domingo, 15 de mayo de 2011

AMANTE DESPIERTO/CAPITULO 1 2 3



—¡Maldita sea, Zsadist! No saltes…
La voz de Phury apenas se escuchó por encima del sonido del choque del coche delante de ellos. Y eso no detuvo a su gemelo que salto del Escalade mientras iba a cincuenta millas por hora.
—¡V, está fuera!  ¡Uno ochenta de nosotros!
El hombro de Phury golpeo ruidosamente contra la ventana cuando Vishous derrapó controladamente con el SUV. Los focos delanteros se balancearon y Z giró sobre el asfalto cubierto de nieve como una pelota. Una fracción de segundo más tarde, arrastró su trasero y se levantó sobre sus pies, yendo a la caza del sedán abollado que ahora tenía un pino como ornamento sobre la capota.
Phury vigiló a su gemelo y se quitó el cinturón de seguridad. Los lessers que habían estado persiguiendo por el linde rural de Caldwell podrían haber acabado su jodido paseo según las leyes de la física, pero eso no significaba que estuvieran fuera de servicio. Aquellos bastardos no muertos eran duraderos.
Cuando el Escalade paró, Phury abrió apresuradamente la puerta mientras iba por su Beretta. No sabía cuantos lessers había en el coche o qué tipo de municiones llevaban. Los enemigos de la raza de los vampiros viajaban en grupos y siempre iban armados —¡Santo infierno!— Tres de los asesinos de cabellos claros habían salido y solo se veía al tambaleante conductor.
Las jodidas probabilidades no detuvieron a Z. Era un maniaco suicida, que se dirigió directamente hacia el trío de no muertos con solo una daga negra en su mano.
Phury se movió rápidamente a través de la carretera, escuchando a Vishous correr pesadamente tras él. Pero no eran necesarios.
Mientras las silenciosas ráfagas de aire se arremolinaban y el dulce olor a pino se mezcló con el escape de gas del destrozado coche, Z derrumbó a los tres lessers solo con el cuchillo.
Les cortó los tendones posteriores de las rodillas para que no pudieran correr, les rompió los brazos para que no se pudieran sostener, y los arrastró por el suelo hasta que quedaron alineados como si fueran horribles muñecas.
Le llevó cuatro minutos y medio, incluyendo despojarlos de sus identificaciones. Entonces Zsadist hizo una pausa para tomar aliento. Cuando miró hacia abajo a la grasienta sangre negra derramada que manchaba la blanca nieve, el vapor se elevaba sobre sus hombros, una apacible niebla jugaba con el frío viento.
Phury colocó la Beretta en la pistolera de su cadera y se sintió mareado, como si hubiera comido seis paquetes de bacón grasiento. Frotándose el esternón, miró a su izquierda, la Ruta 22 estaba mortalmente tranquila esta noche y estar a las afueras de Caldwell era adecuado. Los testigos humanos serían improbables. Los ciervos no hablan.
Sabía lo que vendría después. Sabía que era mejor no intentar detenerlo.
Zsadist se arrodilló sobre uno de los lessers, su cara con cicatrices se deformaba por el odio, su destrozado labio superior se torció hacia atrás, sus colmillos largos como los de un tigre. Con el pelo rapado y los huecos bajo sus pómulos, parecía el Grim Reaper[1]; y como la muerte, trabajaba cómodo con el frío. Llevaba solo un jersey de cuello alto y pantalones amplios negros, iba más armado que vestido: la negra pistolera firma de la Hermandad de la Daga Negra cruzada sobre su pecho y dos cuchillos más atados con una correa sobre sus muslos. También lucía un cinturón con dos SIG Sauers.
No es que nunca usara la nueve milímetros. Le gustaba hacerlo personalmente cuando mataba. En realidad, era el único momento en que se acercaba a alguien.
Z agarró al lesser por las solapas de su chaqueta de cuero y golpeo con fuerza el torso del asesino sobre el suelo, obteniendo un estrecho boca a boca.
—¿Dónde está la mujer? —cuando no obtuvo más respuesta que una malvada sonrisa, Z levanto sin consideración al asesino. El chasquido hizo eco a través de los árboles, un sonido duro como el de una rama que se rompe por la mitad—.  ¿Dónde está la mujer?
El asesino se burló sonriendo abiertamente, entonces la rabia de Z se elevó tanto que hizo su propio círculo ártico. El aire alrededor de su cuerpo se cargó magnéticamente y se volvió más frío que la noche. Los copos de nieve no caían a su alrededor, como si se desintegraran con la fuerza de su cólera.
Phury escuchó un sonido estridente y miró sobre su hombro. Vishous estaba encendiendo una bomba casera, los tatuajes en su sien izquierda y la perilla alrededor de su boca destacaban sobre el anaranjado brillo.
Ante el sonido de otra pequeña explosión, V hizo una profunda respiración e hizo rodar sus diamantinos ojos.
—¿Estás bien, Phury?
No, no lo estaba. La naturaleza salvaje de Z siempre era materia de un cuento de horror, pero últimamente se había hecho tan violento que era duro mirarlo en acción. Un pozo sin fondo, sin alma después de que Bella había sido secuestrada por los lessers.
Y aún no la habían encontrado. Los Hermanos no tenían ni pistas, ni información, nada. Incluso con el duro interrogatorio de Z.
Phury estaba hecho un lío sobre el rapto. No conocía a Bella lo suficiente, pero había sido encantadora, una mujer que funcionaba al más alto nivel dentro de la aristocracia de su raza. Sin embargo para él había sido más que su linaje. Mucho más. Ella había ido más allá del hombre bajo la disciplina de su voto de celibato, removiendo algo profundo. Estaba tan desesperado como Z por encontrarla, pero después de seis semanas, había perdido la fe en que hubiera sobrevivido. Los lessers torturaban a los vampiros para obtener información sobre la Hermandad y como todos los civiles ella sabía poco sobre los Hermanos. Seguramente ahora estaría muerta. Su única esperanza es que no hubiera aguantado días y días infernales antes de ir al Fade.
—¿Qué hicisteis con la mujer? —gruñó Zsadist al siguiente asesino. Cuando todo lo que le dijo fue un—. Jódete, —Z tomo la Tyson y golpeó al bastardo.
Por qué Zsadist se preocupaba por una mujer civil, nadie en la Hermandad lo podía entender. Lo conocían por su infernal… misoginia, le temían por ello. Por qué Bella le importaba era lo que todos se preguntaban. Sin embargo, nadie, ni Phury, como su gemelo, podía predecir las reacciones del hombre.
Mientras lo ecos del brutal trabajo de Z eran aislados por el bosque, Phury se sintió resquebrajarse por el interrogatorio mientras que el lesser se mantenía firme y no daba ninguna información.
—No se cuanto más podré aguantar esto ―dijo en un susurro.
Zsadist era lo único que tenía en la vida, a parte de la misión de proteger a la Hermandad de la raza de los lessers. Cada día Phury se acostaba solo, no dormía en absoluto. La comida le daba poco placer. Las mujeres estaban descartadas debido a su celibato. Y cada segundo estaba preocupado por lo que haría Zsadist y quien sería herido en el proceso. Se sentía como si estuviera muriendo por mil cortes, desangrándose lentamente. Un blanco de todas las crueles intenciones de su gemelo.
V extendió la mano enguantada y apretó la garganta de Phury.
–Mírame, amigo.
Phury lo miró y se encogió. El ojo izquierdo del Hermano, el que tenía los tatuajes a su alrededor, se dilato hasta no verse más que un negro vacío.
