrible revelación.
Poniendo la cabeza entre las manos, sollozó roncamente, las lágrimas corriendo por su rostro para quedar atrapadas en las perlas y diamantes que llevaba alrededor del cuello. Estaba tan sola. Atrapada en una bella, adinerada, fantasía de pesadilla donde el hombre del saco usaba esmoquin y chaqueta de vestir y los buitres se precipitaban con alas de raso y seda para picotearle los ojos.
Haciendo una profunda inspiración, trató de controlar su respiración. Tranquila… quédate tranquila, Estas bien. Has hecho esto antes.
Después de un rato, miró hacia abajo al inodoro. La taza era de oro sólido y sus lágrimas habían hecho que la superficie del agua ondeara como si allí brillara la luz del sol. Abruptamente se dio cuenta de que las baldosas se sentían duras debajo de sus rodillas. Y que el corsé le estaba mordiendo las costillas. Y que su piel estaba pegajosa.
Levantó la cabeza y miró alrededor. Bueno, quién lo habría dicho. Había elegido su cámara privada favorita para derrumbarse, la que estaba basada en el huevo de los Lirios del Valle. Al sentarse colgando del inodoro, se vio rodeada de paredes de un encendido color rosa pintadas a mano con brillantes enredaderas verdes y pequeñas flores blancas. El suelo, el mostrador y el lavabo eran de mármol rosa veteado de blanco y crema. Los candelabros eran de oro.
Muy lindo. Realmente un fondo perfecto para un ataque de ansiedad. Pero bueno, últimamente el pánico iba con todo, ¿verdad? El nuevo negro.
Marissa se obligó a si misma a levantarse, cerró el grifo y colapsó en la pequeña silla cubierta de seda que había en un rincón. Su vestido se acomodó alrededor de ella, como si fuera un animal, tendiéndose ahora que el drama había pasado.
Se miró a sí misma en el espejo. Su cara estaba manchada, la nariz roja. El maquillaje arruinado. El cabello un desastroso enredo.
Ves, así era como se veía en su interior, así que no le extrañaba que la glymera la despreciara. De alguna forma sabían que este era su yo verdadero.
Dios… tal vez esa era la razón por la que Butch no la había querido…
Oh, demonios, no. Lo último que necesitaba era pensar en él en ese momento. Lo que tenía que hacer era enderezarse a sí misma lo mejor que pudiera y luego salir corriendo hacia su dormitorio. Seguramente, esconderse era poco atractivo, lo mismo que ella.
Justo cuando se tocaba el cabello, escuchó que se abría la puerta del salón de descanso, la música de cámara en crescendo para luego disminuir cuando se cerró la puerta.
Genial. Ahora estaba atrapada. Pero tal vez era una hembra sola así no tendría que preocuparse de estar escuchando a escondidas.
—No puedo creer que ensuciara mi chal, Sanima.
Ok, así que ahora era una fisgona además de una cobarde.
—Apenas se nota —dijo Sanima—. Aunque gracias a la Virgen lo agarraste antes de que lo hiciera cualquier otra persona. Entremos aquí y pongámosle un poco de agua.
Marissa se sacudió a si misma para concentrarse. No te preocupes por ellas, sólo arréglate el cabello. Y por amor a la Virgen haz algo con ese rimel. Pareces un mapache.
Tomó un paño y lo mojó silenciosamente mientras las dos hembras entraban en la pequeña habitación de enfrente. Obviamente, habían dejado la puerta abierta… las voces no se habían atenuado.
—Pero, ¿y si alguien lo vio?
—Shh… sácate el chal… oh, Señor. —Se escuchó una suave risa—.  Tu cuello.
La voz de la mujer más joven bajó hasta convertirse en un extático susurro.
—Es Marlus. Desde que nos emparejamos el mes pasado, ha estado…
Ahora la risa era compartida.
—¿Va a ti a menudo durante el día? —El tono reservado de Sanima sonaba deleitado.
—Ah, sí. Cuando dijo que quería que nuestros dormitorios se conectaran, no entendí porqué. Ahora, lo entiendo. El es… insaciable. Y… no sólo quiere alimentarse.
Marissa se detuvo con el paño debajo del ojo. Sólo una vez había conocido el hambre de un macho por ella. Un beso, sólo uno… y lo atesoraba en sus recuerdos. Iba a morir virgen, y ese breve contacto de bocas era todo lo que tendría de índole sexual.
