martes, 17 de mayo de 2011

AMANTE DESENCADENADA/PROLOGO

Prólogo

1761. VIEJO CONTINENTE.    

Xcor vio morir a su padre cuando apenas habían pasado cinco años desde su transición.
Ocurrió delante de sus propios ojos y aún con la proximidad, no pudo comprender qué ocurrió.
La noche comenzó como cualquier otra. La oscuridad se cernía sobre un paisaje de bosques y cavernas, las nubes proporcionaban cobertura de la luz de la luna a él y a todos aquellos que viajaban a caballo a su lado. Su grupo de soldados estaba formado por seis: Throe, Zypher, los tres primos y él. Y luego estaba su padre.
El Blodletter.
Antiguo miembro de La Hermandad de la Daga Negra.
Lo que los llevó a salir esta noche no era más que lo que los llamaba al trabajo cada puesta de sol: buscaban lessers, esas armas sin alma que usaba el Omega para masacrar la raza de los vampiros. Y los encontraban. A menudo.
Pero ellos siete no formaban una Hermandad.
Al contrario que esa alabada liga secreta de guerreros, esta banda de bastardos guiada por el Bloodletter no era más que un grupo de soldados: sin ceremonias. Sin adoración por parte del pueblo. Sin tradiciones ni alabanzas. Sus linajes podían haber sido aristocráticos, pero todos ellos habían sido abandonados por sus familias, habían nacido con defectos o habían sido engendrados fuera del santo matrimonio.
Nunca serían más que prescindibles trozos de carne dentro de la gran guerra que se luchaba para sobrevivir.
Y aunque todo eso era verdad, eran la élite de los soldados. Los más despiadados, los de hombros más fuertes, aquellos que habían demostrado su valía una y otra vez al más duro de los líderes de la raza: el padre de Xcor. Cuidadosamente seleccionados y sabiamente elegidos, estos machos eran mortales contra el enemigo y nada protocolarios en lo que a la sociedad vampírica se refería. Tampoco a la hora de matar: no importaba si la presa era un asesino, un humano, un animal o un lobo humano[i]. La sangre correría.
Solamente habían proferido un juramento y solo uno: su único amo era su sire y no otro. Donde él iba, ellos lo seguían y así estaba la cosa. Muchísimo más simple que toda esa mierda tan elaborada de la Hermandad… incluso aunque Xcor hubiera sido un candidato por su linaje, no habría tenido ningún interés en ser un Hermano. No le importaba la gloria, ya que no tenía ni punto de comparación con la dulce liberación que le proporcionaba matar. Mejor dejar esa inútil tradición y esos desperdiciados rituales a aquellos que se negaban a empuñar nada que no fuera una daga negra.
Él usaría cualquier arma que hubiera.
Y su padre haría lo mismo.
El clamor de los cascos de los caballos se ralentizó y luego se desvaneció en el silencio mientras que los luchadores salían del bosque sobre un enclave de robles y maleza. El humo de las chimeneas de las casas se dispersaba con la brisa, pero existía otra prueba de que finalmente habían encontrado la aldea que habían estado buscando. En lo alto, sobre un imponente acantilado, un castillo fortificado, estaba posado como un águila. Sus cimientos clavados contra la roca como garras.
Humanos. Enfrentados los unos contra los otros.
Qué aburrido.
Aun así tenía que respetar la construcción. Quizá, si Xcor se asentara alguna vez, masacraría la dinastía que allí vivía y se apropiaría de aquella fortaleza. Era mucho más eficiente birlarla que tener que levantarla.
—Hacia el pueblo —ordenó su padre—. Vamos a divertirnos.
Palabras que prometían que había lessers allí, las bestias pálidas se mezclaban y confundían con los aldeanos que habían limpiado terrenos y construido sus casas bajo las sombras del castillo. Esta era la típica estrategia de reclutamiento de la Sociedad Lessening: infiltrarse en un pueblo, apoderarse de los varones uno por uno, matar brutalmente o vender a las mujeres y los niños, huir con las armas y caballos, e irse a la siguiente aldea en un número mayor.