—Vishous, no… yo no… —mierda. No tenía por qué enterarse de su futuro ahora mismo. No sabía como manejaría el hecho de que las cosas sólo fueran a empeorar.
—La nieve cae despacio esta noche —dijo V, frotando el pulgar hacia delante y hacia atrás sobre su gruesa vena yugular.
Phury parpadeó cuando le llegó la tranquilidad, su corazón se ralentizó al ritmo del pulgar de su Hermano.
—¿Qué?
—La nieve… cae muy despacio.
—Sí… sí, lo hace.
—Y hemos tenido mucha nieve este año, ¿verdad?
—Uh…sí.
—Sí… mucha nieve y va a haber más. Esta noche. Mañana. El mes que viene. El próximo año. Las cosas vienen cuando vienen y caen donde caen.
—Así es —dijo Phury suavemente—. No hay nada que lo pare.
—No, a menos que tú seas la toma de tierra —El pulgar se detuvo—. Hermano mío, no te veo como el cable de tierra. No lo detendrás. Nunca.
Una serie de pequeñas explosiones y destellos aparecieron cuando Z apuñaló al lesser en el pecho y los cuerpos se desintegraron. Entonces solo quedó el silbido del radiador del coche destrozado y la pesada respiración de Z.
Como una aparición se levantó del ennegrecido suelo, la sangre de los lessers manchaba su cara y sus antebrazos. Su aura era una brillante neblina de violencia que deformaba el paisaje que tenía detrás, el bosque tras él estaba ondulante y borroso enmarcando su cuerpo.
—Voy al pueblo —dijo él, limpiando su hoja sobre su muslo–. A buscar más.


Antes de que el Sr. O volviera a cazar vampiros, liberó el seguro de su nueve milímetros Smith & Wesson y miró en el interior del cañón. El arma necesitaba una limpieza y su Glock también. Tenía otra mierda que quería hacer, pero solo un idiota permitiría que su celo le degradara. Infiernos, los lessers tenían que estar por encima de sus armas. La Hermandad de la Daga Negra no era la clase de objetivo con el que quieres descuidarte.
Caminó a través del cuarto de persuasión, haciendo un pequeño desvío alrededor de la mesa de autopsias que utilizaban para su trabajo. La distribución de la habitación no tenía ningún aislamiento y el suelo estaba sucio, pero como no había ventanas, el viento, en su mayor parte, se mantenía fuera. Había un catre donde dormía. Una ducha. Ningún retrete o cocina porque los lessers no comían. El lugar todavía olía a tablas frescas, por que lo habían construido hacía tan solo un mes y medio.
El único accesorio fijo terminado eran las estanterías que se extendían desde las sucias vigas bajando por toda la pared de cuarenta pies de largo. El instrumental estaba colocado, cuidado y limpio, en varios niveles: cuchillos, tornillos de sujeción, tenazas, martillos. Si había algo que pudiera arrancar un grito de dolor de una garganta, ellos lo tenían.
Pero el lugar no solo era para la tortura; se utilizaba también como almacén. Guarecer a vampiros durante un tiempo era un desafío, por que ellos podían hacer ¡poof… desaparecí!, delante tuyo si eran capaces de estar calmados y concentrarse. El acero les impedía el acto de desaparecer, pero una celda con barras no los abría protegido de la luz del sol y una habitación de acero en el edificio era poco práctica. Funcionaba bastante bien, aunque era un juego de tubos de alcantarilla metálicos colocados verticalmente en el suelo. O tres de ellos, como era el caso.
O tuvo la tentación de ir a las unidades de almacenaje, pero sabía que si lo hacía, no regresaría a la caza y tenía cuotas que cubrir. Siendo el Fore-lesser, segundo en la jerarquía tenía algunos atractivos extras, como el tener acceso a este lugar. Pero si tenía la intención de proteger su privacidad, tenía que tener un desempeño adecuado.
Lo que significaba que tenía que cuidar de sus armas, aun cuando preferiría estar haciendo otras cosas. Apartó de un codazo un botiquín de primeros auxilios, agarró la caja de limpieza de la pistola, y acercó un taburete a la mesa de autopsias.
La única puerta del lugar se abrió de golpe sin ninguna llamada. O miró sobre su hombro, pero cuando vio quien era, se obligó a reducir la expresión de fastidio al mínimo.
El Sr. X no era bienvenido, pero él era el responsable de la Sociedad de los Lessers y no se le podía negar. Solo por razones de auto-conservación.
De pie bajo la luz de la bombilla, el Fore-lesser no era un buen oponente si querías permanecer de una pieza. De seis pies y cuarto, era como un coche: cuadrado y duro. Y como todos los miembros de la Sociedad que hacía tiempo habían pasado la iniciación, era totalmente pálido. Su blanca piel nunca se ruborizaba y no conseguía broncearse. Su pelo era del color de la telaraña. Los ojos de color gris claro como un cielo nublado e igualmente sin brillo y neutros.
Con un paso informal, el Sr. X comenzó a mirar alrededor, no estimando la disposición de los objetos, pero buscando.
—Me han dicho que ha conseguido otro.
O dejó la barra de limpiar el arma y contó las armas que llevaba encima. Un cuchillo para lanzar sobre su muslo derecho. Una Glock en la zona lumbar. Sentía no tener más.
—Lo cogí en el centro de la ciudad hace unos cuarenta y cinco minutos fuera del ZeroSum. Está en uno de los agujeros, cerca de aquí.
—Buen trabajo.
—Pienso salir otra vez. Ahora mismo.
—¿De verdad? —El Sr. X se paró delante de las estanterías y cogió un cuchillo de caza dentado—. Sabe, he oído algo que es bastante malditamente alarmante.
O siguió su apagado parloteo y colocó la mano sobre su muslo, acercándose más al extremo de la hoja.
—¿No va a preguntarme qué es? —Dijo el Fore-lesser mientras caminaba sobre las tres unidades de almacenaje del suelo—. Tal vez por que ya sabe el secreto.
O escamoteó el cuchillo en su mano mientras el Sr. X se demoraba sobre las redes metálicas que cubrían lo alto de los tubos de alcantarillado. No daba una mierda por los dos primeros cautivos. El tercero no era asunto suyo.
—¿Ninguna vacante, Sr. O? —la punta de la bota del Sr. X tamborileaba dando golpecitos contra uno de los juegos de cuerdas que desaparecían debajo de cada uno de los agujeros–.  Pensaba que había matado a dos después de que no tenían nada que valiese la pena decir.
—Lo hice.
—Entonces con el civil que cogió esta noche, debería haber un tubo vacío. En cambio, esto está atestado.
—Cogí otro.
—¿Cuándo?
—Anoche.
—Miente —El Sr. X comenzó a levantar la cubierta de la tercera unidad.
El primer impulso de O fue de levantarse, dar dos largos pasos rápidos y perforar la garganta del Sr. X con el cuchillo. Pero no podría hacerlo ni de lejos. El Fore-lesser tenía el elegante truco de poder congelar a los subordinados en el lugar. Y todo lo que tenía que hacer era mirarte.
Entonces O se quedó quieto, temblando por el esfuerzo de mantener su culo sobre el taburete.
El Sr. X sacó un bolígrafo-linterna de su bolsillo, encendiéndolo y la dirigió hacia el agujero. Cuando un amortiguado chillido salió, sus ojos se abrieron de par en par.
—¡Jesucristo, realmente es una hembra! Por qué demonios no me lo dijeron.
O despacio se puso de pie, dejando el cuchillo colgar por el muslo, entre los pliegues de su pantalón de carga.
—Es nueva —dijo él.
—Eso no es lo que he oído.