Butch O’Neal. Butch la había besado con… Detente.
Pasó a ocuparse del otro lado de su rostro.
—Qué maravilloso, estar recién apareada. Aunque no debes dejar que nadie vea estas marcas. Estropean tu piel.
—Por eso me apresuré a venir aquí. ¿Qué hubiera pasado si alguien me llega a decir que me quitara el chal debido al vino que derrame? —Esto fue dicho con la clase de horror, que normalmente se reservaba para los accidentes que involucraban cuchillos.
Aunque, conociendo a la glymera, Marissa podía entender demasiado bien el porqué tratar de evitar llamar su atención.
Dejando el paño a un lado, trató de volver a arreglarse el cabello… y se dio por vencida respecto de evitar pensar en Butch.
Dios, hubiera querido tener que ocultar las marcas de sus dientes para que la glymera no las viera. Hubiera querido mantener ese delicioso secreto de que debajo de los civilizados vestidos que usaba, su cuerpo conocía el crudo sexo. Y hubiera querido llevar el aroma de su vínculo con ella en la piel, enfatizándolo, como lo hacían las hembras emparejadas, eligiendo el perfecto perfume que lo complementara.
Pero nada de eso iba a ocurrir. Por un lado, por lo que había oído, los humanos no se emparejaban. Y aunque lo hicieran, la última vez que lo había visto, Butch O’Neal se había alejado de ella así que ya no estaba interesado. Probablemente porque había oído de sus deficiencias. Como era cercano a la Hermandad, no había duda de que ahora sabía todo tipo de cosas acerca de ella.
—¿Hay alguien aquí dentro? —dijo Sanima agudamente.
Marissa maldijo por lo bajo y le pareció que había suspirado en voz alta. Dejando de lado su cabello y rostro, abrió la puerta. Cuando salió, ambas hembras miraron hacia abajo, lo que en esta oportunidad era una buena cosa. Su cabello parecía un descarrilamiento de trenes.
—No se preocupen. No diré nada —murmuró. Porque jamás se podía hablar de sexo en lugares públicos. En realidad, tampoco en lugares privados.
Las dos hicieron una reverencia respetuosa y no contestaron mientras Marissa salía.
Nada más salir del salón de descanso, sintió como más miradas se apartaban de ella, todos los ojos mirando hacia otro lado… especialmente los de aquellos machos sin emparejar que estaban fumando en un rincón.
Justo antes de que le diera la espalda al baile, pescó la mirada de Havers a través de la multitud. La saludó con la cabeza y le sonrió tristemente, como si supiera que no soportaba quedarse ni un momento más.
Queridísimo hermano, pensó. Siempre la había apoyado, nunca había demostrado ningún indicio de que se avergonzara de cómo había resultado ser. Podría haberlo amado debido a que tenían los mismos padres, pero lo adoraba más que nada por su lealtad.
Con una última mirada hacia la glymera en toda su gloria, se fue a su habitación. Después de una rápida ducha, se cambió de ropa poniéndose un vestido más sencillo y zapatos de tacón bajo, luego descendió por las escaleras traseras de la mansión.
Podía lidiar con estar intacta y no ser deseada. Si ese era el destino que la Virgen Escriba había elegido para ella, que así fuera. Había vidas mucho peores que enfrentar, y lamentarse acerca de lo que carecía, considerando todo lo que tenía, era aburrido y egoísta.
Lo que no podía soportar era no tener un propósito. Gracias a Dios que ella tenía una posición entre el Consejo de Princeps y que su lugar estaba asegurado debido a su línea de sangre. Pero también había otra forma de dejar una indudable marca en su mundo.
Mientras introducía un código y abría la puerta de acero, envidió a las parejas que bailaban en la otra punta de la mansión y probablemente siempre lo hiciera. Salvo que ese no era su destino.
Tenía otros caminos que transitar.





[1] Revistas de modas
[2] Marca de Whisky noruego
[3] Marca de Perfume
[4] BJ: Bien Jodidos. En inglés original SOL (Shit Out of Luck)
[5] Marca de teléfono móvil
[6] Abreviación de Lagavulin, marca de whisky noruego


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