Xcor pensaba igual que el enemigo en ese aspecto: cuando terminaba de luchar, siempre cogía todo lo que pudiera serle útil y ventajoso antes de dirigirse a la siguiente batalla. Noche tras noche, el Bloodletter y sus soldados se abrían paso a través de lo que los humanos llamaban Inglaterra. Cuando alcanzaban el extremo de las tierras escocesas, daban media vuelta y se apresuraban a volver hacia atrás, moviéndose hacia el sur, el sur, el sur hasta que el tacón de Italia los forzara a dar la vuelta otra vez. Y entonces, era cuestión de volver a recorrerse todos aquellos incontables kilómetros de nuevo. Y de nuevo. Y de nuevo.
—Dejaremos nuestras provisiones aquí —declaró Xcor, señalando al tronco grueso de un árbol que había caído sobre un riachuelo.
Mientras el traslado de sus modestos suministros se hacía, no se escuchaba más que el sonido chirriante del cuero y los ocasionales gruñidos de los sementales. Cuando todo estuvo guardado bajo el lateral del roble derrumbado, reunieron a sus caballos de pura raza, lo único de valor que poseían además de las armas y los volvieron a montar. Xcor no veía utilidad en los objetos de belleza o comodidad, no eran más que un peso añadido que soportar. ¿Pero un caballo y una buena daga? Eran imprescindibles.
Mientras los siete cabalgaban hacia la aldea, no hicieron ningún esfuerzo por ocultar el sonido de los cascos de los sementales. No obstante, no dieron ningún grito de guerra. Menudo desperdicio de energía. A sus enemigos no les hacía falta tanto para salir a recibirlos.
Como bienvenida, uno o dos humanos miraron a hurtadillas desde sus puertas e inmediatamente después se encerraron dentro de sus viviendas. Xcor los ignoró. En cambio, observó detenidamente las achaparradas casas de piedra, la plaza del pueblo y los distintos comercios en busca de cualquier forma bípeda que fuera tan pálida como un fantasma y tan maloliente como un cadáver envuelto en melaza.
Su padre se dirigió hacia él y le sonrió con cierto matiz despiadado.
—Después, quizá disfrutemos de las flores de los jardines.
—Quizá —murmuró Xcor a la vez que su caballo cabeceaba.
En realidad, no estaba tan interesado en llevarse mujeres a la cama o en obligar a los hombres a someterse, pero su señor no era alguien a quien se le pudiera negar nada, ni siquiera los caprichos que tuviera en su tiempo libre.
Xcor indicó a tres de sus hombres mediante gestos con las manos que se fueran hacia la izquierda, donde había una pequeña estructura con una cruz en lo alto del puntiagudo tejado. Los otros y él irían hacia la derecha y su padre haría lo que le diera la gana. Como siempre.
Forzar a los sementales a quedarse parados en el camino era una tarea que desafiaba incluso al brazo más fuerte, pero él estaba más que acostumbrado a ese juego del tira y afloja, y continuó firmemente sentado sobre la montura. Con adusta intención, sus ojos penetraron las sombras que la luz de la luna formaba, buscando, investigando…
El grupo de asesinos que salió desde el abrigo de la fragua tenían armas en abundancia.
—Cinco —gruñó Zypher—. Dichosos somos esta noche.
—Tres —Xcor lo cortó—, dos de ellos aún son humanos. Aunque matar a ese par… también será un placer.
—¿A cuáles matarás tú, mi señor? —dijo su compañero de armas, con una deferencia que se había ganado por sí mismo, no por derecho de nacimiento.
—A los humanos —declaró Xcor moviéndose hacia delante y preparándose para el momento en que golpeara al caballo en el morro—. Si hay otros lessers, esto les hará salir aún más rápidos.
Espoleando a su gran bestia y pegándose a la silla, sonrió mientras los lessers se mantenían firmes con sus cotas de malla y armamento. Los dos humanos, sin embargo, no iban a permanecer tan impávidos. Aunque ambos estuvieran igualmente equipados para pelear, querrían darse la vuelta y salir corriendo al primer destello de sus colmillos, asustados como caballos de labranza en un bombardeo.