Con pasos rápidos, el Sr. X fue al cuarto de baño y retiró la transparente cortina de plástico. Con una maldición, pateó las botellas de champú y al aceite de bebé que estaban alineados en la esquina. Entonces fue hacia el armario de las municiones y sacó la nevera portátil que estaba oculta tras ellos. La tumbó y la comida cayó de golpe al suelo. Como los lesser no masticaban y tragaban, estaba tan claro como cualquier confesión.
La pálida cara del Sr. X estaba furiosa.
—¿Ha estado manteniendo a una mascota, verdad?
O consideró negarlo mientras media la distancia entre ellos.
—Es valiosa. La uso en los interrogatorios.
—¿Cómo?
—A los hombres de la especie no les gusta ver hembras heridas. Es un estímulo.
Los ojos del Sr. X se estrecharon.
—¿Por qué no me dijo nada?
—Este es mi centro. Usted me lo dio para dirigirlo como quisiera —y cuando encontrara al jodido soplón, le iba a quitar al bastardo la piel a tiras—. Cuido del negocio aquí y usted lo sabe. No debería importarle como trabajo.
—Debería habérmelo dicho —bruscamente, el Sr. X le dijo— ¿Está pensando hacer algo con ese cuchillo en la mano, hijo?
Sí, Papi, en realidad pienso hacerlo
—¿Soy el responsable aquí o no?
Cuando el Sr. X cambió el peso sobre sus pies, O se preparó para el choque.
Pero el teléfono móvil sonó. El primer toque sonó estruendoso en el tenso ambiente, como un grito. El segundo sonó menos que una intrusión. Y el tercero no era BDF[2].
Mientras su mente se desbarataba, O se dio cuenta de que no estaba pensando claramente. Él era un tipo grande y un luchador malditamente bueno, pero no era contrincante para los trucos del Sr. X. Y si O era herido o moría, ¿Quién cuidaría de su esposa?
—Conteste —le ordenó el Sr. X—. Y ponga el altavoz.
Las noticias eran de otro de los Prime. Tres lessers habían sido eliminados a un lado de la carretera a dos millas de distancia. Su coche había sido encontrado al abrigo del tronco de un árbol y las manchas de las quemaduras de sus desintegraciones habían chamuscado la nieve.
Hijos de puta .La Hermandad de la Daga Negra. Otra vez.
Cuando O finalizo con la llamada, el Sr. X dijo:
—Mire, ¿Quiere luchar contra mí o ir a trabajar? Un camino le llevará a una muerte segura ahora mismo. Es su elección.
—¿Soy el responsable de este lugar?
—Mientras obtenga lo que necesito.
—He traído a muchos civiles aquí.
—Pero eso no es lo que dicen muchos.
O se acercó y se deslizó sobre la red del tercer agujero, asegurándose de que el Sr. X lo viera siempre. Entonces colocó su bota de combate sobre la cubierta y se encontró con la mirada del Fore-lesser.
—No puedo ayudar si la Hermandad se guarda el secreto de su propia especie.
—Tal vez solo deba concentrarte con un poco más de afán.
No le digas que se joda, pensó O. Jode esta prueba y tu hembra será alimento para los perros.
Mientras O intentaba controlar su temperamento, el Sr. X sonrió.
—Su control sería más admirable si no fuera la única respuesta apropiada. Ahora, sobre lo de esta noche. Los Hermanos irán al choque de aquellos asesinos a los que destruyeron. Vaya cuanto antes a la casa de H y cójalo. Asignaré a alguien al lugar de A y yo mismo cubriré a D.
El Sr. X hizo una pausa en la puerta.
—Sobre esa hembra. Si la usa como instrumento, está bien. Pero si la mantiene por cualquier otra razón, tendremos un problema. Vaya de blando y alimentaré al Omega con usted pedazo por pedazo.
O no se estremeció. Había sobrevivido a las torturas del Omega una vez y calculó que podría volver a hacerlo otra vez. Por su hembra pasaría por lo que fuera.
—Entonces, ¿qué me dice? —le exigió el Fore-lesser.
—Sí, sensei.
Mientras O esperaba a que el Sr. X partiera en su coche, su corazón iba a explotar como una granada. Quería sacar a la mujer y sentirla contra él, pero entonces nunca se iría. Para intentar tranquilizarse a si mismo, rápidamente limpio su S&W y se armó. Esto la verdad no lo ayudó, pero al menos sus manos habían dejado de temblar por un tiempo mientras lo hacía.
De camino hacia la puerta recogió las llaves de su camión y conectó el detector de movimiento del tercer agujero. El apoyo tecnológico era un verdadero salva-culos. Si el láser infrarrojo se estropeaba, el arma triangular del sistema se dispararía y cualquier curioso atrapado contaría con un serio caso de filtraciones.
O vaciló antes de salir. Dios, quería abrazarla. Pensar en perder a su mujer, incluso hipotéticamente, lo volvía loco. Aquella hembra vampira… era su razón para vivir ahora. No la Sociedad. Ni el asesinato.
—Me voy, esposa, sé buena —el esperó—. Volveré pronto y te lavaré —cuando no hubo ninguna respuesta, dijo— ¿Esposa?
O trago compulsivamente. Si bien se dijo así mismo que debía ser un hombre, no podía obligarse a salir sin oír su voz.
—No me envíes sin un adiós.
Silencio.
El dolor penetró en su corazón, haciendo que el amor que sentía subiera vertiginosamente. Suspiró, el delicioso peso de la desesperación se apodero de su pecho. Había pensado que sabía lo que era el amor antes de haberse hecho un lesser. Había pensado que Jennifer, la mujer a la que había jodido y por la que había luchado tantos años, había sido especial. Pero había sido un idiota muy ingenuo. Ahora sabía qué era realmente la pasión. Su mujer cautiva era el dolor que lo quemaba y que lo hacía parecer un hombre otra vez. Ella era el alma que substituía a la que le había entregado al Omega. Por ella vivía, aunque fuera un no muerto.
—Regresaré en cuanto pueda, esposa.


Bella se encorvó dentro del agujero cuando oyó que se cerraba la puerta. El hecho de que el lesser se fuera intranquilo por que no le había contestado la complacía. Ahora la locura era completa ¿verdad?
Era gracioso que esta locura fuese la muerte que la esperaba. Desde el momento en el que había despertado en el tubo hacía muchas semanas, había asumido que su muerte iba a ser convencional, del tipo de cuerpo destrozado. Pero no, lo suyo era la muerte en sí misma. Mientras su cuerpo subsistía en una salud relativa, su interior no viviría mucho.
La psicosis se había tomado su tiempo para atraparla, y como una enfermedad del cuerpo, había tenido sus etapas. Al principio se había sentido demasiado petrificada como para pensar en algo que no fuera la tortura que sentiría. Pero entonces los días pasaron y nada sucedió. Sí, el lesser la golpeaba y sus ojos sobre su cuerpo la repugnaban, pero no le hacía lo que les hacía a los otros de su raza. Tampoco la había violado.
En respuesta, sus pensamientos gradualmente habían ido cambiando, su espíritu se reanimó mientras mantuvo la esperanza de que la rescatasen. Ese periodo del fénix había sido el más largo. Una semana entera, tal vez, aunque era difícil medir el pasó de los días.
Pero entonces había comenzado el irreversible deslizamiento y lo que la había absorbido era el lesser en sí mismo. Le había costado tiempo comprenderlo, pero tenía un extraño poder sobre su captor y después de que pasara algún tiempo, había comenzado a usarlo. Al principio lo empujó para probar los límites. Más tarde comenzó a atormentarlo sin otra razón más que el odio y el deseo de herirlo.
Por alguna razón el lesser que la había cogido… la amaba. Con todo su corazón. A veces le gritaba y realmente la aterrorizaba cuando él tenía alguno de sus caprichos, pero mientras más dura era con él, mejor la trataba. Cuando ella ponía los ojos en él, este entraba en una crisis de ansiedad. Cuando le traía regalos y los rechazaba, lloraba. Con creciente fervor, se preocupaba por ella, le mendigaba su atención, se acomodaba contra ella y cuando lo dejaba fuera, él se derrumbaba.
Jugar con sus emociones era todo su mundo, lo odiaba y la crueldad que la alimentaba, la estaba matando. Una vez había sido un ser vivo, una hija, una hermana… un alguien… Ahora se endurecía, poniéndose como el hormigón en medio de su pesadilla. Embalsamada.
Querida Virgen del Fade, sabía que él nunca la dejaría marchar. Y segura de que si la mataba abiertamente, él tomaría su futuro. Todo lo que tenía ahora era solo este espantoso, infinito presente. Con él.
El pánico, una emoción que no había tenido durante un tiempo, se había elevado en su pecho.
Desesperada por volver al entumecimiento, se concentró en lo frío que estaba el suelo. El lesser la había mantenido vestida con la su propia ropa, que había sacado de sus cajones y armarios y estaba abrigada por un largo Johns de lana, calientes calcetines y botas. Pero, incluso con todo, el frío era implacable, moviéndose entre las capas, metiéndosele en los huesos, convirtiendo su tuétano en aguanieve helada.
Sus pensamientos se trasladaron hacia su granja, dónde había vivido durante un periodo tan corto de tiempo. Recordó el alegre fuego que había hecho en el hogar en la sala de estar y la felicidad que había sentido al estar sola… Eran malas visiones, malos recuerdos. Le hacían recordar su antigua vida, su madre… su hermano.
Dios, Rehvenge. Rehv la había vuelto loca con todo su comportamiento dominante, pero había tenido razón. Si se hubiera quedado con su familia, nunca habría conocido a Mary, la humana que vivía al lado. Y nunca habría cruzado el prado entre sus casa aquella noche para asegurarse de que estaba bien. Y nunca habría tenido que correr por el lesser… nunca habría terminado muerta y respirando.
Se preguntó cuanto tiempo la habría buscado su hermano. ¿Se habría rendido ya? Probablemente. Ni siquiera Rehv podría continuar durante tanto tiempo sin esperanza.
Apostaba que la había buscado, pero por una parte se alegraba de que no la hubiese encontrado. Aunque era un hombre sumamente agresivo, era civilizado y se sentiría responsable de que lo hirieran si él venía a rescatarla. Aquellos lessers eran fuertes. Crueles y poderosos. No, para que regresara necesitaría a alguien igual de monstruoso que el que la retenía.
Una imagen de Zsadist le vino a la mente, clara como una fotografía. Vio sus oscuros ojos salvajes. La cicatriz que atravesaba su cara y le deformaba el labio superior. El esclavo de sangre con tatuajes en la garganta y en las muñecas. Recordó las señales de los azotes sobre su espalda. Y los piercings que colgaban de sus pezones. Y los músculos, también el delgado cuerpo.
Pensó en su cruel voluntad, inflexibilidad y todo el odio totalmente volátil. Era aterrador, un horror de la especie. Arruinado, no, roto, en las palabras de su gemelo. Pero eso era lo que lo habría hecho un buen salvador. El único rival para el lesser que se la había llevado. Ese tipo de brutalidad de Zsadist era probablemente la única cosa que podría sacarla de ahí, aunque tenía mejor criterio que pensar que alguna vez intentaría encontrarla. Ella era solo una civil con la que se había encontrado un par de veces.
Y la segunda vez, él le había hecho jurar que nunca se le volvería a acercar.
El miedo la rodeaba e intentó refrenar la emoción diciéndose que Rehvenge todavía la buscaba. Y apelaría a la Hermandad si encontraba alguna pista de dónde estaba. Entonces tal vez Zsadist vendría por ella, por que sería necesario, como parte de su trabajo.
—¿Hola? ¿Hola? ¿Hay alguien ahí? —la inestable voz masculina sonaba como amortiguada, un tono metálico.
Era el cautivo más nuevo, pensó. Ellos al principio siempre intentaban reaccionar
Bella se aclaró la garganta.
—Estoy… aquí.
Hubo una pausa.
—Oh, Dios mío… ¿Eres la mujer que se llevaron? ¿Eres Bella?
Escuchar su nombre fue un shock. Infiernos, el lesser la llamaba su esposa desde hacía tiempo, casi se había olvidado que había sido algo más.
 —Sí… si, soy yo.
—Todavía estas viva.
Bien, su corazón todavía latía, de todos modos.
—¿Te conozco? — y... yo fui a tu entierro. Con mis padres, Ralstam y Jilling.
Bella comenzó a temblar. Su madre y su hermano… la habían puesto a descansar. Su madre era profundamente religiosa, gran creyente de las Viejas Tradiciones. Una vez que se convenció que su hija estaba muerta, habría insistido en la ceremonia apropiada para que Bella pudiera entrar en el Fade.
Oh… Dios. Pensar que ellos se habían rendido y saberlo eran dos cosas diferentes. Nadie vendría por ella. Nunca.
Escuchó algo extraño. Y comprendió que sollozaba.
—Me escaparé —dijo el hombre con fuerza —. Te llevaré conmigo.
Bella permitió a sus rodillas se rindiesen y se deslizó hacia abajo por la pared acanalada del tubo hasta que quedó alojada en el fondo. Ahora estaba realmente muerta ¿verdad? Muerta y bien muerta.
Qué horriblemente adecuado que ella estuviera atrapada en la tierra.



[1] Grim Reaper es el ángel nombrado para quitar el alma de los seres humanos

[2] BDF acrónimo de Big Dumb Face, gran cara de idiota.




Las shitkickers de Zsadist lo llevaron a través de un callejón fuera de Trade Street, las pesadas suelas sonaban con fuerza sobre los charcos de aguanieve en parte congelados y aplastados por las huellas de los neumáticos. Estaba totalmente oscuro, porque no había ventanas en los edificios de ladrillo de uno u otro lado y las nubes se habían cerrado sobre la luna. Incluso caminando así, su visión nocturna era perfecta, penetrando en todas partes. Como su rabia.
Sangre negra. Necesitaba más sangre negra. La necesitaba sobre sus manos, golpeando en su cara y salpicando su ropa. Necesitaba océanos de ella corriendo por el suelo y rezumando en la tierra. En honor a la memoria de Bella, sangraría a los asesinos, cada muerte una ofrenda.
Sabía que no había sobrevivido, sabía en su corazón que debía haber sido asesinada de un modo espantoso. ¿Entonces por qué siempre les preguntaba a esos bastardos dónde estaba? Infiernos, no lo sabía. Sólo era la primera cosa que salía de su boca, sin importar cuantas veces se dijera que se había ido.
El iba a seguir haciendo esas jodidas preguntas. Quería saber el dónde, el como y con qué, ellos lo habían hecho. La información solo se lo devoraría, pero necesitaba saberlo. Tenía que saberlo. Y uno de ellos hablaría en algún momento.
Z se detuvo. Olió el aire. Rezó para que el suave olor a talco para bebé fuese a la deriva a su nariz. Maldita sea, no podía soportar esto… no saber nada por mas tiempo.