Fue por eso por lo que no se alejó más de tres zancadas hacia la derecha al galope. Tras la casa del herrero, dejó las riendas y se bajó del corcel. Su semental era un canalla salvaje, pero obediente en lo que a desmontar y esperar se trataba.
Una hembra humana salió disparada por la puerta trasera, su camisón blanco fue un brillante reflejo de luz en la oscuridad mientras se tambaleaba para intentar recuperar el equilibro en el barro. En el instante en que lo vio, se quedó petrificada por el miedo.
Reacción lógica. Él era el doble de grande que ella, si no tres veces más y vestido no para dormir, tal y como ella iba, sino para la guerra. Mientras ella se llevaba una mano hacia su garganta, él captó su esencia en el aire. Mmm, quizás su padre tenía razón en lo de disfrutar del jardín…
Mientras se le ocurría ese pensamiento, soltó un pequeño gruñido que la impulsó a echar a correr presa del pánico. Al verla huir, el depredador que llevaba dentro entró en acción. Con la sed de sangre arremolinándose en su cuerpo, se recordó que había sido cuestión de semanas desde que se había alimentado de un miembro de su especie y aunque esta zagala era humana, podría ser más que suficiente por esta noche.
Desafortunadamente, no había tiempo para divertirse ahora, aunque lo más seguro es que su padre la capturara después. Si Xcor necesitaba sangre para ir tirando, la cogería de esta hembra o de cualquier otra.
Dándole la espalda a la mujer que huía, se plantó y desenvainó su arma preferida. A pesar de que las dagas hacían su trabajo, él prefería las guadañas de asas largas y modificadas para guardarlas en una funda que se ceñía a su espalda; era todo un experto al blandir el peso pesado y sonrió mientras empuñaba la despiadada hoja afilada al aire, esperando para cazar a los dos primeros peces que seguramente estaban nadando…
Ah, sí, que bien sentaba el llevar razón.
Justo después, una luz brillante y un estallido emergieron desde el camino principal. Los dos humanos salieron gritando de detrás de la herrería como si les estuvieran persiguiendo unos maleantes.
Pero lo interpretaron mal. El maleante los estaba esperando aquí.
Xcor no gritó ni los maldijo, ni siquiera les gruñó. Se abalanzó hacia ellos con todas sus fuerzas y blandiendo la guadaña, que se mecía de forma regular entre sus manos mientras sus poderosas piernas acortaban la distancia entre ellos. Una sola mirada hacia él y los humanos derraparon y movieron los brazos desequilibrados como si se tratara de las batientes alas de patos aterrizando sobre un lago.
El tiempo se ralentizó mientras él se cernía sobre ellos, arremetiéndoles con su arma favorita en un ataque circular y agarrándolos a ambos a la altura del cuello.
Cortó sus cabezas con un golpe simple y limpio, aquellos rostros sorprendidos aparecían y desaparecían mientras éstas rodaban y la sangre se esparcía y salpicaba el pecho de Xcor. En ausencia de sus cráneos, los cuerpos cayeron al suelo con una curiosa y límpida gracia, aterrizando inanimados en un lío de miembros.
Ahora sí gritó.
Girando sobre los talones, Xcor plantó sus botas de cuero sobre el fango, inspiró profundamente y dejó salir el aire en un bramido mientras giraba frente a él la guadaña, el acero carmesí aún hambriento quería más. Aunque sus presas habían sido meros humanos, el subidón que le daba matar era mejor que un orgasmo, la sensación de saber que había quitado vidas y en su lugar dejado cadáveres recorría su cuerpo como si se tratara de hidromiel.
Silbando a través de los dientes, llamó a su semental, el cual volvió galopando hacia él a su orden. Un salto y estaba sobre la montura, manteniendo la guadaña en el aire con la mano derecha mientras manejaba las riendas con la izquierda. Espoleándolo con fuerza, puso al animal al galope por un ventajoso camino estrecho y sucio para emerger en el centro de la batalla.
Sus compañeros bastardos estaban en modo luchador total, las espadas entrechocaban y los gritos llenaban la noche mientras los desalmados se enfrentaban al enemigo. Tal y como Xcor había predicho, media docena más de lessers vinieron en estampida como leones enardecidos sobre sementales de pura raza para defender su territorio.
Xcor se cernió sobre el grupo de enemigos que avanzaba hacia ellos. Aseguró las riendas en el arzón mientras blandía la guadaña y el semental se precipitaba hacia los otros caballos con los dientes al descubierto. Sangre negra y diferentes partes del cuerpo volaron por los aires al mismo tiempo que cortaba en pedazos a sus adversarios. Su caballo y él funcionaban como si fuesen uno solo al atacar.
Mientras capturaba otro asesino con la hoja de acero y la deslizaba justo en medio del pecho, supo que había nacido para hacer exactamente esto. El mayor y mejor uso que podía darle a su tiempo en la tierra. Él era un asesino, no un defensor.
Él no luchaba por la raza… sino para sí mismo.
Todo terminó demasiado pronto, la neblina de la noche se arremolinaba alrededor de los cuerpos de los lessers que se retorcían de dolor en los charcos de su propia sangre negra. Las lesiones entre los suyos eran pocas. Throe tenía una herida profunda en el hombro dejada por algún tipo de hoja metálica. Y Zypher estaba cojeando; una mancha roja recorría todo el exterior de una de sus piernas hasta llegar al abrigo de su bota. Ninguno de ellos estaba preocupado ni entorpecido en lo más mínimo.
Xcor tiró de su caballo, desmontó y se guardó la guadaña en la funda.
Mientras sacaba su daga de acero y comenzaba a apuñalar a los lessers en el corazón, lamentó el proceso de enviar al enemigo de vuelta a su creador. Él quería más para luchar, no menos…
Un grito resonante hizo que girara la cabeza. La mujer humana en camisón estaba corriendo por el sucio camino que rodeaba la aldea, su pálido cuerpo completamente desbocado, como si la hubieran ahuyentado de algún lugar escondido. Pisándole los talones, el padre de Xcor se encontraba a horcajadas de su semental y cabalgando duro. El enorme cuerpo del Bloodletter se colgó del lateral de la montura cuando estaba alcanzándola. En realidad, no era ninguna carrera. Mientras él la flanqueaba, la agarró con el brazo y la colocó sin cuidado alguno en su regazo.
No hubo ninguna parada, ni siquiera una ralentización tras la captura. Sin embargo, sí que la marcó. Con el semental a todo galope y la humana golpeando todo lo que podía, el padre de Xcor aún se las apañó para atacar la fina garganta con los colmillos, mordiéndole el cuello como si la pudiera mantener quieta sólo con los caninos.
Y ella habría muerto. Seguramente habría muerto.
De no ser porque el Bloodletter lo hizo antes.
Salida de la arremolinada niebla, una figura fantasmal apareció como si hubiera sido formada por los filamentos de humedad que deambulaban por el aire. Y en el momento en que Xcor vio el espectro, entrecerró los ojos y puso en marcha su olfato súper-desarrollado.
Parecía ser una hembra. De su raza. Vestida con una túnica blanca.
Y su esencia le recordaba algo que no conseguía situar exactamente.
Se encontraba directamente en el camino de su padre, pero parecía ser completamente indiferente al caballo o al sádico guerrero que pronto se cernería sobre ella. Sin embargo, su señor estaba embelesado con la figura. En el mismo instante en que se percató de su presencia, arrojó a la humana al suelo, como si no fuera más que un hueso de cordero cuya carne acabara de masticar.
Algo iba mal, pensó Xcor. En verdad, él era un macho de acción y poder, y difícilmente uno que se asustara de un miembro del sexo más débil… pero todo su cuerpo le advertía que esta etérea entidad era peligrosa. Mortal.