Pero entonces rió con un repugnante chasquido. Sí, el infierno no podría enfrentarlo. Gracias a sus cien años de cuidadosa educación con la Mistress, no existía ningún nivel de mierda al que no sobreviviera. Dolor físico, angustia mental, abatiéndose en las profundidades de la humillación y la degradación, desesperación, impotencia: Estas aquí, aguanta.
Así que, sobreviviría a esto.
Levantó la vista al cielo y cuando su cabeza se echó hacia atrás se balanceó. Con un rápido movimiento de mano se estabilizó, luego suspiró y esperó a ver si la sensación de mareo pasaba. No hubo suerte.
Hora de alimentarse. Otra vez.
Maldición, esperaba poder salir sin dificultad otra noche o dos. Lo más seguro era que hubiera arrastrado su cuerpo por pura fuerza de voluntad las dos últimas semanas, pero eso no era nada insólito. Y esta noche no quería tratar con la sed de sangre.
Vamos, vamos… concéntrate, gilipollas.
Se obligó a continuar, acechando por los callejones del centro, serpenteando el peligroso laberinto urbano de Caldwell, los clubs de New York y los escenarios de drogas.
A las tres A.M., estaba tan hambriento de sangre que se sentía como una piedra y fue la única razón por la cual se presentó. No podía aguantar más la disociación, el entumecimiento en su cuerpo. Le recordaba demasiado el letargo del opio al que le habían obligado cuando era un esclavo de sangre.
Caminando tan rápidamente como podía, se dirigió al ZeroSum, la guarida actual de la Hermandad en el centro de la ciudad. Los gorilas le permitieron evitar la cola de espera, el acceso fácil era uno de los beneficios de la gente que dejaba caer dinero en efectivo, como hacían los hermanos. Infiernos, el hábito del humo rojo de Phury valía solo un par de grandes al mes y a V y a Butch solo les gustaba la llamada que les llegaba desde el anaquel superior de las bebidas. Además estaban las regulares compras de Z.
El club estaba caluroso y oscuro por dentro, una especie de húmeda cueva tropical con música tecno en el aire. La gente atestaba la pista de baile, chupando piruletas, tragando agua, sudando mientras se movían con los lásers de color pastel rítmicamente.
Todo alrededor, cuerpos contra las paredes, emparejados o por triplicado, retorciéndose, tocándose.
Z se dirigió al salón Vip y la multitud cedía a su paso ante él, separándose como un paño de terciopelo rasgado. A pesar del alto consumo de X y coca, los sobrecalentados cuerpos todavía tenían suficiente instinto de supervivencia al ver su apariencia mortal que esperaba a pasar.
En la parte trasera, un gorila con un interfono le permitió entrar en la mejor zona del club. Aquí, en la relativa tranquilidad, veinte mesas con asientos de taburete estaban espaciadas, con solo el mármol negro iluminado desde el techo. El lugar de la Hermanad estaba cerca de la salida de incendios y no se sorprendió de ver a Vishous y a Butch allí con vasos cortos enfrente de ellos. El vaso de Martini de Phury estaba totalmente solo.
Los dos camaradas no parecieron alegrarse de verlo. No… parecían resignados por su llegada, como si hubieran esperado quitarse una carga y él acabara de lanzarles a ambos un motor en bloque.
—¿Dónde está él? —preguntó Z, cabeceando hacia el martini de su gemelo.
—Haciendo humo rojo en la parte de atrás —dijo Butch —. Se quedó sin O-Z´s[1].
Z se sentó a la izquierda y se echó hacia atrás, retirándose de la brillante luz que caía sobre la mesa. Cuando echó un vistazo a su alrededor, reconoció los rostros insignificantes de los desconocidos. La sección Vip tenía unos duros clientes habituales, pero ninguno de los grandes derrochadores interactuaba mucho más allá del cerrado grupo. De hecho, el club entero estaba impregnado por sensaciones de “no me preguntes, no me hables”, lo cual era un de los motivos por el que los Hermanos iban allí. Incluso aunque el ZeroSum era propiedad de un vampiro, tenían que procurar pasar desapercibidos por lo que eran.
A lo largo del siglo, la Hermandad de la Daga Negra se había vuelto reservada sobre sus identidades dentro de la raza. Había rumores, desde luego, y los civiles sabían algunos de sus nombres, pero todo era guardado en QT[2]. Todo había comenzado cuando la raza se había fragmentado trágicamente hacía un siglo aproximadamente, la confianza se había convertido en un asunto dentro de la especie. Pero ahora, también, había otra razón. Los lessers torturaban a los civiles buscando información sobre la Hermanad, por lo que era imperativo continuar escondidos.
Como resultado, los pocos vampiros que trabajaban en el club no estaban seguros de que los grandes hombres de cuero que tomaban bebidas y dejaban caer billetes fuesen miembros de la Daga Negra. Y afortunadamente, si no fuera así la clientela social, la forma de mirar de los Hermanos evitaba preguntas.
Zsadist se movió en su lugar, impaciente. Odiaba el club; realmente lo hacía. Odiaba tantos cuerpos tan cerca de él. Odiaba el ruido. Los olores.
En parlanchín grupo, tres mujeres humanas se acercaron a la mesa de los Hermanos. Las tres trabajaban esa noche, sin embargo lo que servían no cabía en un vaso. Eran las putas típicas de clase alta: extensiones en el pelo, pechos falsos, rostros moldeados por cirujanos estéticos, ropa cara. Había unas cuantas desplazándose de jolgorio por el club, particularmente en la sección Vip. El Reverendo, quien poseía y controlaba el ZeroSum, creía en la diversificación del producto como una estrategia de negocio, ofreciendo sus cuerpos así como el alcohol y las drogas. El vampiro también prestaba dinero y tenía un equipo de corredores de apuestas y Dios sabía qué más servicios daba en su oficina de atrás sobre todo de su clientela humana.
Mientras las tres prostitutas reían y hablaban, se ofrecieron para negociar. Pero ninguna de ellas era lo que Z buscaba, y V y Butch no las escogerían tampoco. Dos minutos más tarde, las mujeres se aproximaron a la siguiente mesa.
Z estaba malditamente hambriento, pero era innegociable cuando se trataba de la alimentación.
—Hey, papis —dijo otra mujer— ¿Alguno busca algo de compañía?
Él la miró. Esta mujer humana tenía un rostro duro que hacía juego con su duro cuerpo. La ropa de cuero negro. Los ojos vidriosos. El pelo corto.
Joder perfecto.
Z puso su mano en el fondo de luz sobre la mesa, levantó dos dedos, luego golpeó con los nudillos dos veces sobre el mármol. Cuando Butch y V comenzaron a removerse en el asiento, su tensión lo molestó.
La mujer rió.
—Bien, bien.
Zsadist se echó hacia delante y se elevó en toda su estatura, su cara quedó iluminada por el proyector. La expresión de la puta se quedó sólidamente congelada cuando dio un paso hacia atrás.
En ese momento Phury salió de la puerta de la izquierda, su espectacular melena reflejaba las luces cambiantes. Directamente detrás de él había un vampiro macho de culo duro con un mohawk: el Reverendo.
Cuando los dos pasaron junto a la mesa, el dueño del club se rió fuerte. Sus ojos del color de las amatistas no omitieron la vacilación de la prostituta.
—Buenas noches, caballeros. ¿Vas a algún sitio, Lisa?
El alarde de Lisa regresó con venganza.
—A cualquier parte dónde él quiera, jefe.
—Respuesta correcta.
Suficiente con el yakkies[3], pensó Z.
—Afuera. Ahora.
Empujó la puerta contra incendios y la siguió al callejón posterior al club. El viento de diciembre soplaba por la chaqueta amplia que se había puesto para cubrirse los brazos, pero no se preocupaba por el frío y menos por Lisa. Incluso aunque las ráfagas heladas jugaban con su pelo y ella estaba casi desnuda, lo afrontó sin temblar, levantando la barbilla.
Ahora que se había comprometido, estaba lista para él. Una verdadera profesional.
—Lo hacemos aquí—dijo él, dando un paso hacia las sombras. Tomó dos billetes de cien dólares de su bolsillo y se los dio. Sus dedos los doblaron antes de que el dinero en efectivo desapareciera en su falda de cuero.
—¿Cómo lo quieres? —preguntó, acercándose furtivamente a él, tratando de llegar a sus hombros.
La hizo girar y la colocó con la cara contra la pared de ladrillo.
—Yo toco. Tú no.
Su cuerpo se tensó y el miedo causo picazón en su nariz, sulfuroso. Pero su voz fue dura.
—Mira, gilipollas. Vuelvo con contusiones y él te perseguirá como un animal.
—No te preocupes. Vas a salir de esto perfectamente bien.
Pero todavía la asustaba. Y él estaba dichosamente entumecido por la emoción.
Por lo general el miedo de la mujer era la única cosa que lo podía animar, la única manera en que se ponía duro lo que tenía dentro de sus pantalones. Últimamente, sin embargo el gatillo no funcionaba, lo cual le iba bien. Aborrecía la respuesta de aquella cosa detrás de su cremallera y puesto que la mayoría de las mujeres se acojonaban por él, eso conseguía excitarlo muchísimo más de lo que quería. Nada habría sido mejor. Mierda, era probablemente el único hombre sobre el planeta que quería ser impotente.
—Inclina la cabeza hacia un lado —dijo él—. La oreja contra tu hombro.
Despacio ella obedeció, exponiendo el cuello. Esto era por lo que la había escogido. El pelo corto significaba que no tendría que tocar nada para despejar el camino. Odiaba tener la necesidad de poner sus manos sobre ellas en todas partes.
Cuando miró fijamente su garganta, su sed aumentó y sus colmillos se alargaron. Dios, estaba tan seco como para agotarla.
—¿Qué vas a hacer? —interrumpió ella—. ¿Morderme?
—Sí.
La mordió rápidamente y la sostuvo mientras ella lo golpeaba. Para hacerlo más fácil, l la calmó mentalmente, relajándola, dándole algo que sin duda le era muy familiar. Mientras ella se tranquilizaba, él tragó tanto como pudo sin atragantarse, probando la coca y el alcohol en su sangre así como los antibióticos que tomaba.
Cuando terminó, lamió las señales del pinchazo para iniciar el proceso de curación y para que no se desangrara. Entonces le colocó rápidamente el collar para ocultar el mordisco, limpió sus recuerdos y la envió de vuelta al club.
A solas, de nuevo, se apoyó contra los ladrillos. La sangre humana era tan débil, apenas conseguía lo que necesitaba, pero no podía hacerlo con las mujeres de su propia especie. No otra vez. Nunca.
Alzó la vista hacia el cielo. Las nubes que antes habían traído las ráfagas, se habían ido y entre los edificios se podía ver un trocito del claro acerico de estrellas. Las constelaciones le decían que solo tenía dos horas para permanecer fuera.
Cuando tuvo la fuerza necesaria, cerró los ojos y se materializó en el único lugar en el que quería estar.
Agradecía a Dios que aún tuviera suficiente tiempo para ir allí. Estar allí.


[1] O-Z´s hace referencia a la dosis diaria de droga, en este caso hierba.
[2] QT slang de los años 50 que significaba literalmente callado, silencioso e iba asociado a la palabra cotilleo, chisme.
[3] Yakkies, entrega de premios al estilo de los Oscar.



John Matthew gimió y rodó hasta quedar de espaldas en la cama.
La mujer siguió su ejemplo, sus pechos desnudos presionaron sobre su descubierto, amplio pecho. Con una sonrisa erótica, ella alcanzó abajo entre las piernas de él y encontró su pesado dolor. Él echó la cabeza hacia atrás y gimió mientras le apretaba su erección arriba y abajo. Cuando él agarró sus rodillas, ella empezó a montarlo lentamente.
Oh, sí…
Con una mano jugaba con sigo misma, con la otra lo atormentaba, pasando la palma de su mano sobre los pechos y subiendo hasta su cuello, cogiéndose el largo, rubio pelo con ella mientras se corría. Su mano se movió más arriba a su cara, y luego su brazo estuvo sobre su cabeza, un arco lleno de gracia de carne y hueso. Ella se arqueó hacia atrás y sus pechos sobresalieron, los duros pezones dilatados, sonrosados. Su piel era tan pálida que parecía nieve fresca.
—Guerrero —dijo ella, rechinando los dientes. ¿Puedes manejar esto?
¿Manejar? Maldición, podía. Y entonces cuando estaban dejando claro quien manejaba qué, él agarró sus muslos y empujó sus caderas hasta que ella gritó.
Cuando se retiró, ella le sonrió, montándolo más y más rápido. Ella era hábil y apretada, y su erección estaba en el cielo.
—¿Guerrero, puedes manejar esto? —Su voz era más profunda ahora por el esfuerzo.
—Infierno, sí —gruñó. Amigo, la segunda vez que se corriera, iba a darle la vuelta y empujar dentro de ella una vez más.
—¿Puedes manejar esto? —Ella lo bombeó aún más duro, ordeñándolo. Con su brazo todavía sobre su cabeza, ella lo montaba como a un toro, corcoveando sobre él.
Esto era gran sexo… imponente, increíble, grandioso…
Sus palabras comenzaron a combarse, deformarse… cayendo bajo el registro de una hembra. ¿Puedes manejar esto? John sintió una frialdad. Algo estaba mal.
—¿Puedes manejar esto? ¿Puedes manejar esto? —De repente la voz de un hombre salía de su garganta, la voz de un hombre que se burlaba de él—. ¿Puedes manejar esto?
John luchó para tirarla, pero ella estaba atada a él como si tuviera abrazaderas, y el joder no se pararía.
—¿Crees que puedes manejar esto? ¿Crees que puedes manejar esto? ¿Crees que puedes manejar esto? —La voz masculina gritaba ahora, rugiendo desde la cara de la hembra.
El cuchillo vino hacia John desde encima de la cabeza de ella… solo que ella era un hombre ahora, un hombre con la piel blanca y el pelo pálido y ojos del color de la niebla. Mientras la hoja relucía como plata, John alcanzó a bloquearla, pero su brazo no era musculoso como antes. Estaba delgado, demacrado.
¿Puedes manejar esto, guerrero?
Con una cuchillada llena de gracia, la daga dio directamente en el medio de su pecho. Un dolor ardiente se encendió donde le había penetrado, el violento ardor derramándose a través de su cuerpo, rebotando por el interior de su piel hasta que estuvo vivo con agonía. Jadeó y se ahogó en su propia sangre, ahogado y amordazado hasta que nada entró en sus pulmones. Aferrándose, luchó contra la muerte que venía por él…
—¡John! ¡John! ¡Despierta!
Sus ojos se abrieron de golpe. Su primer pensamiento fue que su cara dolía, aunque no tuviera ni idea de por qué, ya que había sido apuñalado en el pecho. Entonces se dio cuenta de que su boca estaba abierta tensamente, acomodando lo que habría sido un grito si él hubiera nacido con una caja de voces. Tal como estaba, todo que lo que iba a hacer era soltar una corriente estable de aire.