—¡Eh, padre! —lo llamó—. ¡Date la vuelta!
Xcor le silbó a su semental, el cual respondió a la orden. Tras saltar rápidamente a la silla, espoleó las ijadas del caballo y se lanzó precipitadamente hacia donde estaba su padre para poder cruzarse en su trayectoria; un extraño miedo lo conducía.
Llegó demasiado tarde. Su padre ya se cernía sobre la hembra, que se había agazapado lentamente.
Parcas del destino, iba a saltar sobre el…
Con una coordinada rapidez, se lanzó al aire y agarró la pierna de su padre, usándola de pértiga para subir al caballo. Seguidamente, al caer contra el pecho macizo del Bloodletter, saltó hacía el lado contrario y se llevó al macho con ella hasta el suelo, la tremenda embestida desafiaba tanto a su género como a su fantasmal naturaleza.
Así que no era un fantasma, sino un ente de carne y hueso.
Lo que significaba que se la podía matar.
Mientras Xcor se preparaba para estrellar a su semental contra ellos, la mujer soltó un alarido que no era femenino en lo más mínimo; iba más en la línea de sus propios gritos de guerra, el bramido se escuchó por encima de los retumbantes cascos de su caballo y del sonido de los bastardos de sus compañeros congregándose para contrarrestar este ataque tan inesperado.
Sin embargo, no había necesidad inmediata de interceder.
Su padre, a pesar de la impresión de haber sido derribado de la montura, rodó sobre su espalda y desenvainó su daga, resopló como un animal en pleno ataque. Con una maldición Xcor tiró de las riendas y detuvo su rescate; seguramente su sire tomaría el control. El Bloodletter no era de esa clase de machos a los que se les ayudaba y Xcor ya había sufrido sus golpes por ese mismo motivo en el pasado, lecciones que habían sido duramente aprendidas y bien recordadas.
Aun así, desmontó del caballo, y se preparó en la periferia en caso de que hubiera otras hembras al estilo Valkiria en mitad del bosque.
Por lo que la escuchó pronunciar claramente un nombre.
—Vishous.
La furia de su padre se suavizó y dio paso a una breve confusión. Antes de que pudiera volver a defenderse, ella comenzó a brillar con lo que seguramente era una impía luz.
—¡Padre! —gritó Xcor mientras corría hacia él.
Pero llegaba demasiado tarde. El contacto ya se había producido.
Las llamas aparecieron de repente alrededor del duro rostro barbudo de su sire, arrastrándose hacia su forma corpórea como si fuera heno seco. Y con la misma gracia con la que lo había derribado ella retrocedió y observó cómo él buscaba frenéticamente como apagar a manotazos el fuego. En plena noche, su padre gritaba mientras se quemaba vivo; su ropa de cuero no le ofrecía más protección a su piel y sus músculos.
No había forma alguna de acercarse lo suficiente a las llamas y Xcor patinó hasta detenerse, pasándose el brazo por delante y alejándose del calor que era exponencialmente mucho más abrasador de lo que debería haber sido.
Mientras tanto, la hembra se mantenía firme sobre el retorcido y tembloroso cuerpo… las parpadeantes llamas iluminaban su precioso y cruel rostro.
La muy puta estaba sonriendo.
Y entonces fue cuando ella alzó la mirada hacia él. Mientras Xcor conseguía una adecuada visión de su semblante, al principio rehusó creer lo que veía. Y aún así la luz llameante no mentía.
Estaba contemplando la versión femenina del Bloodletter. Tenía el mismo pelo negro, la misma pálida piel y los mismos ojos pálidos. La misma estructura ósea. Y más aún, la misma luz vengativa en los ojos, casi violentos. Ese éxtasis y satisfacción que provocaba el matar, combinación que el mismo Xcor conocía demasiado bien.
Un momento después se había ido fundiéndose con la niebla de una forma que no era como los de su especie se desmaterializaban, sino como una ráfaga de humo que desaparecía centímetro a centímetro hasta los pies.