Entonces sintió las manos… manos que inmovilizaban sus brazos. El terror volvió, y en lo que fue para él una oleada increíble, lanzó su pequeño cuerpo fuera de la cama. Aterrizó de cara, su mejilla patinando sobre la alfombra.
—¡John! Soy yo, Wellsie.
La realidad volvió con el sonido del nombre, sacándolo del histerismo como una palmada.
Oh, Dios… Estaba bien. Él estaba bien. Estaba vivo.
Se lanzó a los brazos de Wellsie y enterró su cara en su largo pelo rojo.
—Está bien. —Ella lo empujó a su regazo y acarició su espalda—. Estás en casa. Estás a salvo
Casa. Seguridad. Si, después de solo 6 semanas estaba en casa… la primera que él había tenido alguna vez después de crecer en el orfanato de Nuestra Señora y en casuchas hasta que tuvo 16. Wellsie y Tohrment eran el hogar.
Y no estaba solamente a salvo, lo había comprendido. Infiernos, había aprendido la verdad sobre si mismo. Hasta que Tohrment había venido y lo había encontrado él no había sabido porque siempre había sido siempre diferente de la otra gente o por qué él era tan flacucho y débil. Pero los vampiros masculinos eran así antes de que pasaran a través de la transición. Incluso Tohr, quien era un miembro hecho y derecho de la Hermandad de Daga Negra, al parecer había sido pequeño.
Wellsie inclinó la cabeza de John hacia arriba.
—¿Puedes contarme que era?
El sacudió la cabeza y la enterró más profundamente en ella, apretándola tan fuerte que estaba sorprendido de que pudiera respirar.


Zsadist se materializó delante de la granja de Bella y maldijo. Alguien había estado en el lugar otra vez. Había huellas frescas de neumáticos en la nieve pulverizada del camino de entrada y huellas a la puerta. Ah, mierda… Allí había muchas huellas, tanto hacia adelante y como hacia atrás, como si cualquier coche hubiera aparcado allí y parecía como si las cosas estuvieran siendo movidas.
Esto lo hizo sentirse inquieto, como si pequeñas cosas de ella estuvieran desapareciendo.
Infierno santo. Si su familia desmontaba la casa, él no sabía donde iría para estar con ella.
Con una mirada dura, miró fijamente al pórtico delantero y a las ventanas largas de la sala de estar. Tal vez él debería recoger algo de ella para él. Esto sería una hacer una putada, porque entonces, no estaría por encima de ser un ladrón.
Otra vez, se preguntó sobre la familia de ella. Sabía que eran aristócratas de la clase social más alta, pero eso era todo, y no quería conocerlos para averiguar más. Incluso en su mejor día, él era horrible de mierda con la gente, pero la situación con Bella lo hacía peligroso, no solamente repugnante. No, Tohrment era el enlace con sus lazos de sangre, y Z era siempre cuidadoso de no encontrarse con ellos.
Fue alrededor de la parte trasera de la casa, entró por la cocina, y apagó la alarma de seguridad. Como hacía cada noche, comprobó sobre sus peces primero. Escamas de comida estaban esparcidas encima del agua, prueba de que alguien los había cuidado. Estaba muy cabreado de que alguien le hubiera robado la oportunidad
La verdad era, que pensaba en esa casa como su espacio ahora. La había limpiado después de que hubiera sido secuestrada. Había regado las plantas y había cuidado de los peces, Había andado por los pisos y por la escalera y había mirado fijamente por las ventanas y se había sentado sobre cada silla, sofá y cama. Infiernos, ya había decidido comprar la maldita cosa cuando su familia la vendiera. Aunque nunca hubiera tenido una casa antes o muchos bienes personales, estas paredes y este techo y la mierda de dentro… él lo poseería todo. Un santuario de ella.
Z hizo un viaje rápido por la casa, catalogando las cosas que habían sido quitadas. No era mucho. Una pintura y un plato de plata de la sala de estar y un espejo del vestíbulo de entrada. Tenía curiosidad de por qué aquellos objetos particulares habían sido escogidos y devueltos a donde pertenecieran.
Mientras entraba en la cocina otra vez, imaginó el cuarto después de que ella había sido secuestrada, toda la sangre, los trozos de cristal, las sillas rotas y la porcelana. Sus ojos bajaron hasta una raya negra de caucho sobre el suelo de pino. Podía adivinar como había sido hecha. Bella luchando contra el lesser, siendo arrastrada, la suela de su zapato chirriando mientras dejaba un rastro
La cólera avanzó lentamente a través de su pecho a cuatro patas hasta que estuvo jadeando por el feo, familiar sentimiento. Excepto Cristo…, todo eso no tenía sentido: él buscándola y obsesionándose con su mierda y andando alrededor de su casa. Ellos no habían sido amigos. Infiernos, ni siquiera habían sido conocidos. Y él no había sido agradable con ella en las dos ocasiones en que se habían encontrado.
Amigo, lamentaba eso. Durante aquellos pocos momentos en que estuvo con ella, deseaba que hubiera sido… Bien, no levantarse rápidamente después de que hubiera averiguado que estaba excitada por él hubiera sido un comienzo realmente bueno. Excepto que no había habido ningún modo de tragarse la respuesta. Ninguna hembra excepto aquella bruja enferma de la Mistress había estado mojada por él, así que estaba seguro como el infierno que él no asociaba la resbaladiza carne femenina con nada bueno.
Mientras recordaba a Bella estando contra su cuerpo, todavía se preguntaba porqué ella quería yacer con él. Su cara estaba hecha un cuadro. Su cuerpo no estaba mucho mejor, al menos su espalda. Y su reputación hacía que Jack el Destripador pareciera un Boy scout. Maldición, él estaba enfadado con todos y todo siempre. Ella había sido hermosa, suave y amable, una hembra de la realeza, aristócrata de una estirpe privilegiada.
¿Ah, pero sus contradicciones habían sido el punto, verdad? Él había sido el macho de cambio-de-paso para ella. El paseo sobre el lado salvaje. La criatura salvaje que la impresionaría y la sacaría de su pequeña vida agradable durante una hora o dos. Y aun cuando le había dolido ser reducido precisamente a lo que él era, todavía pensaba que ella era… encantadora.
Detrás de él, oyó al reloj del abuelo comenzar a sonar. Las cinco.
La puerta de la calle de la casa se abrió con un crujido.
Rápida y silenciosamente, Z desenvainó una daga negra de su pecho y se aplastó contra la pared. Inclinó la cabeza para tener una vista desde el pasillo hasta el vestíbulo.
Butch levantó las manos y entró.
—Solo yo, Z
Zsadist bajó la hoja, entonces la devolvió a su funda.
El antiguo detective de homicidios era una anomalía en su mundo, el único humano al que alguna vez se le había dejado entrar en el círculo interior de la Hermandad. Butch era el compañero de habitación de V, el compañero de levantamiento de pesas de Rhage en el gimnasio, el que compartía la puta ropa de Phury. Y por razones que sólo él sabía, estaba obsesionado con el secuestro de Bella, así que entonces tenía alguna mierda en común con Z, también.
—¿Qué hay, poli?
—¿Estás llegando a la solución? —La pregunta del tipo podría haber sido enmarcada como una pregunta, pero era más bien una sugerencia.
—No ahora mismo.
—Cerca de la luz del día.
Lo que sea.
—¿Phury te envía por mí?
—Mi elección. Cuando no volviste después de pagar, me figuré que podrías terminar aquí.
Z cruzó los brazos sobre el pecho.
—¿Te preocupaba que matara a aquella hembra que tomé en el callejón?
—No. La vi trabajando en el club antes de que me marchara.