Tan pronto como le fue posible, Xcor se abalanzó rápidamente sobre su padre, pero no había nada que pudiera salvar… ni apenas enterrar. Al hundir las rodillas ante el hedor y los huesos que se iban quemando lentamente, Xcor tuvo un momento de lamentable debilidad: las lágrimas brotaron de sus ojos. El Bloodletter había sido un bruto, pero al ser el único macho reclamado como descendiente, Xcor y él habían estado muy unidos… de hecho, eran el uno parte del otro.
—Por todo lo sagrado —dijo Zypher con la voz ronca— ¿qué fue eso?
Xcor parpadeó con fuerza antes de mirar por encima del hombro.
—Ella lo ha matado.
—Aye. Y algo más.
Mientras el grupo de bastardos venía uno a uno para posicionarse a su lado, Xcor tenía que pensar en lo que decir y en lo que hacer.
Se puso en pie con fría formalidad, quería llamar a su caballo, pero tenía la boca demasiado seca para silbar. Su padre… el que había sido su Némesis y aun así quien le había enseñado, estaba muerto. Muerto. Y había ocurrido muy rápido, demasiado rápido.
Por una mujer.
Su padre se había ido.
Cuando pudo, miró a cada uno de los machos que tenía frente a él, los dos que estaban sobre los caballos, los otros dos que estaban de pie y el que se encontraba a su derecha. Con una fuerte comprensión, supo que lo que fuera que el destino les tuviera preparado, estaría condicionado por lo que él hiciera justo en este momento. Aquí y ahora.
No estaba preparado para nada de todo esto, pero no le daría la espalda a lo que debía hacer.
—Escuchad atentamente porque solo lo diré una vez. Nadie dirá ni una sola palabra. Mi padre murió luchando contra el enemigo y yo lo quemé para darle homenaje y mantenerlo conmigo. Jurádmelo inmediatamente.
Los bastardos con los que había vivido y luchado todo este tiempo lo prometieron y, tras disiparse en la noche las profundas voces de cada uno de ellos, Xcor se inclinó y pasó los dedos a través de las cenizas. Alzó las manos hacia su rostro y se cubrió de cenizas desde las mejillas hasta las gruesas venas que recorrían ambos lados de su cuello y luego llevó la mano hacia el duro cráneo, que era lo único que quedaba de su padre. Al mismo tiempo que sostenía los humeantes y carbonizados restos en el aire, Xcor proclamó a los soldados que tenía frente a él como suyos.
—Ahora yo soy vuestro único liege. Uníos a mí en este instante u os consideraré mis enemigos. Qué decidís.
No hubo ninguna vacilación. Los machos sacaron las dagas mientras se arrodillaban frente a él y soltando un grito de guerra, clavaron las hojas en el suelo, a sus pies.
Xcor contempló sus cabezas gachas mientras sentía caer un manto sobre sus hombros.
El Bloodletter estaba muerto. Al no seguir vivo, comenzaba a ser una leyenda desde esta misma noche.
Tal y como era correcto y apropiado, ahora el hijo caminaba sobre las huellas de su señor, comandando a estos soldados que no servirían a Wrath, el rey que nunca gobernaría, ni a la Hermandad, que no se dignaría a rebajarse a este nivel… sino a Xcor y sólo a Xcor.
—Iremos en la dirección por la que la hembra vino —anunció—. La buscaremos incluso aunque nos lleve siglos encontrarla y pagará por el daño causado esta noche —Xcor silbó ahora alto y claro hacia su semental—. Le arrancaré esta muerte yo mismo.
Saltando sobre el caballo, agarró las riendas y condujo a la gran bestia a través de la noche, su banda de bastardos se colocó en formación a su espalda, preparados para ir a muerte con él.
Mientras salían rápidamente del pueblo, Xcor se llevó el cráneo de su padre a la parte derecha de la camisa de cuero que usaba en las batallas, justo encima de su corazón.
La venganza sería suya. Incluso si eso lo mataba.




[i] Hace referencia a la película Wolfen (1981) que se tradujo con el título Lobos humanos en España.

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