—Entonces, ¿Por qué te estoy mirando ahora mismo?
Mientras el macho echaba un vistazo abajo como si estuviera reuniendo palabras en su cabeza, su peso se movía adelante y atrás en aquellos mocasines caros que le gustaban. Entonces se desabotonó el elegante abrigo negro de cachemira.
Ah… así que Butch era un mensajero.
—Escúpelo, poli.
El humano frotó un pulgar sobre su ceja.
—Sabes que Tohr ha estado hablando con la familia de Bella, ¿verdad? ¿Y qué su hermano es un auténtico exaltado? Bien, él sabe que alguien ha estado viniendo aquí. Puede contarlo por el sistema de seguridad. Cada vez que se desconecta o se enciende, recibe una señal. Quiere que las visitas paren, Z.
Zsadist desnudó los colmillos.
—¡Pues te aguantas!
—Va a colocar guardias.
—¿Por qué demonios se preocupa?
—Vamos, amigo, es el lugar de su hermana.
Hijo de puta.
—Quiero comprar la casa.
—Esto es un área prohibida, Z. Tohr dijo que la familia no la va a poner en el mercado pronto. Quieren mantenerla.
Z apretó los dientes durante un momento.
—Poli, hazte un favor y sal de aquí.
—Mejor te llevo a casa. El amanecer está malditamente cerca.
—Si, realmente necesito a un humano diciéndome eso.
Butch maldijo con una exhalación.
—Bien, hazte crujiente si quieres. Solamente no vuelvas aquí otra vez. Su familia ya ha pasado bastante.
Tan pronto como la puerta delantera se cerró, Z sintió un calor subir por su cuerpo, como si alguien lo hubiera envuelto apretadamente en una manta eléctrica y encendido el dial. El sudor bajaba por su cara y pecho, y el estómago dio un vuelco. Levantó sus manos. Las palmas estaban húmedas y los dedos temblaban.
Signos fisiológicos de tensión, pensó.
Estaba teniendo claramente una reacción emocional, aunque maldición si sabía cual era. Todo lo que recogía eran síntomas auxiliares. Dentro de si mismo no había nada, ningún sentimiento que pudiera identificar.
Miró alrededor y quiso prender fuego a la granja, incendiar la cosa hasta los cimientos así nadie podría tenerla. Mejor eso que saber que no podía entrar más.
El problema era, que quemar su lugar era como herirla a ella.
Si no podía dejar un montón de cenizas detrás, quería coger algo. Mientras pensaba en que podría llevarse con él y todavía desmaterializarse, puso su mano sobre la cadena delgada que se extendía alrededor de su cuello.
El collar con sus diminutos diamantes insertados era de ella. Lo había encontrado en los escombros la noche después de que hubiera sido secuestrada, sobre el piso de terracota bajo la mesa de cocina. Había limpiado la sangre, había arreglado el broche roto, y lo había llevado desde entonces.
Y los diamantes eran eternos, ¿verdad? Ellos duraban para siempre. Justo como sus recuerdos de ella.
Antes de que Zsadist se marchara echó un último vistazo al acuario. El alimento casi había desaparecido, devorado de la superficie por pequeñas bocas, bocas que venían de las profundidades.


John no sabía cuanto tiempo estuvo en los brazos de Wellsie, pero le llevó un rato regresar a la realidad. Cuando él finalmente se retiró, ella le sonrió.
—¿Seguro que no quieres contarme la pesadilla?
Las manos de John comenzaron a moverse, y ella las miró fijamente con fuerza porque estaba justo aprendiendo el lenguaje por señas. Él sabía que iba demasiado rápido, así que se inclinó y recogió uno de sus blocks y una pluma de la mesita de noche.
—No era nada. Estoy bien ahora. Gracias por despertarme.
—¿Quieres volver a la cama?
El asintió. Parecía como si no hubiera hecho nada excepto dormir y comer durante el mes y medio pasado, pero no había ningún final para su hambre o su agotamiento. Entonces otra vez, tenía veintitrés años de hambre e insomnio para compensar.
Se deslizó entre las sábanas, y entonces Wellsie se movió despacio a su lado. Su embarazo no se veía mucho si estaba de pie, pero cuando se sentaba había una elevación sutil bajo su camisa floja.
—¿Quieres que ponga una luz en el cuarto de baño?
Él sacudió su cabeza. Eso sólo le haría sentir como un mariquita, y ahora mismo su ego había cogido todas las humillaciones que podía manejar.
—Voy a estar justo en mi escritorio del estudio, ¿vale?
Cuando se marchó, él se sintió mal por ser de la clase que necesitaba ser tranquilizado, pero ahora que el pánico había desaparecido estaba avergonzado de si mismo. Un hombre no actuaba como él había hecho. Un hombre hubiera luchado contra el demonio de pelo pálido en el sueño y hubiera ganado. E incluso si hubiera estado aterrorizado, un hombre no se hubiera agachado y temblado como un chico de 5 años cuando despertó.
Entonces otra vez, John no era un hombre. Al menos no aún. Tohr había dicho que el cambio no sucedería hasta que estuviera más cercano a los veinticinco, y él no podía esperar durante los próximos dos años para pasar. Porque aun cuando ahora entendiera por qué solo era 5 pies, 6 pulgadas de alto y 112 libras, todavía era resistente. Odiaba mirar su huesudo cuerpo todos los días en el espejo. Odiaba vestir ropas de muchacho aun cuando pudiera legalmente conducir, votar y beber. Abatido ante el hecho de que nunca había tenido una erección, ni siquiera cuando despertaba de uno de sus sueños eróticos. Y nunca había besado a una mujer, tampoco.
No, él solo no se sentía del departamento masculino de alrededor. Sobre todo considerando lo que le había pasado hacía casi un año. ¿Dios, el aniversario de aquel ataque había pasado, verdad? Con un estremecimiento trató de no pensar en aquella sucia escalera o en el hombre que había sostenido un cuchillo en su garganta o en aquellos momentos horribles cuando algo irrecuperable había sido tomado de él: su inocencia violada, ida para siempre.
Forzando a su mente fuera de aquella caída en picado, se dijo que al menos ya no estaba desesperado. Algún día, pronto, él cambiaría en un hombre.
Picaba pensar en el futuro, retiró las mantas y fue a su armario. Mientras abría las puertas de dos batientes, no estaba todavía acostumbrado a lo que se mostró. Nunca había poseído tantos pantalones, camisas y jerséis en toda su vida, pero aquí estaban… tan frescos y nuevos, todas las cremalleras funcionaban, no faltaba ningún botón, no estaban deshilachados, ni rotos. Hasta tenía un par de Nike Air Shod.
Él sacó un suéter y se lo puso, luego empujó sus piernas largas y delgadas en un par de pantalones. En el cuarto de baño se lavó las manos y la cara y peinó su pelo negro. Entonces se dirigió a la cocina, andando a través de cuartos que tenían líneas limpias, modernas, pero que estaban decorados con muebles, telas y arte del Renacimiento italiano. Se paró cuando oyó la voz de Wellsie salir del estudio.
—… una especie de pesadilla. Quiero decir, Tohr, estaba aterrorizado… No, él eludió cuando le pregunté lo que era, y no le presioné. Pienso que es hora de que vea a Havers. Sí UAH-Hugh. Debería conocer primero a Wrath. Bien. Te quiero, mi hellren. ¿Qué? Dios, Tohr, me siento de la misma manera. No sé como alguna vez vivimos sin él. Él es una bendición.
John se apoyó contra la pared del pasillo y cerró los ojos. Gracioso, él se sentía de la misma manera sobre ellos.

 


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